Los judíos españoles después de 1868 (I)
José Alberto Cepas Palanca.- En el artículo “La diáspora de los judíos españoles” habíamos comentado la historia de los judíos desde su expulsión en 1492 por los Reyes Católicos hasta 1868, fecha en la que el general Prim, corroborado posteriormente por el general Serrano, dijo que los judíos “son libres de entrar en nuestro país y ejercer libremente el culto, así como a los miembros de todas las religiones”.
Los pogromos rusos (1881-1882)
Conviene recordar que el propósito de los gobiernos de signo liberal era de que España abandonara el aislamiento, que había caracterizado la política exterior española, tendente a un ensimismamiento, que la alejaba progresivamente de cuanto ocurría en Europa. Tendencia que se acentuaba con los gobiernos conservadores presididos por Cánovas del Castillo o sus más fieles seguidores. En los años 1881-1882 hubo tres posiciones políticas respecto al tema de los judíos: los partidos liberales, con matizaciones, apoyan la causa judía y el retorno de los sefarditas a España respaldando al Gobierno de Sagasta (1825-1903); los conservadores, que aunque defendían posturas tales como la condena del antisemitismo y la aceptación de los judíos ricos en España, no deseaban la repatriación de judíos y, la opción defendida por la prensa integrista católica y el absolutismo monárquico que manifestaban un antisemitismo visceral lanzando fuertes críticas al Gobierno liberal por la apertura con respecto a los judíos, que se oponían al retorno y justificaban al antisemitismo europeo. Después del fugaz Gabinete conservador de Cánovas (1884-1885), vuelve al poder de nuevo el Partido liberal de Práxedes Mateo Sagasta que permanece en el poder hasta 1890, siendo su artífice en la política exterior el ministro de Estado, Segismundo Moret (1885-1887), más aperturista con relación al tema hebreo que su anterior en el cargo en el gobierno de Sagasta, el también ministro de Estado (equivalente a ministro de Exteriores), Antonio Aguilar y Correa (marqués de la Vega de Armijo), (1881-1883, 1888-1890, 1892-1893).
La postura del partido de Sagasta era clara: se intentó capitalizar el problema judío para reflejar en el exterior la imagen de una imagen de una monarquía liberal, buscando respaldo y soporte en las potencias europeas; los gabinetes liberales con ideas librecambistas, piensan que las comunidades sefarditas pueden servir como vehículo de expansión económica y comercial a través del Mediterráneo. Moret intensificó las relaciones exteriores, dando lugar a los primeros intentos de acercamiento a los judíos españoles exilados a través de entidades culturales que sirvieran de soporte a las actividades económicas. Los intentos de acercamiento a los sefardíes por parte de los liberales y las reservas de los conservadores a este respecto, estarán siempre presentes en la relación con los descendientes de los judíos expulsados en 1492. Esto dio lugar a multitud de polémicas en toda clase de instituciones, criticando o apoyando las acciones de los distintos gobiernos. Como se ve, las distintas posturas ante el problema judío tienen hondas raíces en la historia española, emergiendo una vez que un factor desencadenante las hace aflorar. Curiosamente, la explosión del antisemitismo en Rusia (pogromos de 1881 y 1882), dio lugar al primer acercamiento real entre España y los judíos europeos, aunque ya se había producido años antes por medio de los judíos norteafricanos. La política exterior del gobierno español en el poder en 1881, se manifestó intentando un acercamiento a las comunidades sefarditas europeas, abriéndoles las puertas del país e interesándose por el fenómeno del antisemitismo en tanto que tal.
En 1881, una vez el partido liberal en el poder, el marqués de la Vega de Armijo pide información a los cónsules españoles en Odessa y Kiev sobre los pogromos rusos contra los judíos que se están produciendo en esas zonas. El cónsul de Odessa, José Gómez, confirma la situación antisemita en la zona. Italia y Gran Bretaña tomaron iniciativas para proteger a los judíos que huían del Imperio ruso, pero otros países les cerraron las fronteras: Rumanía y Alemania. El entonces embajador español en Constantinopla, Juan Antonio Rascón Navarro, conde de Rascón, inició una campaña para salvar a los judíos que huían de Rusia a Turquía.
El rey Alfonso XII aprobó y apoyó la idea, para dar idea de la apertura política española ante la opinión europea y mundial. Aparte de ayudarles en su venida a España, Rascón comunicó al gobierno de Sagasta que “España podría utilizar a estos judíos como agentes comerciales y ser representantes de sus exportaciones a estos países de la Europa Oriental y Balcánica y el Imperio Turco, utilizando los elementos comunes que había con esos judíos: la lengua y cultura común”. Además, el embajador español expone un plan a Madrid para que se creen centros culturales, escuelas, institutos para que mantengan viva la lengua española, así como la cultura, para facilitar la reactivación nuestro comercio con aquellos países, que consideraciones históricas y medidas antijudías aparte, tenía las ventajas comerciales de poder proporcionar un contacto regular con los sefarditas asentados en Turquía y Grecia. Se aprobó la vuelta de los que quisieran volver a España, pero con la condición que los interesados se tenían que pagar sus gastos de traslado a España. Aun así, Rascón consiguió que 51 judíos turcos fueran trasladados por compañías extranjeras, que llegaron a Barcelona ese mismo año. Es llamativo que en sus pasaportes no se hiciera referencia alguna a su condición de judíos, sólo turcos, pues todavía el término “judío” tenía en España connotaciones negativas. Esta actuación del gobierno de Sagasta tuvo impacto internacional; el alcalde de Londres, el judío Arthur Mayer, felicita al rey español, lo mismo hicieron periódicos alemanes, británicos “The Standard” y austriacos “La Correspondencia de Viena”.
De nuevo, los sectores conservadores y tradicionalistas criticaron la actuación del gobierno, suscitando una de las más controvertidas polémicas que ha habido en la opinión pública española. Por parte del gobierno sagastino se continuó durante el año siguiente recabando información sobre la situación de los judíos en Rusia, a través del cónsul español en Varsovia, Augusto de Lovenberg, del embajador José María Bernardo de Quirós (marqués de Campo Sagrado), desde San Petersburgo. En 1882, Rascón consiguió que otras 230 personas judías pudieran volver a España. Las gestiones del gabinete de Sagasta en favor de los judíos y su magnificación exterior produjeron en España una intensa reacción en la opinión pública magnificando la posibilidad de su retorno oficial a España y la acogida que aquí podría dárseles, cuando en Europa se recrudecía el antisemitismo. El tema se convirtió en todo un debate nacional, en el que se revisó toda la historia anterior y se analizó la situación del país en el siglo XIX.
El retorno de los judíos a España
La prensa intervino de una manera muy directa, entre la liberal destacaba “El Imparcial”, que dirigido por José Ortega Munilla, era el más influyente y el de mayor tirada, “El Liberal”, de matiz anticlerical y, por último entre los de gran tirada estaba “El Heraldo de Madrid”, vinculado a la alta burguesía. Aparte de estos grandes diarios estaban otros de menor tirada, vinculados bien a sectores concretos de la política y de la sociedad española, partidos políticos o a figuras individuales. Dentro de esta corriente liberal, los principales eran: “El Globo”, perteneciente al partido de Castelar (republicano posibilista), “El Correo”, vinculado al partido que lideraba Sagasta, y “La Iberia” que pertenecía al liberalismo radical. “La Sociedad Económica Matritense”, presidida por Alberto Bosch, felicitó al rey por su decisión y proponía crear colonias agrícolas en diferentes partes de España donde la población fuera más reducida y escaseara más la producción, dando a los inmigrantes judíos la posibilidad de establecerse en esas tierras. En general, la prensa liberal defendía la causa judía, aunque había cuestiones en las que se centraban su preocupación: la condena del antisemitismo europeo, el apoyo a la decisión del gobierno de Sagasta, en los años 1881-82, de repatriar a los sefarditas españoles y la necesidad de un revisionismo histórico sobre la expulsión de los judíos en 1492. La prensa conservadora, lógicamente no estaba a favor estas ideas.
“La Época”, instrumento del canovismo Alfonsino, diario de notables, y dirigido Juan Ignacio Escobar, mantenía una posición selecta con respecto al retorno judío al igual que “La Correspondencia de España”, o “La Ilustración española y americana” que consideraban la expulsión judaica como un componente más de la circunstancia histórica, al tiempo que reconocían el error que supuso la expulsión, así como la aportación hebrea a la cultura española, aceptando, incluso estimulando la venida de banqueros y hombres de negocios judíos a España, pero oponiéndose a la repatriación de los sefarditas. El órgano de expresión de esta corriente fue “El Siglo Futuro”, dirigido por Cándido Nocedal, de tendencia claramente carlista y siempre enemigo de la Restauración, representada por el rey Alfonso XII. También de esa filosofía estaban “El Estandarte” y “El Fénix” y algunas publicaciones de órdenes religiosas. “La Cruz”, revista integrista, que ataca con gran dureza a los judíos alineándose con las corrientes antisemitas europeas. Se creó la distinción entre “judíos de la vieja tradición” y los de “nuevo cuño”, constatado por la presencia en Madrid de importantes judíos extranjeros que tuvieron, junto con algunos descendientes de los que se quedaron en la península, una importante actividad en el desarrollo económico del país y en la solución de los agobios financieros. Desde Alejandro Aguado (banquero), a los empresarios y banqueros hermanos Pereire (Émile e Isaac), pasando por Rothschild, Ignacio Bauer (agente comercial de los Rothschild), Abraham Camondo (banquero, agente de cambio y famoso coleccionista de arte), Daniel Westsvailer (representante también de la banca Rothschild), Alfredo Lowely (director de unos ferrocarriles en Andalucía) y otros que ocuparon un lugar importante en la sociedad y economía nacionales en la Banca, los Seguros, en la construcción de Ferrocarriles y en otros proyectos de industrialización. La prensa conservadora abogaba por la venida de estos judíos y no por la de los refugiados, casi indigentes.
Acercamiento entre judíos y españoles. 1885-1900
En el bienio 1886-87 se produce un nuevo reavivamiento en la sociedad española en torno al posible regreso de los judíos, sobre todo en determinadas instituciones culturales próximas al Gobierno, y se crean organizaciones para el acercamiento de los judíos en conexión con organizaciones europeas. El periodista Isidoro López Lapuya funda el “Centro Nacional de Emigración Israelita” en el que colaboran conocidos periodistas, políticos y miembros de la “Asociación de la Institución Libre de Enseñanza”, organismo que se creó en 1876, siendo Laureano Figuerola su primer presidente, apoyado por un grupo de catedráticos (Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Teodoro Sainz Rueda y Nicolás Salmerón, entre otros), que fueron separados de la Universidad Central de Madrid por defender la libertad de cátedra y negarse a ajustar sus enseñanzas a cualquier dogma oficial en materia religiosa, política o moral por lo que tuvieron que proseguir su labor educativa al margen del Estado, creando este establecimiento educativo privado laico, que empezó en primer lugar por la enseñanza universitaria y después se extendió a la educación primaria y secundaria. Apoyaron y secundaron el proyecto intelectuales de la talla de: Joaquín Costa, Leopoldo Alas Clarín, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Ramón Menéndez Pidal, Antonio Machado, Joaquín Sorolla, Augusto González de Linares, Santiago Ramón y Cajal y Federico Rubio entre otras personalidades comprometidas en la renovación educativa, cultural y social. También colaboraron con el “Centro de Emigración Israelita”, Juan Uña (director general de Enseñanza), Beltrán y Rózpide (abogado de la Cámara de Comercio de Madrid), el diputado Eduardo Baslega y algún banquero.
Se constituyó oficialmente el 30 de noviembre de 1886, publicando sus objetivos: atraer a los emigrantes judíos hacia España principalmente descendientes de familias españolas que fueron expulsados en 1492; publicar información fidedigna sobre los judíos españoles, sus vidas, sus costumbres, ocupaciones; difundir información de España entre los judíos y determinar, con la ayuda de las organizaciones judías europeas, quienes eran los judíos más idóneos para la inmigración, así como proporcionarles ayuda financiera en todas las cuestiones relacionadas con la integración social en España. Como director se eligió al judío británico de origen portugués, Haim Guedalla, y, como presidente honorario a Lapuya, que inició una campaña de prensa que tuvo gran difusión exterior llegando hasta las comunidades hebreas de los Balcanes y del Imperio austrohúngaro.
Desde las propias esferas del Gobierno se alentó como efecto político la creación de estos centros, que tuvieron incidencia e impacto en el extranjero. Determinada prensa judía estimuló parcialmente esta operación, sin embargo, otra prensa, quizá más realista como la “Alianza Israelita Universal”, de Burdeos, aunque valoraba positivamente el apoyo de estos grupos minoritarios, trató de desanimar a los judíos de volver a España por el ambiente hostil que presumiblemente encontrarían desde el punto de vista religioso y social. A pesar de esto, Lapuya anunció en 1887 que 13 judíos procedentes de Brody (frontera de Ucrania con Austria) llegaron a Madrid faltos de recursos y sin dinero, que habían acudido en busca de ayuda. Tenían un aspecto miserable y pobre y no el distinguido de financieros que Lapuya imaginaba. Les ayudó a sus expensas, compadecido por su situación y por miedo a que estos refugiados se echaran a la calle y perjudicaran su reputación. Hizo un llamamiento a los principales periódicos judíos, pidiéndoles fondos para repatriar a su lugar de origen a este primer grupo llegado a España. Antes que recibiera respuesta, llegó un segundo grupo de otros 13 judíos procedentes de Marruecos, en las mismas condiciones paupérrimas que los anteriores. Con la ayuda de amigos y vecinos pudo Lapuya ocuparse de estos grupos, pero de ahí no pudo pasar. Estos judíos tuvieron que regresar a sus países de origen.
En 1891, con el partido conservador de Cánovas en el poder, un grupo de judíos residentes en Odessa, ante un nuevo brote de antisemitismo, vuelven a solicitar asilo político en España. La respuesta española efectuada por el entonces ministro de Estado, Carlos Manuel O’Donnell, duque de Tetuán, fue mucho más restrictiva que los gobiernos de Sagasta: “las leyes españolas no se oponían a que los judíos vinieran a España garantizándoles la libertad de convivencia, pero sin facilitarles socorro alguno ni auxilio de ninguna clase”. A partir de estas fechas los acontecimientos europeos marcaran también la incidencia de la cuestión judía en España. En 1896, Theodor Herzl (periodista y escritor austrohúngaro de origen judío), publica su famoso libro “El Estado de los Judíos” y, en 1897 se constituye en Basilea el primer congreso sionista en el que ya se aborda el problema de la creación de un Estado judío. Desde entonces se celebraban casi todos los años estos congresos. El tema ya adquiere implicaciones europeas lo cual comienza a preocupar a la mayoría de los Gobiernos. Los Gobiernos de corte liberal burgués lo veían como una maniobra de determinados sectores para hacerse con el poder, los Gobiernos absolutistas lo veían como un mecanismo revolucionario por el componente socialista que inspiraba a muchos de sus seguidores, y que tendría la finalidad de derribar a las monarquías de corte absolutista.
El 16 de abril de 1899, el embajador ruso en Madrid, Dimitri Slevich, entrega al jefe del Gobierno español, Francisco Silvela (1843-1905), un documento secreto de su Gobierno en el que expone la situación y los temores de los diversos Gobiernos europeos, y más concretamente del ruso (Nicolás II), sobre el sionismo y pidiendo información al Gobierno de Madrid sobre las posibles actividades de este movimiento en España. El informe giró sobre dos cuestiones: nacimiento, evolución, y finalidad del mismo, y las acciones que habría que llevar a cabo de acuerdo con otros Gobiernos europeos frente al mismo. La oleada de antisemitismo que se desató en toda Europa al final del siglo XIX tuvo su representación más explícita y espectacular en Francia con el “affaire Dreyfus” (El capitán ingeniero politécnico del ejército francés, Alfred Dreyfus, de origen judío-alsaciano, acusado de trabajar para los servicios secretos alemanes, desató una oleada de antisemitismo impresionante en Francia, juzgado y condenado en 1894, fue expulsado del ejército y enviado a una prisión a la isla del Diablo – cerca de la Guayana francesa – aunque el final, después de varios años y juicios, fue totalmente rehabilitado).
Mientras tanto, en Francia, se desarrolló una autentica confrontación en la opinión pública, entre grupos de intelectuales y políticos que se dividieron en torno al “affaire”. La opinión pública española no escapó a esa confrontación; siempre con el tema judío en el trasfondo. Una gran mayoría de la prensa defiende la causa de Dreyfus apoyando a Emilio Zola (“J’accuse”) en su defensa de Dreyfus, aunque ciertos intelectuales, que se habían mantenido un tanto eclécticos en los años anteriores, como Juan Valera (1824-1905) y periódicos como “La Ilustración Española y Americana” ahora apoyan decididamente a Dreyfus. Castelar y “El Imparcial” vuelven a ocuparse del problema judeo-español. El grupo integrista español se alinea con las corrientes antisemitas francesas, destilando un antisemitismo virulento y agresivo. Periódicos como “El Imparcial”, “El Heraldo de Madrid”, “La Correspondencia de España”, “El Liberal” o “El Correo” entran en polémica con otros diarios como “La Fe”, “El Fénix”, “El Estandarte” y sobre todo “El Siglo Futuro”. Conocidos periodistas de la época como Mariano de Cavia, Luis de Bonafoux, Enrique Gómez Carrillo, Arzubialde, Alejandro Sawa, Clarín, etc., toman parte muy activa en el asunto. Es evidente que los enfrentamientos y polémicas sobre el antisemitismo en España, en aquella época, no hacían más que emerger de un caldo de cultivo que ya estaba latente a tenor de los movimientos antisemitas de Europa y que ahora se habían incrementado por las circunstancias en las que se vio inmersa la España del noventa y ocho. La consecuencia del “affaire” con los efectos del desastre del 98, supuso una especie de catarsis en la opinión pública española y en las corrientes regeneracionistas que venían incubándose de tiempo atrás, alcanzaron aquí su eclosión más plena y también afectaron a nuestra relación con los judíos. Este fenómeno se inicia en el nuevo siglo, el siglo de oro del sefardismo español, en el cual los judíos estarán en el punto de mira de los regeneracionistas españoles y a los que consideraban como elementos importantes para la reactivación vital de España después del desastre del 98. Entre ellos, destacará especialmente el Dr. Ángel Pulido.
La penetración española en el norte de África en el siglo XIX comenzó con la guerra de Marruecos (1859-1860), dirigida por el general O’Donnell. La entrada de las tropas españolas en Tetuán el 6 de febrero de 1860 puso en contacto por primera vez a los españoles con un grupo importante de sefarditas. El periodista Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), publica en 1860 “El Diario de un testigo de la guerra de África”, donde describe a la comunidad judía de Tetuán y sus relaciones con los españoles. La opinión antisemita de Alarcón fue, en parte, puesta en entredicho por otros periodistas que siguieron el devenir de la guerra y mantuvieron intensos contactos con los judíos durante el tiempo que duró la ocupación (27 meses). Las tropas españolas socorrieron y protegieron a los judíos, cuyo barrio fue víctima de un asalto por parte de la población musulmana. En 1864, la junta gubernativa de los hebreos de Tetuán, se dirigió al cuerpo diplomático acreditado en la ciudad para que se definiera sobre el trato diplomático que se debía dar a los judíos, basada en el acuerdo logrado con el sultán de Marruecos (Mohamed IV, (1854- 1873)) con sir Moisés Montefiore, barón de Montefiore, político británico de origen judío, según el cual se igualaba ante la ley a israelitas y musulmanes. España se sumó a la idea inglesa de que se debía protestar contra las injusticias cometidas contra los hebreos, aunque no dejó de existir incidentes diplomáticos con los ingleses; es el caso del “Tartana Luisa” que con bandera británica es apresado en aguas de Algeciras cuando comerciaba ilegalmente practicando el contrabando, en el que se demostró palmariamente el comercio ilegal entre judíos de Tetuán y los del sur de España.
Las relaciones de los españoles con los judíos tetuaníes durante la campaña de África se podían considerar como espíritu evangelizador, una prolongación de la Reconquista teniendo un soporte religioso proveniente de las esferas más altas del poder. Ese espíritu se demostró claramente en la protección dada a los hijos de madres judías solteras, con el fin de que pasasen a la comunidad hebrea y se educaran en la religión católica, ya que la idea de considerar a los judíos como infieles y enemigos de la Iglesia Católica era muy corriente en el siglo XIX español, por lo que no es de extrañar las ideas evangelizadoras presentes en el colonialismo español del norte africano, idea proveniente de los siglos XVI y XVII, cuando se producían conversiones al cristianismo. Por otra parte, la protección a los judíos por parte de los españoles venía dada por su propia conveniencia, pues servían de intermediarios e intérpretes a los representantes del Gobierno español. También a los judíos les interesaba esta relación, pues, como contrapartida, los españoles eran sus protectores ante los ataques de los musulmanes a la judería. Se establecen relaciones cordiales entre ambas comunidades, como lo prueba la gran amistad entre el rabino Isaac Bengueli y un grupo de franciscanos.
Los judíos comprendieron la necesidad de actualizar su conocimiento del idioma español. Esta mezcla de protección y proselitismo cultural y religioso acentuó la relación entre judíos y españoles, hasta el punto de que varios profesores impartieron clases en la escuela judeoespañola. Los consulados españoles recibieron la orden de considerar a los judíos como a sus protegidos. En algunos casos esta protección no sólo era física, también legal y judicial (asaltos a juderías, homicidios y agresiones), incluso resolución de problemas entre los propios judíos. La marcha de las tropas españolas supuso un sobresalto para la comunidad judía; muchos de ellos siguieron a las tropas españolas asentándose en Tánger, Ceuta y Melilla dando origen a otras comunidades sefarditas; otros iniciaron una diáspora hacia países hispanoamericanos, especialmente Venezuela, Perú, Argentina y en menor medida Brasil y, otros, movidos por el miedo a las represalias de los árabes, entraron en la península, dando origen a la futura comunidad de Sevilla. A pesar de todo, una importante comunidad judía siguió viviendo en Tetuán, donde la presencia española era muy numerosa: un importante Consulado, un servicio de correos, comisión militar, misión religiosa, con una escuela de niños y una colonia importante de españoles. Durante este tiempo la ciudad sufrió el azote de fiebre y peste tifoidea, que afectaron de una manera directa a la población judía, lo que sirvió de aglutinante entre sefarditas y españoles. El cónsul español contrató los servicios de un médico italiano, pero la ayuda no duró mucho tiempo; no había dinero para pagarle.
Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, se pidió al Gobierno la creación de un hospital de caridad, para lo cual el cónsul entra en contacto con notable judíos que estaban dispuestos a colaborar con una importante cantidad de dinero en unión con la colonia española. El cónsul sugiere y recomienda al Gobierno, que debería apoyar esta idea por el buen nombre y el efecto exterior que tendría para España ante estas comunidades hebreas. Este proteccionismo del Gobierno español a los judíos como arma de proyección exterior, fue a partir de entonces muy normal entre el Gobierno y las distintas comunidades judías existentes.
Aunque los intentos de construir el hospital no llegaron a buen puerto, la posición del Consulado español se puso de nuevo a prueba a causa de otra epidemia que vive Tetuán. Los hebreos ahora son atendidos por médicos del Consulado, que dirige Ramón Lon, que muestra hacia los israelitas una entrega generosa considerándolos como ciudadanos españoles. La comunidad judía agradece a las autoridades españolas esta ayuda y, especialmente la del médico del Consulado, Francisco Palma, dirigiéndose tanto al Gobierno español como a la organización judía internacional más importante de la época “Alliance Israélite Universelle” elogiando la labor del médico del Consulado y haciendo referencia a “la ayuda a los descendientes de los proscritos españoles de 1492”. Estos reconocimientos iban acompañados muchas veces, de inicios velados de la obligación española de protegerlos y atenderlos, como una reparación a los malos tratos y su expulsión en el siglo XV. En 1886-1887, el cónsul español en Larache, Teodoro Cuevas, recibió de Moret (gobierno de Sagasta), instrucciones para estimular el desarrollo y creación de escuelas primarias mixtas para musulmanes, judíos y españoles, instrucciones que también envía a las legaciones españolas en los Balcanes, referidas a los judíos, con la intención de difundir el idioma español entre la población judía de origen español. Estos intentos de creación de agrupaciones políticas y culturales, en la mayoría de las veces, no pasaban de buenas intenciones, pero es indudable que se creó una corriente de simpatía a estas ideas, abriéndose paso en las esferas políticas y medios de comunicación, en especial en los de matiz liberal. Destacan en estas relaciones diplomáticas la del cónsul español en Tetuán, José Navarro, que patrocina estos contactos.
El volumen comercial entre España y estas comunidades aumenta. El Consulado español es utilizado continuamente como vehículo de comunicación entre la comunidad judía y la mayoría de las ciudades españolas, así como con Marsella, Gibraltar, Argel, Londres, etc. Otro brote epidémico se desata en Tetuán y ante la gravedad de la situación y ante el número de defunciones se pide con insistencia a Madrid, fondos para la creación del hospital, a cuya demanda, el Gobierno de Cánovas hace oídos sordos. Diplomáticos como Isidoro Millas, Carlos Vidal, Ramón Lon, José Navarro, Teodoro Cuevas, y otros, fueron sensibles a estas situaciones, que no tuvo gran eco en los gobiernos de turno, excepción hecha de Segismundo Moret, ministro del Gobierno de Práxedes Mateo Sagasta.
El idioma español, cuya pérdida fue una de las preocupaciones de diplomáticas de Rascón y políticos como Moret, era uno de los principales instrumentos que debían de servir de vínculo en los esperanzados proyectos de tipo económico y comercial. El antisemitismo era más virulento en las zonas en las que se asentaban las principales comunidades sefarditas, por lo que se inician las emigraciones a Palestina en unas condiciones muy difíciles. Un personaje que destacó de una forma importante en el asunto sefardita fue el Dr. Ángel Pulido Fernández (1852–1932). Senador vitalicio y amigo de Emilio Castelar, desarrolló una intensa campaña de acercamiento a los judíos, pensando que en el acercamiento de los judíos a España habría una base importante para la recuperación económica del país. Se sintió atraído por el problema a raíz del encuentro con un grupo de sefarditas en un viaje por el Danubio en 1882. A través de sus artículos en el diario “El Liberal” y en sus obras “Plumazos de un viajero”, “Los judíos españoles y el idioma castellano”, “Los judíos españoles y la raza sefardí” y “Reconciliación hispano hebrea”, trató de sensibilizar a la opinión pública española, a políticos e intelectuales, de que el acercamiento a los judíos sefarditas sería muy interesante para España y que deberían crearse escuelas e institutos en aquellos países en donde existiera una mayor presencia sefardí, con el fin de potenciar la lengua castellana, al igual que hacían Francia y Gran Bretaña como plataforma para su penetración colonial. Entre estas instituciones estaban la ya mencionada francesa “Alliance Israélite Universelle” y la británica “Anglo Jewish Association”.
Un grupo importante de escritores como Galdós, Echegaray, políticos como Gumersindo de Azcárate, científicos como Ramón y Cajal, entre otros, apoyan la obra de Pulido que en su campaña de sensibilización se dirige, aparte de a la opinión pública, al Ministerio de Estado, a la Real Academia de la Lengua, a las Cámaras de Comercio y a la Asociación de Escritores y Artistas, al tiempo que denuncia la escasa labor realizada hasta entonces por esos organismos. La actividad de Pulido durante esos años fue muy intensa; intervención en el Senado, visita al rey Alfonso XIII, y aunque consigue muchos apoyos en la prensa e incluso de políticos e instituciones oficiales, no logra poner en marcha operaciones de más envergadura, aunque sí consiguió una especial sensibilización hacia el problema sefardita, sobre todo, en las capas cultas y en una gran parte de la opinión pública del país. En cuanto a los sefarditas, se logra el conocimiento por parte de los españoles de los sentimientos de ellos hacia España y, sobre todo, del estado en que se encontraba la lengua española en la mayoría de las comunidades sefarditas. Había de todo entre ellas; desde la nostalgia por la antigua Sefarad, hasta el rechazo por el duro recuerdo de la expulsión, pasando por la indiferencia. Y en cuanto al idioma, también posturas diversas: anticastellanistas o hispanófobos, que rechazaban el castellano; autonomistas o dialectistas defensores del español como lengua autónoma; oportunistas o eclécticos defensores del idioma español, según el lugar y momento; y castellanistas o hispanófilos que querían hacer del español su única lengua.
Como consecuencia de las campañas de Pulido se produce un removimiento cultural en este acercamiento a los judíos sefarditas, pensando que con ello vendría también una regeneración. En 1913, fue creada en Madrid la “Junta de Enseñanza de Marruecos”. Uno de sus miembros, el profesor de la Universidad Central, Sr. Rivera, que visitó Tetuán, Larache y Alcazarquivir y emitió un informe llamando la atención sobre el tema de la enseñanza del idioma español entre los sefarditas, aconsejando persuadir a los hebreos de la conveniencia que les reportaría el españolizar la enseñanza. Gracias a Pulido, se consiguió crear la primera Cátedra de hebreo rabínico en la Universidad Central en 1915, que desempeñó el hebraísta Dr. Abraham Yahuda. Estas iniciativas fueron apoyadas por políticos de distintas tendencias: Alcalá Zamora, Melquiades Álvarez, Antonio Goicoechea, Juan de la Cierva e incluso el rey Alfonso XIII. Esta campaña tenía como soporte de difusión la revista “La Raza”, fundada en 1922, y financiada por Ignacio Bauer, personaje de negocios hebreo, muy introducido en la sociedad madrileña y del que ya hemos hablado.
Dos escenarios importantes ocuparon mientras tanto la situación de los hebreos; entre 1902 y 1909 hubo una gran emigración de judíos a Melilla como consecuencia de los conflictos surgidos en la región oriental de Taza (ciudad marroquí situada al norte del país) por el sultán Muley Mohamed u Bu Amara (“el Yoghi”). Muchos judíos se pusieron del lado del Roghi, que fue el perdedor en el conflicto. Como consecuencia, los judíos (que no eran españoles) fueron perseguidos y en muchos casos asesinados, por lo que no tuvieron más remedio que refugiarse en Melilla, siendo protegidos por el ejército español, instándoles en un campamento en las inmediaciones del actual fuerte de María Cristina, al igual que existía otro de moros.
El otro escenario fue durante las primeras balcánicas (1912-1913) y durante la primera guerra mundial (1914-1918), en Oriente Medio y, más concretamente en Palestina. Una gran parte del Imperio Otomano estaba poblado por cristianos y fue el centro de la lucha entre Grecia y Turquía y, posteriormente, entre Grecia, Bulgaria y Serbia. Todos los judíos de Salónica (Grecia) eran de origen sefardita y sumaban cerca de 60.000 sobre una población de más de 173.000; eran fieles a Turquía, con la que habían mantenido relaciones durante muchos años y temían el fanatismo griego. En 1912, cuando éstos tomaron la ciudad, los judíos fueron víctimas de los griegos y muchos de ellos buscaron apoyo en los consulados extranjeros, entre ellos el de España, dada su ascendencia española. Se dirigen en ayuda al rey Alfonso XIII exponiendo detalladamente su situación legal y sus deseos de ser reconocidos como súbditos españoles. Esta cuestión llega al Parlamento español, que lo acogió con beneplácito y el Gobierno, presidido por el conde de Romanones, se ofreció llevarlas a buen término “cuando la paz llegara a aquella zona”. España, como es sabido, se declaró neutral en la primera guerra mundial.
El Imperio turco (que entre sus posesiones abarcaba toda Palestina) entró a formar parte del bloque de los Imperios centrales junto Alemania y Austria, con lo cual, los Consulados en Jerusalén de Francia y Gran Bretaña, al ser enemigos beligerantes, tuvieron que ser retirados y nombraron como protector de los mismos al cónsul español (Antonio de la Cierva y Lewita, conde de Ballobar, cuya madre era una judía perteneciente a la burguesía vienesa), que al ser país neutral, le obligó a proteger a los súbditos de esos países, entre los cuales había judíos sefardíes españoles. Ballobar desarrolló una ímproba labor humanitaria impidiendo, no siempre, la deportación de muchos de estos judíos a Siria como pretendía el general turco Djamal Pachá. Al final, Ballobar consiguió convencer al general turco que los judíos se instalaran en las colonias agrarias de Galilea. El entonces presidente del Consejo de Ministros, Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones (1863-1950), recibió solicitudes para que el cónsul español en Jerusalén protegiese a los judíos sefarditas: el ya citado Abraham Yahuda, Ramón y Cajal, Gumersindo de Azcárate y el propio Alfonso XIII que escribe al emperador de Alemania, Guillermo II, pidiéndole que fueran respetadas las vidas de los judíos. Ballobar mantuvo contactos a este respecto con Haim Weizman (futuro presidente del Estado de Israel), Max Nordau (escritor húngaro de origen hebreo) y el barón Edmundo Rothschild, entre otros.
El conde de Ballobar fue testigo de la fundación de importantes kibutz así como de la Universidad Hebrea de Jerusalén, mentor de la política que debía seguir el gobierno español en aquella zona estratégica, manteniendo y desarrollando lazos históricos con los judíos sefarditas y actuando como cónsul neutral y elemento conciliador entre cristianos, judíos y árabes ortodoxos. Debido a la neutralidad española, el cónsul tiene que hacerse cargo, además, de los intereses británicos y franceses, de los alemanes y austriacos, al abandonar los diplomáticos de estos países Jerusalén ante el avance del general británico Alenby, convirtiéndose en cónsul general ecuménico representando a todos los beligerantes. Concluida la contienda, las relaciones con los sefarditas cobraron un mayor impulso. En 1920, se creó una institución: la “Casa Universal de los Sefarditas”, que tenía la finalidad de ocuparse de todos los temas sobre los que había escrito y tratado el Dr. Pulido: promover vínculos económicos con la diáspora sefardí, regular problemas políticos y legales con ellos, mantener estrecho contacto con la prensa judía, llevar un censo internacional sobre las comunidades sefardíes y la difusión de la lengua y literatura españolas. Personajes destacados de la institución fueron: el judío Ignacio Bauer, Antonio Goicoechea, Antonio Maura, el conde de Romanones, Melquiades Álvarez, Alejandro Lerroux, Juan de la Cierva, y Alcalá Zamora y como presidente, el escritor judío marroquí, José Farache. Ante la opinión pública, Pulido, tuvo problemas de antisemitismo porque ciertas personas no entendían el interés que él tenía por la raza judía, preguntándose si no era él también uno de ellos. Esto le acarreó serios problemas entre sus amistades y en su relación laboral. Las campañas de Pulido y las acciones humanitarias y diplomáticas dieron en 1922 un salto de trampolín y el Gobierno aprobó un programa de acción cultural más activo; las legaciones diplomáticas españolas en Rumanía, Turquía, Serbia, Bulgaria, Grecia y Egipto reciben instrucciones para la creación de una oficina y nuevas directrices con relación a los sefarditas, prestando, como siempre, especial atención a la lengua y cultura españolas. Sólo Turquía apoyó totalmente la idea, las otras legaciones o no la apoyaron o la desaconsejaron por motivos racistas, como fue el caso del embajador de Bucarest, duque de Amalfi.
En abril de 1922 se volvió a plantear el problema ante el Parlamento. Se querían abrir Cámaras de Comercio en Salónica (Grecia), pero el ministro de Estado, Joaquín Fernández Prida (1865-1942), mostró reticencias a nombrar sefarditas como miembros de esas Cámaras, aduciendo que primarían más los intereses de los sefarditas que los de la Corona Española. Aun así, se creó un clima de acercamiento a los sefarditas creándose la Universidad Internacional de Madrid, con la idea de acoger a estudiantes sefarditas. Con ciertas anomalías jurídicas – como fue el caso del Tratado de Lausana en 1923 en el que se abolió el sistema de capitulaciones, por el que a ciertos residentes en Turquía se les permitía disfrutar de la protección de una potencia extranjera, entre ellos muchos españoles -, el caso fue que el general Primo de Rivera, por decreto de 20 diciembre de 1924, “concedía la nacionalidad española a los sefardíes que pudieran demostrar su origen español” prorrogada hasta 1930. El problema de la nacionalidad fue poco a poco resolviéndose, tomando la opinión pública conciencia de la necesidad de una expansión cultural entre los sefarditas. Por informes se supo que había muchos sefarditas en Constantinopla, Beirut, Alejandría, Salónica, Jerusalén, Serbia, etc., que poco o nada sabían de la cultura y lengua española. Incluso desde los Estados Unidos, se ofrecía mediante empresas hebreas, potenciar los negocios, especialmente los turísticos y editoriales (“Jewish Day”,”Jewish Telegraphic Agency”, “American Hebrew”,”Wester Union”,”Post Telegraph”, ”Associated Press”,”Evening Star”,”Seven Arts Feature Sindicate”), o editoriales como Adolph Rosenberg, J. Silverman, director de la revista “Emanuel”, pero una vez más la autorización para que judíos se instalaran en España se vetó (en carta de Alfonso XIII al embajador en Norteamérica, Alejandro Padilla), aunque se veía con muy buenos ojos el inicio de relaciones comerciales de empresas norteamericanas judías con empresas españolas.
Segunda República
Durante la Segunda República el reencuentro entre judíos y españoles alcanza sus momentos más intensos; Europa empieza a sufrir una de las oleadas más virulentas de antisemitismo que se conocen y los principales líderes republicanos españoles, y muchos intelectuales, ponen especial énfasis en sus declaraciones en la condena del antisemitismo y en el acercamiento a los judíos con motivo de la llegada del nuevo orden republicano; Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Alcalá Zamora, Salvador de Madariaga y Américo Castro. También hubo opositores a esta política de acercamiento; partidos monárquicos, carlistas, integristas católicos, que utilizaron de acercamiento a los judíos contra ellos al vincularles a movimientos disgregadores de la unidad nacional o acusarles de estar vendidos al capitalismo judío internacional o al bolchevismo. El ambiente se complicó aún más hacia el año 1933, cuando los nazis subieron al poder y comenzó el inicio de las persecuciones a los judíos a través de la promulgación de leyes antisemitas en Alemania.
Cara a la galería, la República española desarrollará una política de defensa de los judíos perseguidos, pero esta defensa y las continuas declaraciones de los dirigentes republicanos abriéndoles las puertas con aquello de “aquella que fue su antigua patria” a los judíos perseguidos, generó una oleada de solicitudes y peticiones de entrada en España a través de Embajadas y Consulados en el exterior, cuestión que se quería evitar, pues la entrada masiva de estos judíos crearía más problemas de convivencia y sería un lastre para la ya maltrecha economía nacional. A esto había que añadir la concesión de la nacionalidad española, a la que muchos tenían derecho, propiciaría la entrada por vía legal de muchos de estos judíos, por lo que se optó por ponerles dificultades para evitar la entrada masiva, concediéndosela solo a aquellos judíos destacados en cualquier campo científico o artístico que dieran prestigio al Gobierno republicano, de cara al exterior. Una parte de la comunidad sefardita turca es reacia al acercamiento de la República, debido a que muchos de ellos ocupaban puestos de privilegio en la administración turca o tenían prósperos negocios y como Turquía atravesaba entonces una crisis económica el acercamiento a España podía interpretarse por el gobierno Turco como una doble lealtad.
El gran rabino de Rumania, Sabetay Djacu, le propone a Lerroux la abolición del Decreto de Expulsión, ampliación del plazo de nacionalizaciones, formación de una organización conjunta hispano sefardita, nombramiento de sefarditas como cónsules honorarios de España en Jerusalén, Salónica, Estambul, etc., y la cesión de la sinagoga de del Tránsito de Toledo a los sefarditas, creando un museo hispano hebreo (que se materializó en 1964). La contestación de Lerroux no varió nada con relación a las hechas anteriormente, mostrándose proclive a los comités para el desarrollo de la cultura sefardita y considerando abolido el Edicto de Expulsión debido a los cambios políticos producidos en el país. La comunidad sefardita de Salónica compuesta por unas 60.000 personas, a través del periódico “El progreso de Salónica” también mostró las mismas reticencias que los turcos sefardíes. La comunidad judía de Bulgaria, en cambio, tuvo una reacción positiva. En la importante comunidad sefardita egipcia fue dudosa; no acababan de fiarse en el cambio producido en España, preguntando al embajador español, Carlos García de Cortázar, las eternas preguntas: anulación del decreto de Expulsión, implantación de comunidades hebreas en España, nacionalización, etc.
La República jugaba a dos caras: cara al exterior se magnificaba el apoyo a los judíos, pero en las peticiones de vuelta o en la llegada a España de los judíos, se les ponían muchas pegas. En los partidos opositores al Gobierno republicano también hay síntomas de antisemitismo pues consideraban a los judíos enemigos de las esencias nacionales y portadores de movimientos revolucionarios bolcheviques, comunistas y anarquistas. Aparece el libro antisemita “La civilización en peligro” de Luis Araujo Costa, colaborador de la revista “Acción Española” donde se puede apreciar claramente la influencia de los llamados “Protocolos de los Sabios de Sión” (libelo antisemita publicado por primera vez en 1902 en la Rusia zarista, cuyo objetivo era justificar ideológicamente los pogromos que sufrían los judíos. El texto sería la transcripción de unas supuestas reuniones de los “Sabios de Sion”, en la que estos sabios detallan los planes de una conspiración judía, que consistía en el control de la masonería y de los movimientos comunistas, en todas las naciones de la Tierra, y tendría como fin último hacerse con el poder mundial), que empezaba a difundirse en España. Los grupos monárquicos enemigos de la República, aglutinados bajo el nombre de Renovación Española, utilizaron también el antisemitismo contra los republicanos sirviéndose de la revista soporte de la derecha tradicional “Acción Española” que aglutinaba a muchos intelectuales: el conde de Santibáñez del Río (Fernando Gallego de Chaves, director), Ramiro de Maeztu Whitney, Manuel Bueno, Calvo Sotelo, Antonio Vallejo-Nájera, José Pemartín Sanjuán, Víctor Pradera, Cesar González-Ruano, José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma Ramos, el marqués de Lozoya y José María Pemán, entre otros, que critican con dureza el manifiesto contra el nazismo y fascismo de Unamuno, Marañón, Jiménez de Asúa y varios más.
A partir de 1932 se detecta un fuerte incremento de publicaciones procedentes del carlismo y el integrismo católico que denuncian a los judíos como enemigos naturales del cristianismo y de los valores de la hispanidad. El sacerdote integrista padre Tusquets, director de la editorial que lleva su nombre, publica obras que tienen cierta aceptación en la derecha española: un ejemplo es “Los Orígenes de la Revolución Española” que como antaño, vincula al judaísmo y a la masonería con los propios líderes republicanos. También la editorial “Fax” está en esta línea. Durante los dos primeros años de la Segunda República, el órgano oficioso del carlismo, “El Siglo Futuro” (divulgador del libro “Protocolos de los Sabios de Sión”), acusaba a muchos líderes republicanos de tener sangre judía, como era el caso de Fernando de los Ríos o Miguel Maura. Mientras tanto, la República tiene que definirse sobre el problema de la nacionalidad de los sefarditas a partir de 1932 – que carecían de pasaporte – y cuando muchos de ellos huyen de Alemania tras la subida al poder de los nazis en1933 pidiendo asilo en España, se les suman los que querían salir de Austria, Polonia y Checoslovaquia por la creación de las nuevas naciones creadas y desmembración de otras después de la Primera Guerra Mundial y los procedentes de la Unión Soviética que huían del comunismo de Stalin. El primer gobierno de la segunda República (1931-1933) amplía el plazo concedido por el decreto de Primo de Rivera, para conceder pasaportes a los solicitantes sefarditas hasta febrero de 1933 enviando circulares a los países donde había núcleos sefarditas: norte de África, Oriente Medio (Turquía, Egipto y Palestina), Europa balcánica (Yugoslavia, Rumanía y Bulgaria), Grecia e Hispanoamérica. Durante los dos primeros años, el Gobierno republicano no hizo más que seguir por inercia la política de su antecesor en lo referente al problema de la nacionalización de los sefarditas. El último ministro de Estado de la Monarquía, conde de Romanones, autoriza al cónsul general en Jerusalén para que conceda pasaportes a los sefarditas. Con la llegada de la República, tanto el ministro de la Gobernación, Miguel Maura, como el de Estado, Alejandro Lerroux, no ponen inconvenientes.
La subida de los nazis al poder en Alemania, como se ha comentado, provoca una avalancha de entrada de judíos en España, pero se les empieza a poner pegas y dificultades durante el último tramo del gobierno de Azaña, aunque todavía estuviera vigente la política favorable a los judíos. Una gran mayoría de estos sefarditas se encontraban en Latinoamérica, en países como Venezuela, Cuba o Brasil, siendo muchos de estos judíos procedentes del norte de África y protegidos españoles. La política exterior republicana sobre este asunto no fue siempre unánime y utilizó muchas veces normas puntuales según la circunstancia y la situación de la comunidad de la que se tratase y de sus sentimientos hacia España. La mayoría de las veces la decisión a tomar estaba basada en los informes del diplomático de turno. La ambigüedad sobre esta cuestión generó también en los sefarditas sentimientos contrapuestos sobre las verdaderas intenciones del Gobierno republicano. Especialmente complicadas fueron las conversaciones con las comunidades de Cuba y Venezuela. En Cuba había tres instituciones hebreas muy influyentes: la “Bikur Holim”, la “Unión Israelita” y la “Unión Hebrea”, siendo la primera una de las que con más tenacidad solicitaba la nacionalidad, invocando el cambio de régimen en España y la injusticia de la expulsión en 1492. En Porto Alegre (Brasil) había otra comunidad sefardita importante, pero a pesar de las solicitudes del cónsul para conceder los pasaportes, el gobierno de la República no concede la nacionalidad a los solicitantes aduciendo que el plazo había vencido en exceso.
Mientras tanto, la institución cultural judía francesa “Alliance Israélite Universelle” hacía campañas de captación para la cultura francesa. Pero quien más se oponía a la vuelta de los sefarditas a España, era el propio movimiento sionista, que hacía una labor de atracción de sefarditas con destino a la creación del futuro Estado de Israel. En el resto de países europeos: Suiza, Estonia, Letonia, Lituania, Gran Bretaña y Holanda, las solicitudes de nacionalizaciones de judíos fueron más escasas. En Oriente Medio, sobre todo en Egipto, había tres entidades culturales muy vinculadas a España, en los que había muchos sefarditas: el “Centro Comercial Español”, la “Agrupación Republicana Española” y la “Escuela Española”. Aquí el gobierno republicano fue siempre proclive a establecer un sistema de protección lo más amplio posible. Otra comunidad sefardita muy importante fue la de Jerusalén.
1931-1933. La República española toma una posición bastante clarificadora cuando en el seno de la Sociedad de Naciones (creada a raíz del Tratado de Versalles y antecesora de la actual ONU), se plantea en 1933 la emigración de judíos a Palestina que huían de las persecuciones del nazismo, pero que podrían crear problemas con la mayoría árabe, allí asentada. España apoyó la protección de las minorías judías, destacando en estas negociaciones el diplomático Salvador de Madariaga. Las relaciones de la República española con la Alemania nazi fueron un tanto reticentes en este aspecto, en especial cuando se nombran embajadores en Berlín, como es el caso de Luis de Zulueta (1878-1964), que había sido defensor a ultranza de los judíos en la Sociedad de Naciones. Tema curioso, totalmente politizado, fue el de Albert Einstein; el científico judío que ya había estado en España en 1923 dando conferencias en Madrid, Barcelona y Zaragoza y que su estancia tuvo un eco importante en casi toda la prensa.
El gobierno de la República montó una operación de propaganda pues se había creado una cátedra de Física expresamente para él. A mediados de 1933 Einstein se encontraba en los Estados Unidos y ya no podía entrar en Alemania, a causa de las leyes raciales nazis, por lo que se establece temporalmente en Bélgica. A partir de ese momento comienza toda una operación para traer al físico a España, en la que intervinieron el entonces embajador en Londres y amigo personal de Einstein, Ramón Pérez de Ayala, el entonces ministro de Instrucción Pública, Fernando de los Ríos, y el profesor de hebreo de la Universidad Central, Abraham Yahuda (que curiosamente defendía la idea de que no se debería repatriar a los sefarditas en general, sólo a aquellos que pudieran ser de algún interés para la economía o cultura española). El científico estuvo en un principio interesado en venir a España pues en 1933 el Consejo de Ministros le creó una cátedra de física. Los contactos se mantuvieron durante 1934. Einstein no rechazó totalmente la idea para salvar su situación de emergencia en Bélgica, al prometérsele además, la creación de un instituto de investigación que llevaría su nombre y que él dirigiría. Las continuas dilaciones del Gobierno español, anunciando a bombo y platillo la venida de Einstein en la prensa, buscando un efecto exterior que respaldara su política, no coincidía con la realidad. El alemán no acaba de llegar a un acuerdo con las autoridades españolas porque en el fondo se barajaban otro tipo de intereses. La República buscaba un impacto exterior que magnificase su política de apoyo a los judíos con la venida de Einstein, al tiempo que en el interior se difundía la idea de que la venida del judío (cubierta a grandes titulares por “The Times”, y el “The New York Times”) serviría para reparar el gran error histórico de la expulsión de 1492. La situación no era muy propicia, tanto para Einstein, como para otros judíos científicos alemanes que deseaban instalarse en España, pero mientras éstos no consiguieran situarse en universidades británicas o norteamericanas (inicialmente se iban a acomodar en España pero con el miedo español de que fueran reclamados por otras universidades europeas o americanas), la oferta española no se cerraba, manteniéndose la situación hasta comienzos de 1935. Los problemas políticos eran tales que tenían absorbidos a los españoles y el proyecto no se materializó. Durante la Guerra Civil española, Einstein, fue un acérrimo defensor del bando republicano, en los Estados Unidos donde al final fue a residir.
Mientras tanto, el antisemitismo en los años 1934 y 1935 va en aumento y la presión de estos judíos sobre las Embajadas y Consulados en Europa que eran limítrofes con Alemania sigue aumentando. Ante los obstáculos del Gobierno, surgen organizaciones clandestinas encargadas de pasar judíos a España, la mayoría dirigidas por un despacho de abogados franceses (André Pop). Se insertaban anuncios en “Le Petit Parisien”, dirigida a los judíos que llegaban de Alemania, especialmente los indocumentados, cobrándoles entre 15.000 y 20.000 francos. Algunos judíos funcionaban sobre la base de la corrupción de los funcionarios españoles de la frontera, especialmente en Cataluña, llegándose a formar una importante comunidad hebrea de este origen en Barcelona. Las logias masónicas fue otra puerta de entrada a los judíos que deseaban entrar en España. Intervienen la Gran Logia Valle de Tetuán, el Gran Oriente de Madrid, la Gran Logia Simbólica de Levante, el Gran Consejo Federal Simbólico Los Valles de Madrid, la Gran Logia Dax de Marruecos, la Logia La Saguesse, la Logia Renovación y Valle de La Línea, creando el Comité de Socorro para los judíos. Estas logias ante las dificultades españolas dada la crisis económica, proponen instalar comunidades judías en las colonias de Guinea o Fernando Poo, donde – pensaban – podrían desarrollar actividades comerciales. España se convirtió en un escenario que a la vez era refugio de judíos, algunos comunistas y revolucionarios y, también en un campo en el que los nazis, seguían las actividades de los mismos.
1934-1936. En marzo de 1935 hubo un acontecimiento que tuvo gran impacto entre las comunidades sefarditas: el 800 aniversario del nacimiento en Córdoba del médico, rabino y teólogo judío Moshé ben Maimón (1138-1204), más conocido como Maimónides. Este hecho, en la fase final de la República, provoca una de las mayores catarsis en el reencuentro entre judíos y españoles: se organizaron grandes eventos culturales, exposiciones, interviene el Gobierno y las principales organizaciones sefarditas del mundo entero, pero detrás de toda esa retórica, está la realidad de los hechos, pues aunque despierta un gran interés propagandístico, los judíos siguen presionando por la concesión de su nacionalidad. En Alemania se estrecha cada vez más el cerco sobre los judíos, que siguen llamando a las puertas del gobierno de la República y, éste sigue haciendo declaraciones grandilocuentes que vuelven a generar otra oleada de solicitudes de entrada en España. El mismo ambiente con respecto a los judíos continua igual cuando el Frente Popular gana las elecciones de 1936 y, desde el punto de vista exterior se continúan solicitando las nacionalizaciones de muchos sefarditas.
El nuevo gobierno consiguió que los sefarditas que residían en Grecia no tuvieran que hacer el servicio militar, del que estaban exentos, pero fracasó en solucionar los problemas que los sefarditas residentes en el Marruecos francés tenían; en la Conferencia de Madrid de 1880, el sultán podía conceder la ciudadanía a sus súbditos extranjeros, los sefarditas de aquella zona eran reconocidos como protegidos españoles manteniendo sus leyes y sus tribunales, pero a partir de 1935 el sultán exigió a todos los extranjeros que pasaran a convertirse en sus súbditos lo que incluía a los judíos españoles que querían evitarlo para no verse afectados por los pogromos árabes y mantener sus estatus de protegidos españoles. Las negociaciones continúan, los sefarditas presionan y exigen la resolución de sus problemas, pero todo se paraliza por el Alzamiento Militar del 18 de julio de ese año. Según el historiador alemán Manfred Böcker, en aquella época, había cuatro fuerzas políticas importantes con carácter antisemita: el catolicismo social de la CEDA (Gil Robles), el carlismo reunificado, los monárquicos Alfonsinos de Renovación Española y la Falange, siendo esta última la más activa por la influencia del nazismo alemán, siendo Onésimo Redondo el personaje que más conecta con esta corriente, ya que en 1932 publicó en el semanario “Libertad” los famosos “Protocolos de los Sabios de Sión”.
A partir de 1933 en adelante, los ataques a los negocios de los judíos en Alemania son permanentes; en España, al no haber comunidades judías de entidad suficiente para desencadenar ese sentimiento, no alcanzaron esa virulencia, pero los escasos negocios que aparecen (en 1934, los judíos suizos Henry Resisenbach y Edouard Worms fundan los almacenes SEPU en Barcelona y Madrid, la productora judía Iberia Films vendía películas a Hispanoamérica) son ya el blanco de determinados grupos falangistas, exhibiendo un gran mimetismo con el nazismo alemán. Desde el diario falangista “Arriba” se somete a un continuo acoso a estos almacenes invocando siempre la condición de judíos de sus fundadores. Ni la República fue tan projudía ni el franquismo tan antisemita. Sí que lo fueron en cuanto a sus manifestaciones exteriores, debido al alineamiento político o “realpolitik” que dictaban las circunstancias que se estaban viviendo. Los dos bandos, muchas veces, actuaban según la conveniencia del momento y toda una gama de posiciones intermedias se producían según depararan los acontecimientos. La intelectualidad judía occidental, fue en general, proclive a apoyar al bando republicano, basada en que tenían un enemigo en común: el fascismo y el nazismo, pero también es cierto que la República estaba sostenida en su lucha contra el franquismo por comunistas, anarquistas y otros grupos revolucionarios que no tenían las simpatías de núcleos importantes de judíos.
Algunos judíos norteafricanos del protectorado español y otros del norte de Italia tomaron partido por el bando franquista, obligados y otros de “motu propio”. Incluso Franco fue felicitado por el conocido líder sionista Wladimir Jabotinski (1880-1940), muy implicado entonces en la creación del Estado de Israel y en su lucha contra el Imperio británico. En el interior del país las comunidades judías eran muy pequeñas y rápidamente se diluyeron ante las proclamas de antisemitismo de los grupos políticos que apoyaron al bando franquista, y pasaron al anonimato. Las comunidades judías del protectorado mantenían relación con los militares españoles ya desde la época colonizadora – protegiendo a los judíos de los ataques musulmanes, como ya se ha comentado – y eran abastecedores y suministraban a las tropas españolas de gran parte del avituallamiento, antes de estallar la Guerra Civil. Al estallar ésta y decretarse el estado de guerra, las comunidades judías, especialmente las de nivel económico más elevado, pusieron prácticamente su patrimonio a disposición de la fuerzas sublevadas por varios motivos: las instrucciones de los militares rebeldes ejercieron un control estricto de la población y por tanto no les quedaba más remedio; el bando republicano en muchas partes estaba sostenido por anarquistas, comunistas y otros grupos radicales que defendían una política colectivista y antiburguesa, de la que serían víctimas algunos de estos judíos y, por último estaba el grado de amistad que unía a estos notables judíos con las autoridades militares.
Dentro de estas comunidades judías había miembros que pertenecían a federaciones socialistas y a determinadas logias masónicas; algunos de ellos fueron fusilados por esta condición, que ejecutaron determinados grupos falangistas. En la zona occidental del protectorado había comunidades hebreas importantes en Larache, Alcazarquivir, Arcila y Villa Sanjurjo. Las donaciones contra combatir el paro efectuadas por los judíos de la zona se publicaban en los periódicos a favor del Alzamiento: “El Heraldo de Marruecos” y “El Popular” y que estaban en torno a las 100 pesetas. También había aportaciones directas al Ejército español en donde la aportación judía aumentó a un ritmo creciente. En agosto del 36, los mandos militares pedían ayuda cada día de una forma más apremiante y ante esta presión, las comunidades judías incrementan su aportación, destinada ahora al vestuario cívico-militar. Algunos donantes judíos fueron: Abraham Medina, José Albilbol, las familias Benchimol y Emergui, Jacob Toledano, Amram Tapiero, David Cohen, Marcos Hasan, Isaías Chocron, etc. José Mursuyef (donante), jefe de la comunidad hebrea de Larache, jugó un papel muy importante en la relación con los militares españoles. El 19, 20 y 21de agosto de ese año se descubrieron varias logias masónicas en Larache que suman unas 100 personas de los más diversos oficios y profesiones; abogados, militares, comerciantes, etc., entre ellas, 17 judíos. Se supo que Moisés J. Moryusef, presidente de la comunidad judía de Larache, personaje muy conocido y relacionado con las autoridades españolas que dominaban la zona y que colaboró activamente con ellos, estaba incluido en la lista de masones descubiertos.
Días después, la comunidad hebrea de Larache inicia una serie de manifestaciones públicas a través de la prensa de la ciudad, esgrimiendo y magnificando su apoyo al bando nacional, posiblemente para evitar cualquier reacción de grupos falangistas. Las comunidades judías de Alcazarquivir y Villa Sanjurjo también despliegan campañas de apoyo al bando nacional. En 1937 las comunidades hebreas siguen haciendo donaciones al bando nacional, y aportan cantidades para la compra de un navío acorazado ,“España”, y en la conmemoración del Alzamiento militar, en julio, el Consejo israelita regala un coche a la Falange española, al igual que en 1938 los judíos colaboran para costear el campamento de flechas de la Falange.
La inercia de la propaganda del bando nacional le lleva a difundir conductas antisemitas que llegaban al mismo protectorado, dándose la extraña paradoja de que había una colaboración y ayuda al bando franquista por parte de los judíos y viceversa, una protección a los mismos por parte de los militares sublevados, y aun así, planeaba esta propaganda antisemita, más bien de cara al exterior; hasta el punto de que en la prensa de la zona peninsular controlada por los sublevados, se citaban en esta propaganda los nombre de los judíos y, en el norte de África, que era donde más había, se ignoraban y se convivía con ellos. Una cosa era la propaganda política y otra la realidad de los hechos, como lo demuestra el hecho de que en el periódico falangista “Azul” publicado en Villa Sanjurjo se podía leer el 30 de mayo de 1937: “Crearemos campos de concentración para vagos y maleantes políticos; para masones y judíos, para enemigos de la Patria, el Pan y la Justicia. En el territorio nacional no puede quedar ni un judío, ni un masón, ni un rojo”. Era la técnica maniquea en el trato a los judíos, con propaganda antisemita por un lado y a la vez, protegiéndoles.
Una vez más se demuestra que al tener el control de los gobiernos liberales del siglo XIX, la masonería, como instrumento, del judaísmo, dejan entrar a judíos.Luego en el siglo XX, algunos de esos judíos, apoyarían al marxismo, todos unidos, masonería y marxismo para descatolizar España. Este que escribe el articulo, es ignorante o se hace, pues los Protocolos de sabios de sion, es un gran libro, que denuncia, los planes de dominación mundial del sionismo y masonería, y que ya están cumplidos, al menos en un 95 %, de lo que dijeron, pero los escritores Cripto judíos, como éste,… Leer más »
Sr. El Carlista: soy el autor del artículo. La mayor parte de los escritos de los “Protocolos de los Sabios de Sión” fueron plagiados del libro “Dialogue aux enfers entre Machiavel et Montesquieu” (‘Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu’), escrito por el autor satírico francés Maurice Joly en el año 1864. Joly atacaba las ambiciones políticas de Napoleón III utilizando a Maquiavelo como una sinopsis diabólica en el infierno, como un doble de sí mismo para poder dar su opinión acerca de Napoleón. Joly mismo parece haber copiado material de una popular novela de Eugène Sue, “Los misterios… Leer más »
En primer lugar decir que los sefarditas nada tienen que ver con los askenazis/jazaros, (éstos últimos actualmente representan el 95% de las personas que se hacen llamar judíos.) ya que el pueblo jázaro es de origen ario y según estimaciones el 90% de ellos se consideran ateos. Es decir, que no son judíos ni racial ni religiosamente. Igualmente sus antepasados jamás residieron en Palestina sino en Jazaria (región situada entre Rusia y Turquía). Simplemente eligieron al pueblo judío como su base de operaciones. Pero una cosa es incuestionable, y es su agenda para con la humanidad. Suponiendo como ud dice… Leer más »
Gracias por su comentario Sr. Pozi. Soy el autor.
Efectivamente los judíos “askenazis” nada tienen que ver con los sefarditas. Los primeros se originaron en la zona de Polonia, Alemania, Ucrania, etc.
La falsedad de los documentos de Sión, no lo digo yo, lo dice el autor al que hago referencia (Isidro González), wikipedia y otras obras sobre el judaismo.
Un saludo.
Sr. J.Alberto Cepas: le pido una disculpa por haberle insultado, retiro el insulto, pero como los que piensan como yo, estamos ya tan hartos de que se nos discrimine, y que no se nos deje hablar, ni dar las opiniones, sobre el judaísmo, ni nos llaman a radio, ni TV. ni aceptan nuestros escritos en periodicos pues ellos esconden algo, y tienen el poder de los bancos Mundial, F.MI, Banco europeo, y otros, por eso a veces reaccionamos así, pero le pido perdón. Ahora le diré que yo ya estaba informado, de Dialogos en el infierno, pero los protocolos, aunque… Leer más »
Sr. El carlista: disculpa aceptada. Precisamente en este diario digital se puede comentar todo lo que desee, hablar de todo lo humano y divino, estar o no de acuerdo, bien con el articulista, bien con cualquier comentarista, criticar a quien desee, expresar sus opiniones, sus acuerdos y desacuerdos, pero siempre con la educación por delante; es decir, entre otras cosas, sin insultar a nadie. Si usted es antijudío, me parece muy bien y correcto. Es una opinión como otra cualquiera, independientemente de que yo lo sea o no. Siempre respetaré sus opiniones. No le quepa duda alguna. Hablando de judíos… Leer más »
Sr. Jose Alberto C. : Bien sabemos que este diario, es la excepción, en cuanto a poder escribir. Le digo que no soy antijudío, soy antisionista, y me gusta denunciar las trapacerías económicas y conspiraciones de esa gente. Yo he conocido, gente que sus abuelos eran judíos de religión y raza, y sus nietos, ya conversos al catolicismo, están de mi lado, y piensan como yo. También se dice, que los mejores luchadores para denunciar ,la conspiración, son personas de orígenes judíos, pero ya católicos, entre esos se encuentra Vanunu Mordekai, científico, converso al cristianismo, que denunció a Israel, que… Leer más »
Me parece bastante raro que en su articulo silencie la voladura del Hotel Rey David por parte de terroristas judíos, donde murió el Sr. Salazar cónsul de España en los Santos Lugares y su familia que celebraban un cumpleaños, también me gustaría que se diera un paseo por Youtube. Y marque los vídeos sobre “Inquisición”, sobre “Historia de España” o sobre la “Conquista de America” para que vea los comentarios q
Me parece bastante raro que en su articulo silencie la voladura del Hotel Rey David por parte de terroristas judíos, donde murió el Sr. Salazar cónsul de España en los Santos Lugares y su familia que celebraban un cumpleaños, también me gustaría que se diera un paseo por Youtube. Y marque los vídeos sobre “Inquisición”, sobre “Historia de España” o sobre la “Conquista de America” para que vea los comentarios que nos obsequian esos amigos.
Confunde usted el atentado al Hotel Rey David y la voladura del Hotel Semiramis el 5-1-1948. En este último murió el cónsul adjunto de España en Jerusalén, Sr. Allendesalazar. R. I. P.
El carlista, escribir un articulo con abundante informacion y tan cronologico, y además comprensible para personas no tan letradas como yo, no es algo que pueda hacer nungun tonto, mas bien debemos agradecerle al autor el tiempo que se ha tomado para elaborar tan detallado articulo que es una gran leccion de historia
Muchas gracias por sus amables comentarios Sr. BOIRA_A.
Un saludo.
José Alberto Cepas:
Escribir un artículo sobre los judíos españoles de manera tan detallada y cronológica no es algo baladí, no es tarea fácil. Usted lo ha hecho de manera magistral y brillante amigo mío. Insisto, esta “conferencia” sobre Historia de España, podría impartirla en cualquier Universidad de primera fila, con un existo asegurado. La cantidad de datos, fechas y nombres que ofrece en su “conferencia” por escrito, hace de su trabajo un documento para enmarcar.
Es todo un lujo contar en este medio con un historiador como usted.
Mi más sincera enhorabuena.
Sr. Román: Muchas gracias por sus alabanzas. No las merezco.
Un abrazo.
Sr. Carlista esta usted influenciado por la propaganda antisemita que se propaga con distintos nombres,entre ellos antisionismo. Todo lo que ha dicho comenzando por los Protocolos de los sabios de de Sion no son mas una bola de mentiras. Los judios no son conspiradores y todo lo que quiren es vivir en paz como los hacemos ahora en nuestra patria,trabajar, progresar, estudiar, y seguir dandole al mundo que tan bien supimos y sabemos hacer, descubrimientos cientificos en todos los ramos de la ciencia.
Que tenga usted un buena vida lejos del odio, la mentira y el resentimiento.