Alberto Fabra

Irene Calais.- Sigo con atención el serial de artículos de Enrique de Diego sobre la taimada personalidad de Raquel Calvo de la Fuente, que viene siendo un lugar común de todas las inspectoras de Hacienda en este país.

Recuerdo en mis tiempos de estudiante en la Facultad de Derecho como muchas de estas niñatas, que no sabían hace la o con un canuto, y que tenían, algunas de ellas, menos sesera que encantos femeninos y otras, llevaban el carnet del PSOE o del PP en la boca, como, pasado el tiempo, se han ido situando estupendamente en el sector público. Una servidora, sin embargo, con un magnífico expediente y una carrera trabajada, al no pertenecer a ninguna de estas dos facciones, me ha tocado trabajar duro en cosas reales y tangibles, sin sangrar al contribuyente. Saliendo todos los días a vivir con esfuerzo para pagar a tanto parásito, a comprar y vender, y a calibrar la asunción de RIESGOS, palabra mágica de la que toda esta caterva parasitaria huye.

Todas viven estupendamente soportando, calentitas y a buen recaudo, las inclemencias de la economía, porque a final de mes sólo por haber sentado su cochino culo, como tan graciosamente ha definido De Diego, les cae el maná del cielo convertido en una sustanciosa cantidad de euros. Es curioso el alto porcentaje de abogados del Estado, notarias, inspectoras y subinspectoras enchufadas en la política y en la Administración pública que salieron de mi promoción, sobre todo si tenemos en cuenta que al acabar primero de Derecho solamente seis personas, entre las que me incluía, habíamos aprobado todas las asignaturas. En fin, ya saben ustedes, queridos lectores, de dónde todo esto salía: primas, hijas, sobrinas y demás parentela…Oposiciones amañadas, de las que se conocían las preguntas y las respuestas. Amantes de profesores colocadas en los departamentos. Amantes de políticos que hoy día son alcaldesas. En fin…

¿Qué quiere decir todo esto, mi querido amigo De Diego? Pues ni más ni menos que esta gente está dispuesta a matar con tal de sobrevivir, que son las mercenarias del sistema y por eso si a Raquel Calvo de la Fuente su jefe le dice que se tire por la ventana no dudará en hacerlo.

Todas estas raqueles o raquelillas, que no hijas de Raquel Meyer, aquella fantástica actriz, son las brujas del aquelarre fiscal, justicieras y marisabidillas, que han decidido que mientras haya un euro en el bolsillo de los ciudadanos, ellas no van a pasar hambre, ni van a dejar de irse de vacaciones, por eso han acatado celosamente la consigna, inconstitucional, por supuesto, de ese político que ha terminado de enterrar al PP en la Comunidad Valenciana, según todas las encuestas últimas, que se llama Alberto Fabra.

Fruto de un mal sueño de verano, Fabra el día 1 de agosto de 2.013 decide que sus numerosos gastos superan sus ingresos y para ello no duda en atemorizar a la población con una actuación fanática de terrorismo fiscal. El caso de tu amiga, Enrique de Diego, no es un caso aislado.

El otro día, un conocido médico me comentó que su hermana, que tenía una peluquería, que había quebrado, había decidido renunciar a la herencia de su padre, que era precisamente el establecimiento donde residía su negocio, por no poder hacer frente a la cuantiosa suma que suponía la modificación del impuesto del 1 al 25%. Pero ahora tenemos que tragarnos la burda patraña del mentiroso señor Rajoy, conocido en Alicante como el mandarinero, y ya saben ustedes porqué, por su extensa plantación de mandarinas, que esconde tras testaferros, al cual no se investiga, por supuesto, que ha bajado los impuestos. Mentira.

Ellos no saben lo que significa bajar impuestos. Sus sucios culos están engrasados de sedentarismo de despacho como para saber cuál es la realidad. Van de la mesa del trabajo a la mesa del bareto de turno a tomar cafelitos y, mientras tanto, a conspirar contra el sufrido contribuyente, contra el honesto padre de familia, contra la pobre mujer que ha dejado sus coronarias luchando contra el sistema, contra el pobre empresario que se ha desangrado con sus vaivenes de ivas y venías.

Por tanto, propongo, primero, acabar con estos agosteros de la economía, con estos chupasangres que no han hecho más que maniatar la función empresarial, con estas raqueles a las que hay que volver a examinar, y ver si saben o no saben la lección; la lección de que es el ciudadano quien les paga y que no pueden matar a la gallina de los huevos de oro; y si es verdad, como comentan fuentes solventes, que consigo de malas maneras su plaza, que se vaya a la puta calle y que deje de atormentar a mujeres con hijos enfermos, a viudas desprotegidas que necesitan las herencias de sus difuntos maridos, porque es el atento más sagrado contra el orden natural. Y si no saben el abc de la democracia, habrá que tirarlas a la calle.

Para ello, segundo, propongo la creación de un Plataforma de afectados por el terrorismo fiscal que vive este país, un terrorismo fiscal callado, del que no se habla, en el que se quiere hacer cómplices a los jueces, los únicos funcionarios que conservaban su dignidad, haciéndoles partícipes de una conspiración ejemplarizante y condenatoria, mucho más que la delictual para una pobre mujer, cuyo plazo voluntario ha precluido por circunstancias totalmente ajenas a su voluntad. Tercero, que sean los jueces quienes empiecen a escuchar al ciudadano o de lo contrario que se atengan a las consecuencias de lo que supone distorsionar la división de poderes, que lean el primer capítulo de “La teoría pura de la República”, de Antonio García Trevijano, y recuerden que a las servidoras, a las raqueles de entonces, de las mafias del sistema, en tiempos de la revolución francesa se las ajustaron las cuentas con el invento de Monsieur Guillotin.