Antonio Cafiero, que en paz descanses
José M. García Rozado/Argentina.- “Por su lealtad a la democracia nos perdimos un gran presidente…” confeso emocionado Raúl Ricardo Alfonsín. Creo que, personalmente, me equivoqué en 1988 al optar por Carlos Saúl Menem; pero Antonio “el viejo y querido Antonio” fue un hombre de su tiempo con grandezas y con bajezas u errores –si nos molesta aquella otra palabra-, acompañó a Perón y también supo abandonarlo. Las diferencias y los acuerdos entre “el viejo y nuevo Antonio” conmigo, fueron múltiples y variados, pero “Don Antonio, o el viejo y querible Antonio” superan todas ellas. ¡Te voy a extrañar querido y criticado Antonio Cafiero, que Dios te tenga a su lado!
Qué difícil es realizar el obituario del entrañable y discutido “Don Antonio Francisco Cafiero”, el “viejo” o el “tano”, para alguien como yo que supo quererlo y apreciarlo, pero que también supo criticarlo y hasta enfrentarlo políticamente. Me queda aún hoy el sabor tierno de las tardes de charlas en el 6º piso de Gorostiaga, o sus cumpleaños en la “capilla” de su vieja e histórica casona de San Isidro. Los encuentros en Navarro acompañando las campañas del peronismo bonaerense, o los de La Plata durante su gobernación, plagada de confrontaciones entre dos de sus hijos –Juampi y Mario- que lo llevaron a cuasi renegar de haberlos integrado a su gobierno. Antonio fue “un hombre y un político de “su tiempo”, pero siempre un verdadero “demócrata”, uno que vivió y permeó” la política argentina de los últimos 70 años. Nacido a la política en el mercado Bullrich de San Telmo, en sus años postestudiantiles de la facultad de Ciencias Económicas cuando descubrió al “peronismo de 1945”, del que supo enamorarse como un verdadero romántico, aunque su “profundo catolicismo” –fue miembro activo y pleno de la Acción Católica- lo llevó a tener que optar en junio de 1955 entre su sentir religioso y su sentimiento peronista, optando por el primero y “abandonando” transitoriamente aquel entrañable peronismo del que era una parte, ya muy importante.
Fue Ministro de Comercio Exterior en el segundo gobierno peronista, cuando fue duramente retado por una Evita ya definitivamente convaleciente –por un nombramiento de un coronel como su asesor, y que luego fuera parte del golpe sedicioso de setiembre de 1955- cuando desde la cama mientras leía le espetó “Dígame Cafiero, ¿usted qué comió esta mañana? ¿Mierda?”, “¡¿Cómo va a nombrar a ese hombre, que es un traidor?!” Para horas más tarde recibir de aquella “visionaria mujer enferma” un llamado pidiéndole disculpas por el exabrupto diciéndole: “Perdóneme, Cafiero, es que ese tipo…” Don Antonio fue así, el Ministro más joven de Perón en los dos primeros gobiernos, donde entremezcló aciertos con errores –al igual que el viejo General (aún más luego del deceso de María Eva Duarte en 1952)-, acompañamientos con errores o bajezas y abandonos, ya explicados. Integró luego del derrocamiento del General la famosa y nunca bien recordada e indocumentada “Resistencia Peronista”, junto a tantos otros y otras compañeros/as de aquellos años, que marcaron mi ingreso al peronismo desde el nacionalismo militante. Porque al igual que Don Antonio fui seducido por la prédica, el discurso y la Doctrina de Juan Domingo Perón. Con ancestros que también bajaron de los barcos, nuestros destinos –aunque separados por el tiempo de militancia (21 años)- fueron comulgando con centro en la “ideología”, su padre un “frutero del mercado Bullrich y del Abasto” del sur de la Italia, medieval y rica entonces, culta y madre del “risorgimento” y el mío un “gastronómico” socialista asturiano, minero y dinamitero; nuestras madres nativas y más formadas.
Antonio fue “apañado”, como lo fuera don José María Castiñeira de Dios –¿mi segundo papá? Ja, ja, ja…- por Evita, yo, apenas por Manuel “manolo” Torres y por el legendario Leonardo Castelani… pero Antonio fue protagonista y testigo de setenta años de vida de la Patria y del peronismo. Murió con 92 años, años que cumpliera recientemente el 12 de setiembre, con la misma “pasión, humor, coraje, estoicismo, mal carácter y chinchudo” pero siempre atento y abierto a la charla, el acuerdo o la discusión sincera y respetuosa, típicas de toda una legión de políticos nacionales que hoy tanta falta nos harían. Supo resignarse, como un verdadero demócrata, ante la derrota de 1988 frente a un “carismático y tramposo” gobernador de provincia chica. Porque aun teniendo todo “el aparato” del PJ a su favor, ¡hasta el Congreso del Partido!, democráticamente se prestó a la última y única interna partidaria para elegir candidato a presidente de la nación, y aceptó estoicamente la derrota, y luego la “traicionera oposición interna” llevada adelante por el menemismo en 1990 ante la consulta popular por la “Reforma Constitucional de la Provincia de Buenos Aires” –el proyecto de Constitución más moderno y acertado del país y podemos afirmar, del subcontinente- que le impidiera la reelección como mandatario provincial. Su sucesor en 1991, Eduardo Alberto Duhalde, le supo decir en cierta ocasión y luego de haber “limado asperezas y desavenencias”, cuando lo propusiera como Senador por Buenos Aires que el peronismo tenía “un día de la Lealtad y trescientos sesenta y cuatro días de traiciones”; pero Don Antonio, el cascarrabias y el viejo chancero, supo devolverle sólo “Lealtad” a su amigo y hasta a veces contrincante político.
En “Militancia sin tiempo” su obra de memorias, intenso y apasionado relato de sus recuerdos, y experiencias dentro y fuera del Partido Justicialista, el peronismo por entonces, fue preso dos veces –en 1955 y en 1976-, perseguido, lanzado al ostracismo y aunque pudo haber sido el “delegado personal del líder” un error involuntario y propio de cierto infantilismo –un encuentro con el General sedicioso Agustín Lanusse al que concurrió “por no hacerle caso a Anita –Ana Goitía su mujer de toda su vida y la madre de sus 10 hijos-, que me aconsejó que no fuera…” – lo privó de esa posición y lo relegó dentro de la estructura peronista del pre regreso de Perón en 1972. Antonio es quizás –los otros son Naldo Brunelli y José María Castiñeira de Dios- el último de los peronistas que dialogó mano a mano con Perón y con Evita y que aprendió de ambos; siendo “el viejo y querido Antonio” la encarnación del enorme fenómeno de “movilidad social ascendente” que desató el peronismo de los 40 y 50 del siglo XX. La Argentina de la posguerra era una sociedad que no entendía cuanto había cambiado el mundo; y en una sociedad dividida entre “libros o alpargatas” él, Don Antonio supo superar odios y enfrentamientos estériles, y saltando sobre estas dos supuestas entidades excluyentes, con su doctorado en Ciencias Económicas –como – “acercaron los libros al bando de las alpargatas” uno como dirigente estudiantil (1944) que fuera n testigos, en aquella Plaza de Mayo de “las patas en la fuente” boquiabiertos y estremecidos –como muchos otros y otras- de aquel “fundacional y naciente peronismo larvado ese 17 de octubre de 1945”. Antonio, peronista, tanguero de Gardel y bostero de alma y espíritu, supo cultivar el amor por la ópera de Verdi, las melancolías de Mozart y la religiosidad de Bach sin renegar de ninguna de ellas.
Evita fue quien le dio “el espaldarazo a su carrera política”, y él fue con sus errores y su formación democrática el que no ocupó el lugar de Héctor J. Cámpora en 1973, tanto como el de Carlos Saúl Menem en 1989; dejando en ambas ocasiones un interrogante político de trascendentales consecuencias “¿cuál hubiese sido el destino del PJ y de la Nación si la suerte/desgracia de Antonio no hubiere sido la que fue?” Don Antonio, o el “viejo, entrañable y querido” Antonio tras la recuperación democrática de 1983, donde no fue candidato a Gobernador por Buenos Aires –ante la insistencia de Herminio Iglesias y su indecisión entre provincia y la fórmula presidencial- y tampoco integró la dupla que quedó para Luder-Bittel, supo transitar “todos los peronismos” pos Perón. Enfrentó a la ortodoxia y “por fuera del PJ”, luego de ganarle la interna a Herminio, fue ungido Gobernador bonaerense en 1987 en lo que dio en llamarse “el cafierazo” y luego por no integrar a la CGT y las 62 Organizaciones Obreras Peronistas de Lorenzo Miguel a la fórmula presidencial de la interna de 1988 –Miguel le imponía al ex Gobernador de Santa Fe el José María “Tati” Vernet- junto a José Manuel De la Sota fue derrotado por la dupla Menem-Duhalde a quienes acompañaban Miguel y Barrionuevo. Junto a Menem, De la Sota, Grosso y Manzano tras la derrota de octubre de 1983 conforma “la Renovación Peronista” de la que emergieron él y Menem como las dos figuras más rutilantes, que terminaron enfrentadas en la interna de octubre de 1988 en la que fue derrotado por Menem.
Pero tras el período de la “Resistencia” y luego de perder la oportunidad de ser el “delegado y posterior candidato a presidente” entre 1972 y 1973, Antonio fue “archivado” –según me expresara don Enrique Pavón Pereira, biógrafo personal del General Perón- en la Caja de Ahorro y Seguro hasta la muerte del General aquel trágico 1º de Julio de 1974. Tras su muerte, María Estela Martínez de Perón –primera Presidente Constitucional de la Argentina-, por pedido de “la vieja guardia peronista” lo nombra Secretario de Comercio y más tarde, ante el alejamiento del experimentado y capaz Alfredo Gómez Morales y luego del “rodrigazo” de Celestino Rodrigo, es nombrado Ministro de Economía en 1975, la ardua tarea de enderezar aquel barco “escorado y a la deriva” es llevada a cabo con bastante destreza hasta que en los albores de 1976 es nombrado “Embajador ante la Santa Sede” –al igual que hoy está nombrado su hijo Juan Pablo-, cargo que no llega a asumir al producirse el golpe de Estado sedicioso del 24 de marzo. Cafiero viaja a Roma como embajador de Isabel Perón, y aunque por el golpe de Estado no llega a presentar las “cartas credenciales” es recibido por el Papa Paulo VI el 7 de abril en audiencia privada donde Don Antonio le explica con detalles “el drama que comenzaba a vivirse en nuestra Patria”, recibiendo de Paulo VI una frase que lo impresionó totalmente y por el resto de sus días: “No se preocupe, señor embajador (¿?), los pueblos siempre vencen”. Pero Don Antonio, mi charlatán confidente y el “amigo” que supo honrarme con su deferencia y al que, aunque la experiencia me excediese por completo, aquel “viejo, generoso y querido Antonio” consultare –como si mi opinión tuviera valor- sobre algunos de sus escritos y libros (“El Peronismo que viene” en especial) volvió a la Argentina para ser detenido injustamente, por segunda vez, en el buque “Treinta y Tres Orientales” de la Armada.
Tras la asunción de Menem, en 1991 fue designado embajador en Chile hasta que convocado por Duhalde, disputa y gana la senaduría nacional por la Provincia de Buenos Aires en 1993. Constituyente en 1994 y vuelto a reelegir senador, en la crisis-corrupción del aliancismo de De la Rúa-Álvarez fue Don Antonio quien puso de manifiesto y denunció “la Banelco” conque radicales y frentegrandistas “compraron los votos de los senadores peronistas (¿?)” para lograr la Ley antiobrera de aquel año 2000. Tras la crisis terminal de diciembre 21 de 2001 Antonio Cafiero fue Jefe de Gabinete durante los dos días del Gobierno interino de Eduardo Camaño, cargo que usaba para humorísticamente explicitar: “Ojo que estás hablando con un ex Jefe de Gabinete”. Antonio fue un referente y una figura controversial de los últimos 70 años de la vida argentina: “no fue un héroe, ni un visionario -¡todo lo contrario, por supuesto!- pero fue un Argentino de bien, y un político de raza” de esos políticos que hoy no existen. Quizás no merezca una estatua, pero seguro tampoco el escarnio. Antonio le dedicó toda su vida al peronismo –aunque algunos, alguna vez lo denomináramos un “socialdemócrata y no un peronista”, y hoy realmente dudamos de nuestra elección-, familiero empedernido, amante por excelencia, infatigable lector, entusiasta narrador de “anécdotas y cuentos sobre Perón y Evita”, católico militante, intérprete indiscutido del “peronismo doctrinario”, ortodoxo aunque haya enfrentado la “ortodoxia peronista”, riguroso y entregado trabajador del mundo de las ideas y los contrapuntos ideológicos, sobreexigente con él mismo y con sus colaboradores, de un sentido del humor constante aunque por momentos ácido y a la vez chinchudo y cascarrabias, conversador y discutidor fluido y perseverante, boquense y tanguero de alma, romántico empedernido hasta sus últimos días, elegante y mundano, un “bon viband”, sin desperdicio alguno.
Don Antonio Cafiero, “el tano, el viejo Antonio” para los amigos, fanático cantor improvisado y casero de alguna canzoneta napolitana en “la capilla” de su casona de San Isidro durante alguno de sus míticos cumpleaños peronistas, rodeado de amigos, de compañeros, de obsecuentes y de los verdaderos camaradas de luchas y refriegas políticas; “todo esto y mucho, pero mucho más: fue el “tano” Antonio Cafiero”. Mezcla irrepetible y grandiosa de político ético, militante ferviente de alma y espíritu, intelectual de verdad, destacado y autocrítico, divertido y humorista de barra de barrio porteño, porque si algo era Antonio era “un porteño de ley”. Pero antes que todo, aunque se equivocara más de una vez y hasta defeccionara también: “era un peronista de la primera hora”, desde su pertenencia a aquella Plaza de los pies en las fuentes del 17 de octubre de 1945 hasta la noche trágica de su desaparición en el día de ayer, día de “la Raza” como la nombrara Perón. A aquel Antonio público, se le suma el Antonio privado, el de las charlas en el café de La Plata, entre amigos y colaboradores, o el de la casona de San Isidro o en el departamento de Gorostiaga, donde muy pocos accedían. Critico de todo aquello que él vislumbrara como “desviación ideológica del peronismo”, o de la alcahuetería barata: respecto de él o de cualquier otro gobernante. Fuera Menem, Duhalde, Solá, Ruckauf o mucho más cerca Néstor y Cristina. Antonio era un ser que “nunca entendió bien la dinámica de los medios de comunicación masiva, y le “mortificaban sobremanera” las críticas del periodismo, ¡Pero se las bancó sin chistar, y a lo macho!” Tenía un chiste siempre a mano y recalcaba: “No me vengan con los diarios de ahora –en épocas bastante recientes y cuando Menem, Duhalde, Ruckauf y Solá o más acá aún- diarios eran los de las época de Perón: ¡todos decían lo mismo!”, lanzaba junto a una sonora y antológica carcajada, que terminaba siempre en esa sonrisa típica de “porteño pícaro y soñador”.
¡Antonio, pasaron apenas 48 horas y ya te estoy extrañando horrores, aunque casi siempre nos peleáramos! ¡Que Dios te tenga sentado a su lado, junto a Perón y Evita!
Buenos Aires, 13 de octubre de 2014.
Arq. José M. García Rozado (Argentina)