Por A. Robles.- La debilidad de los órganos vitales produce en la biología colectiva, como en la humana, además de la anemia enervadora, el desarrollo de unos cuantos gérmenes morbosos que existen larvados en las más rotundas naturalezas.

Un régimen político que adolece de vías capaces de afectar a la esencia de nuestra civilización y nuestra cultura, malogra todas las abnegaciones y el fruto de las más excelsas cualidades de cuantos pretenden servirle, e infunde alientos revolucionarios a todos los enemigos del orden mundial que brotó del humanismo cristiano.

La estulticia de las democracias liberales ha traído consigo la lenidad de los tribunales de Justicia, el latrocinio de los políticos, la inmoralidad de los funcionarios, el desbarajuste económico, la penuria de los trabajadores, la multiplicación de los atentados contra la propiedad y la vida ajena, la procacidad periodística, el empobrecimiento cultural, la anemia espiritual y el general desasosiego, que nos hace clamar por una autoridad moral y eficaz, aún cuando para lograrla se hayan de sacrificar temporalmente algunas garantías ciudadanas.

Si el supremo arte de gobernar consiste en mantener el orden y la armonía compatible con un amplio margen de progreso y libertad, un poder civil que no conduce a ello, sino que nos lleva a una situación de ineficacia y postración del Estado, sin ningún juicio sobre las causas incidentes, es un poder fracasado.

Muy pocos negarán la evidencia de una degradación notoria de la situación española y europea, que empieza a alcanzar niveles dramáticos. Pese a la brutal labor disuasoria que ejercen las televisiones y las ideologías tradicionales, cada día más europeos sienten la urgencia de medidas correctoras que permitan regenerar la situación. Desde aquí hemos abogado siempre por la recuperación de un verdadero propósito nacional, que sea capaz de introducir un cambio cualitativo en el clima moral de nuestra sociedad, que permita resolver con urgencia, sacrificio y grandeza, las graves cuestiones que condicionan en este momento de la historia, y fatalmente, la organización de una convivencia esperanzada y basada en valores europeos, que no son ni podrán ser nunca los valores islámicos.

Cuando parecemos abocados a una tragedia sin precedentes (nada menos que la conversión de Europa en un continente islamizado y su consiguiente baño de sangre), se hace urgente recuperar la autoridad moral de los gobernantes y el ejercicio de su acción política en un ambiente de honor y de rectitud, de fidelidad a la historia, al servicio de las distintas patrias europeas y de un sistema de libertades que respete la pluralidad en el ser y en el sentir, pero sin que ello menoscabe o ensombrezca el valor innegociable de nuestra tradición cultural.

En esta terca fascinación de los políticos/chamberlaines europeos, traidores y cobardes, por minimizar el peligro del terrorismo islámico hallaremos algunas de las claves del euroescepticismo que se ha instalado en una parte de nosotros. No confío en esta Europa porque esta Europa ha dejado de creer en el valor moral de nuestra civilización sobre esa otra anclada en el medievo e incapacitada para nada sobresaliente.

Este caso nos ha vuelto a revelar que siempre habrá políticos europeos que presten el prestigio de sus cargos para manipular a la sociedad como peonada a favor de una multiculturalidad tan engañosa como la actual, cuando, de un análisis imparcial, la causa de que el mundo aún libre sienta pender sobre su cabeza la espada del terrorismo es simple y llanamente consecuencia de la ideología islámica que inspira a miles de potenciales terroristas.