Los ladrones del amor
La multiculturalidad también se ve este verano ampliamente representada en un colectivo de delincuentes que cada año aumenta en número y nacionalidades de origen. Son los ladrones que se reparten la arena de las playas como territorio para robar a las parejas durante las madrugadas tropicales de la noche valenciana. Aprovechan el revolcón sexual sobre el lecho de la arena o el baño refrescante en aguas mediterráneas. Y las víctimas acaban la noche en la sala de espera de la Comisaria del Marítimo para denunciar haber sido víctimas de los temidos rateros reptantes.
Una prolongada noche de fiesta regada con abundante alcohol en las discotecas y pubs de la zona es la combinación casi perfecta y la elección preferida por las parejas estables o recién conocidas para poner el broche de oro con un morboso y reconfortante revolcón acompañado de posterior baño o viceversa.
Los rateros que vienen actuando cada año en las playas de la Malvarrosa y Las Arenas no han faltado este verano a su cita con el sexo nocturno. Ecuatorianos, bolivianos, magrebíes, rumanos, africanos y delincuentes autóctonos de etnia gitana forman grupos de tres individuos para operar en la oscuridad. Si el verano pasado las fuerzas de seguridad cifraron una veintena de rateros, este año son alrededor de medio centenar y abarcan la zona del litoral comprendida entre la discoteca Akuarela y el espigón de la playa de Las Arenas.
Agentes de los Goes de la Policía Local han detenido en las últimas semanas, en diferentes días, a tres de estos rateros, entre los que se incluye una joven ecuatoriana nacionalizada en España, L. L. F de sólo 19 años. Junto a ella, fue arrestado G. M. T, de 18 años y también de origen ecuatoriano. Intentó evitar su detención arrojando un puñado de arena a los ojos del policía.
La última de las detenciones se producía el jueves pasado: Mohamed. M, un marroquí de 40 años. En los tres arrestos los agentes han intervenido teléfonos móviles de última generación, el objeto más preciado por estos grupos de delincuentes, que más tarde suelen vender a particulares o en el rastro de los domingos.
Los delincuentes siempre utilizan el mismo modus operandi. Disponen un ‘aguador’ vigilante que se encuentra en el paseo observando a posibles víctimas y pendiente de la presencia policial. Este es el encargado de informar a través del móvil a los que se encuentran preparados en el interior de la playa para ejecutar los robos. En su mayor parte, carteras, bolsos y móviles.
Desde el momento en que una pareja pisa la arena, se convierte en potencial víctima. Cada uno de los integrantes del grupo asume su papel. No les hace falta hablar. Simplemente actúan. Dos inician un discreto seguimiento de su objetivo a una distancia prudencial, mientras el tercer individuo se queda en el paseo para vigilar.
Pacientemente observan a la pareja y esperan el momento en el que su relación cobra más intensidad. Mientras el más experimentado se acerca sigilosamente reptando sobre la arena, el segundo permanece inmóvil, esperando acontecimientos. Si su compinche es descubierto, acude en su ayuda.
Tras perpetrar el hurto, el reptil humano entrega a su compañero los objetos robados. Éste los entierra en la arena en puntos señalados previamente y ambos salen andando hasta el paseo marítimo. Más tarde, las víctimas descubren que su momento de intimidad al amparo de la oscuridad no ha sido tan discreto como pensaban. Es un mal que se repite verano tras verano. Los ladrones vuelven a la arena, vacían los bolsos y bandoleras de dinero y teléfonos y los abandonan volviéndolos a enterrar. En una bicicleta transportan el botín hasta su guarida. Y vuelta a empezar. En raras ocasiones se ponen violentos si son descubiertos. Simplemente abandonan los objetos sustraídos y se marchan.
¡¡¡Ladrón que robe a los degenerados del revolcón, que tenga cien años de perdón!!!