Dando caña: La obsesión de Ariza por tener papel (II)
Por Enrique de Diego.- Julio Ariza quería tener un diario. Sin papel consideraba que no había alcanzado el status de editor. Era, más o menos, como vivir obsesionado por tener un dinosaurio como animal de compañía, porque cuando salió a los puntos de venta La Gaceta era evidente y manifiesto que los diarios de papel pertenecían al pasado. Aunque la fijación con La Gaceta tuvo una estrecha relación con otra muy acentuada en Ariza –hacerse con la COPE- la de ser editor de papel fue mi tempranera, fundacional. El primer intento fallido, en 1998, tuvo como protagonista a José Eulogio y salió mal para los dos. José Eulogio es, al tiempo, un buen profesional del periodismo y hombre de claro y coherente compromiso católico. Aunque Radio Intereconomía era temática –se estaba beneficiando del clima de euforia en la Bolsa y el capitalismo popular de la etapa de Rodrigo Rato- Julio Ariza incidía en que el objetivo era hacer un gran grupo de comunicación católico y para eso iba fichando a periodistas y profesionales de ese perfil como Ramón Pi o el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá, Javier Paredes.
José Eulogio destacaba. Era el preferido de Ariza, personaje que tiende compulsivamente a generar ambientaciones de amistad y confianza, que luego resultan ser falsos, meras relaciones empresario-trabajador trufadas de intereses y que suelen terminar como el rosario de la aurora. Ariza parece precisar consumir energía de persona nuevas y cambiar el círculo de sus cercanos, tendencia que le fue llevando a rodearse de mediocres y aduladores. Además, tiende inevitablemente a centrar todas sus energías en lo último, en la última publicación o medio, descuidando todos los demás, como una especie de pulsión infantil por el juguete más reciente, sin una visión de conjunto y sin constancia, sin orden ni racionalidad empresarial. Sinergias de Grupo ha sido en la intrahistoria de Intereconomía una frase hecha sin concreción alguna en la realidad, una especie de eslogan de márketing, tanto interno como externo, mientras el Grupo crecía por adicción y yuxtaposición.
En aquella primera Radio Intereconomía, en la que los puntales eran Luis Vicente Muñoz, Susana Burgos y Susana Criado, existía un boletín económico que Julio Ariza quiso convertir en diario y puso a la tarea, con mucho más entusiasmo que medios, a José Eulogio. Iba a ser un vespertino: El Diario de Mañana. Se trataba de una locura voluntarista, sin redacción articulada, con pretensiones de entrar en el mercado de la prensa económica, en el que había abierto brecha con el diario Expansión un gran profesional y empresario, navarro también, y miembro numerario del Opus Dei, Juan Pablo Villanueva, ya fallecido y que recalaría en La Gaceta de los Negocios inmediatamente antes de que la adquiriera por un euro más las deudas, nada desdeñables, Julio Ariza.
A medida que se aproximaba la fecha del primer diario nonnato de Ariza, se veía con intensa claridad que, a pesar del esfuerzo y el entusiasmo de José Eulogio, el proyecto era inviable y en torno a la pretensión quimérica se generó una extraordinaria tensión que culminó en un infarto de Julio Ariza, que le obligaría, después, a tomar una fuerte medicación que le hacía estar como una pila a primera hora de la mañana y decaído al final del día. Con el proyecto y la ilusión estalló la ilusoria amistad –como tantas- entre José Eulogio y Ariza, lo que conduciría a la salida o despido de José Eulogio, que rehizo su vida laboral poniendo en marcha, con más sentido, el primer diario digital de España, Hispanidad.com, que, con brillantez, sigue ostentando la condición de decano, y en el que se ofrece una información económica de referencia obligada junto con contenidos de nítido compromiso con el derecho a la vida y la moral cristiana.
José Eulogio salió sin ruido cuando Julio Ariza adquirió la revista Época que Jaime Campmany había convertido en marca señera pero que, tras el fallecimiento de su fundador, era un barco a la deriva que hacía aguas por todas partes y acumulaba notables pérdidas. Ariza puso al frente a Germán Yanke, que entonces se movía en el entorno de Federico Jiménez Losantos, que llevó una dirección de gran dignidad y a través de quien entré en el Grupo Intereconomía, en el que iba a vivir una década de intensa vida profesional, llena de esperanzas y de frustraciones. Con Jiménez Losantos, al 50% en las acciones y poniendo en marcha la infraestructura informática necesaria, Ariza había puesto en marcha Libertaddigital.com, dirigida por Javier Rubio, el amigo íntimo de Losantos de sus años universitarios en Barcelona. A Javier Rubio le echaría sin contemplaciones y sin explicaciones Losantos, pero entonces parecía un tándem sólido, de relación probada y ahormada por el tiempo. Tenía yo una participación minoritaria en el digital, en la serie de acciones correspondiente al sector Losantos, y colaboraba, a petición de Javier Rubio, cuando se me solicitaba.
Losantos y Rubio compartían un criterio claro y vivido de manera muy firme: no dejar que Ariza tuviera la más mínima influencia en el proyecto, a pesar de tener la mitad de las acciones. Vetaron, por ejemplo, que Ramón Pi tuviera una columna, que Ariza pensaba estuviera dedicada a la defensa del derecho a la vida y a la crítica de la manipulación genética. Losantos era un ferviente partidario del aborto como derecho de la mujer y consideraba –y en su estilo, exigía- que la derecha lo tomara como bandera. Losantos y Ariza son como dos gallos; andan siempre buscándose, pero no terminan nunca de colaborar, ni hacer nada juntos nada realmente común, porque no se fían el uno del otro, y con razón. De hecho, Germán Yanke sería despedido de la dirección de Época tras negarse a prescindir de la colaboración de Losantos, que estaba pagada con un precio excesivo, para nada justificado con las cifras de venta de la revista. Julio Ariza encargó, después, la dirección de Época a Rafael Miner y luego a Alfonso Basallo, hasta el error definitivo de Carlos Dávila.
Época era la lanzadera de ese periódico que a toda costa deseaba tener Ariza, aunque por sus propias carencias y su propio audidactismo autosuficiente, el impulsivo Ariza no utilizó la revista para adquirir experiencia. No se hizo política alguna de promociones, no se hizo estrategia alguna de difusión desde la radio y el que Ariza fuera el director de hecho –el hipocondriaco Miner y Basallo nunca pasaron de la desmerecida posición de hombres de paja- produjo disfunciones serias en la redacción. Maquinaba en ella la ambiciosa Elisa Beni, señora del juez Gómez Bermúdez, más dada a ilustrar sobre la lencería fina que sobre el idioma de Cervantes, a la que Ariza daba alas y hacía concebir esperanzas de medro, de forma que cuando fue preterida a Rafael Miner, armó una zarabanda de mucho cuidado y ariscados modales tildando, a voz en grito, a Miner de mediocre. Elisa Beni, señora de, compareció a la tarde con su esposo, el juez Gómez Bermúdez, quien paseó por los despachos su serio semblante y su reluciente calva, como el primo o, mejor el esposo, de Zumosol.
Antes de que el tosco Dávila marrara en la desquiciada aventura de La Gaceta, tuvo lugar otro episodio delirante en aras de la paranoia de Ariza por el papel. Durante unos meses esperpénticos desembarcó en Intereconomía Luis María Anson, como si se hubieran abierto las tumbas del valle de los Reyes. El cortesano oficial de España tiene la peculiar y muy interiorizada y exteriorizada idea de que un hombre vale los metros cuadrados de su despacho y Luis María cree que vale mucho. Alguien dijo que el mejor negocio sería comprar a los hombres por lo que valen y venderlos por lo que creen que valen. Para hacer una considerable fortuna, tal intercambio bastaría hacerlo con Anson (antes Ansón). Ariza había fichado un nombre, una vaca sagrada, un dinosaurio con animal de compañía para una misión imposible; Anson había conseguido su ostentoso despacho. ¡Qué digo despacho! Toda una planta, que incluía el gigantesco despacho, con su holgada secretaría y su espaciosa sala de espera; un diáfano comedor, donde cada día se servían suculentos manjares, una inmensa sala de juntas, presidida por una mesa de roble, y un enorme servicio decorado con cuadros de firma. Lujo y oropel, en un Grupo en el que el espacio siempre ha sido escaso. Durante unos pocos meses el Grupo Intereconomía fue, físicamente, Luis María Anson y el resto, apiñados, como piojos en costura. “Nos tienen como en un taller de chinos”, se comentaba en las redacciones, mientras se miraba, con resentimiento y malquerencia, de soslayo hacia las amplias estancias palaciegas del vetusto Luis María. El periódico que supuestamente preparaba Anson llevaría por título La nación y por allí rondaban, dispuestos a la depredación, los chicos de Luis María, promesas nunca cumplidas, Joaquín Vila –famoso en la historia de Abc por su romance inducido con Catalina Luca de Tena- y José Antonio Sentís. Luis María no se entiende sin su hermano Rafael, que también se hizo frecuente de Castellana, 36, y sin pasar por caja. Según Luis Herrero, en la etapa de Abc de Luis María Anson -iniciada en el edificio colindante con Intereconomía, entonces sede de Prensa Española y ahora Galerías comerciales- había que pagar por todo e incluso la Patria y el patriotismo se vendían a los nacionalistas, ora vascos, ora catalanes, como la campaña para que ondeara la bandera de España en Ajuria Enea, sede del Gobierno vasco, que se cortó abruptamente, seguramente con dividendos, o la edición catalana de Abc que se puso en marcha bajo el patrocinio de la Generalitat catalana y al servicio de Jordi Pujol, al que Luis María tuvo en 1984 la humorada y el desatino de declararle “español del año”. El idilio entre Ariza y Anson no podía durar mucho y nunca nadie entendió fichaje tan sonado, desafortunado y efímero. Para que La nación viera la luz y pasara de las musas al teatro –el despacho de Luis María lo era- habían de allegarse fondos que se suponía recaudaba Anson en sus opíparos almuerzos con camareros uniformados, aunque nada se acumulaba para la aventura, de modo que, a no mucho tardar, se hicieron frecuentes las denuncias que los sablazos no se orientaban hacia los intereses de Ariza sino hacia las cuentas corrientes mejicanas de Anson, de modo que terminaron en los tribunales.
La broma debió costar un ojo de la cara porque uno de los clamorosos errores de Ariza ha sido mantener la sede del Grupo Intereconomía en una zona carísima e imposible. Si bien en los inicios de la Radio, pudo tener sentido sentar los reales en la milla de oro, a medida que el Grupo fue creciendo y ocupando plantas, cuatro, del edificio propiedad de la Mutua Madrileña, el alquiler se hizo crecientemente gravoso. Pagar 200.000 euros al mes de alquiler resulta, empresarialmente, absurdo. Al año representa la desorbitada cifra de 2.400.000 euros, con los que puede adquirirse en propiedad un edificio de varias plantas en Alcobendas o San Sebastián de los Reyes, con espacio suficiente para estudios amplios, en vez de los 3 minúsculos instalados en la sede de Castellana.
Anson recogió sus cuadros y durante un tiempo el nubarrón paranoico de Ariza pareció esfumarse o estar amortiguado. Fue un espejismo. La tormenta, y nunca mejor dicho, restalló con el carácter groseramente jupiterino de Carlos Dávila, un mal periodista mantenido por el PP, de capa caída tras haber sido desalojado, con la victoria socialista, de su espacio de entrevistas en la 2 El tercer grado, un título excesivamente alejado de la realidad, porque podían ser calificadas de tercer grado las entrevistas sólo en cuanto a la adulación. En mi juvenil etapa de Abc, pasé un tiempo en el turno de noche de la sección de Nacional, que tenía como principales tareas hacer los cambios entre la primera y la segunda edición y proceder a cortar lo que sobraba, que entonces era literal, pues eran fotopolímeros que se enceraban y las líneas sobrantes se decapitaban con cutter. Carlos Dávila era la figura oficial de una Sección plana y amortajada, de modo que cada día firmaba la noticia más destacada, lo que se producía de manera harto peculiar y justificadamente escandalosa, pues Dávila seleccionaba el artículo escrito por cualesquiera de los miembros de la Sección y se lo apropiaba para, con ligeras modificaciones en la entradilla y en el título, estampar su firma. Así se labran los prestigios en España.
Ariza quería un ‘mediático’ para su aventura equinoccial y Dávila paseaba su triste figura por las televisiones autonómicas del Partido Popular cobrando bien sus servicios prestados al partido de la calle Génova. No podía pensarse en peor elección. A Carlos Dávila le faltaban oficio y lecturas y le sobraban malos modos y partidismo, de modo que La Gaceta no sólo nació a destiempo –cuando los diarios de papel estaban en todo el mundo en crisis y nadie, en su sano juicio, pensaba en poner uno en la calle- sino sin posibilidad alguna de cuajar en algo serio. Antes de La Gaceta, Ariza puso en las incompetentes manos de Dávila la revista Época con resultados desastrosos que debieran haberle abierto los ojos y haber propiciado su regreso a cordura, pero para entonces Ariza ya estaba imparable en su huida hacia adelante.
Dávila, acuciado por su entrada en años, angustiado por su declive, necesitaba triunfar con unas ansias que suelen traducirse en tremendos errores, en incapacidad para la mesura y la prudencia. Para subir las ventas de la otrora prestigiosa revista y hacerse notar, Carlos Dávila, y Julio Ariza, que lo respaldó y, sin duda, dio el visto bueno a la gloriosa metedura de pata, no tuvo mejor ocurrencia que salir en tromba contra el indefenso y malherido por la enfermedad, Jaime de Marichalar, esposo de Elena de Borbón, calificándolo de ‘cocainómano’, sin aporte de prueba alguna, sin fuentes, sin fundamento, por las bravas. La delirante información salió firmada por Eugenia Viñes y fue un monumento al mal gusto, a la calumnia y al antiperiodismo. Una bajeza moral. Debió haber sido el estertor profesional de Dávila, el canto del ganso más que del cisne, porque no había por donde coger aquella chapuza que parecía escrita más con un bate de beisbol que con una pluma y que no resistía el más mínimo escrutinio estético y mucho menos ético. Las firmes protestas que realizamos unos pocos, entre las que destacó la de Xavier Horcajo –cuya tirantez con Dávila se iría haciendo proverbial-, rompieron en el rompeolas de Ariza, que asumió para sí toda la responsabilidad. La broma tendría consecuencias económicas letales pues el ofendido recurrió a los tribunales.
Así como Ariza tiende a utilizar a las personas como kleenex, con uso y abuso de apariencia de amistad, es muy tenaz en sus errores y Dávila ha sido uno de los más clamorosos y evidentes. La otra persona del Grupo que podía haber optado a dirigir La Gaceta era el citado Xavier Horcajo, pero el presentador de Otro gallo cantaría y Más se perdió en Cuba siempre ha tenido una fidelidad lacayuna hacia Ariza y se creyó que podía hacerle entrar en razón, se opuso con cifras y datos, en un informe muy sensato, a la compra de La Gaceta. Horcajo es el hombre que durante más tiempo ha gozado de la intimidad de Ariza y el que con más lealtad le ha seguido, aunque de bien poco le ha servido, pues Ariza parece necesitar quemar o dejar atrás personas cuando va a iniciar nuevas etapas. Eso de utilizar la amistad o de convertirla en ficción es la mejor forma de quedarse sin amigos. Horcajo argumentó y se opuso a la adquisición de la decaída La Gaceta de los Negocios, que agonizaba como periódico económico, y esa sinceridad le costó el alejamiento de Ariza, la salida de la dirección de la Televisión y un cierto grado de ostracismo que siempre ha llevado muy mal. Xavier no iba a ser el director de un proyecto en el que manifiestamente no creía, ni veía viabilidad alguna. Al empecinado Ariza le hicieron unos números abracadabrantes según los cuales el umbral de rentabilidad se situaba en los treinta mil ejemplares de venta. A Ariza, afectado por la autocomplacencia y actuando como si fuera el elegido de la Providencia, poniéndola a prueba al margen de la sensatez y el buen gobierno, le gustaba cada vez más que le mintieran.
Lo que convertía en irresistible la tentación de La Gaceta era que el bocado incluía una participación del 2% en la cadena COPE y la especie de que Roma, el Vaticano, así en genérico, había previsto que la COPE fuera gestionada desde La Gaceta, propósito que de haber existido en realidad había tenido el serio inconveniente del fallecimiento de Juan Pablo Villanueva, el hombre que en ese entorno nutrido de miembros del Opus Dei, tenía conocimientos y capacidad para la gestión de una empresa periodística. En realidad, La Gaceta de los Negocios estaba para que la gestionaran a ella, insuflándola una fuerte dosis de capital, y no para gestionar a nadie; propiamente, estaba para el cierre inmediato. Ariza, el editor ansioso de papel, creyó en el rumor de que el mordisco a la manzana de La Gaceta incluía el suculento bocado de la COPE; la gestión, al principio, más tarde, la propiedad, porque uno de los más persistentes defectos de Ariza es su incapacidad para ser minoritario, para colaborar, para hacer equipo. Ariza culpa al cardenal Antonio María Rouco de que, según su versión, se interpusiera en su camino y no le permitiera el control de la cadena episcopal, quizás porque el gallego cayó en mientes de que el navarro no pararía en mientes hasta ser, de hecho, el presidente de la Conferencia Episcopal. Ariza es hombre que sirve a la Iglesia pero que, sobre todo, aspira a servirse de ella, con el ligero matiz de que la Iglesia no se lo ha permitido nunca.
Para la aventura de La Gaceta estaba a mano el aventurero Carlos Dávila. Es justo reconocerle que se tomó el encargo como su última oportunidad y que trabajó de firme, lo cual no era suficiente, pues a los obstáculos objetivos del proyecto, se sumaba su impericia y su personalismo. La Gaceta fue, desde el principio, un medio no de Intereconomía, sino a propósito de Intereconomía, a la disposición de Dávila, para su supuesto lucimiento personal y siempre intentando hacer méritos con la mirada puesta en la calle Génova, donde está situada la sede central del Partido Popular. Dávila si es algo es un periodista de partido, siempre tendiendo a exagerar las consignas, de escaso y grosero vocabulario y, por completo, incapaz para cualquier sutileza en el análisis o en la reflexión intelectual. Si un periódico es la proyección de la personalidad de su director, La Gaceta adoleció, desde su inicio, de las carencias de Dávila.
Ariza estaba contento, como editor con periódico nuevo y andaba animoso y cercano. Me hizo llegar que deseaba hablar conmigo.
Hay veces en que, no sé por qué manual de márketing, Ariza escenifica en demasía y se hace el interesante, pues le bastaba con descolgar el teléfono para citarme. El caso es que antes de proceder a la intranscendente reunión me hizo llegar el interés por diversas vías.
– “Ya sabes, Enrique, que sacamos La Gaceta. Dime en qué quieres colaborar. Lo que quieras”.
– Mira, Julio, es mejor que digas tú, aunque Dávila no va a querer que colabore.
– De eso me encargo yo. Tú dime lo que quieres hacer y lo pongo en marcha.
Insistí más veces en que era perder el tiempo porque Dávila se opondría y Ariza se reiteró en la apreciación de que Dávila haría lo que él dijera. Tuve razón yo. Sólo quiso una columna los sábados. Tampoco tuvo mucho interés en contar con la firma de Xavier Horcajo, al que concedió una página los domingos, aunque, al poco tiempo, dejó de publicarse, dadas las malas relaciones entre ambos y el espíritu censor de Dávila. Éste primó a quienes consideraba seguros y fieles a las consignas del Partido Popular.
La Gaceta nació así muerta, con un mal director, y con tres groseros errores: partidismo, personalismo y autocomplacencia. Los tres son compartidos al unísono con Julio Ariza, aunque el tercero le corresponde más a éste último. Desde el primer momento, aprovechando el incipiente tirón de Intereconomía TV, se presentó al diario como un éxito inmediato. Eso impidió corregir errores y convirtió a Ariza y a todo el Grupo en rehenes de la tosquedad de Dávila, que, en todo momento, evidenció sus carencias y jugó a favor de sus exclusivos intereses, de forma que La Gaceta estuvo siempre al dictado y pensando en la opinión de Génova. Hizo una defensa numantina e inmoral de Jaume Matas que, en su día, le había concedido un espacio muy bien pagado –con cargo al contribuyente- en la ruinosa televisión autonómica. Perdió por completo la mesura cuando estalló el caso Gürtel. Marró la investigación sobre el caso Bono, no cobrándose la pieza, en un fracaso conjunto con Eugenia Viñes, que fue la coordinadora de las informaciones.
Jugando en todo momento a hacer méritos personales, incapaz para la sutileza, Dávila cometió, ab initio, errores de principiante de colegio. No dotó al medio de una colaboración regular, lo que establece pautas para fidelizar al lector, sino que cada día los columnistas variaban, con la única excepción del propio director que se autoconcedió un recuadro destacado en portada, donde exhibió su tosquedad de estilo y, demasiado habitualmente, su irrefrenable tendencia a ahondarse en el pensamiento testicular e incluso al uso, cuando no al abuso, del insulto y la palabra soez. Jaleado de continuo como una nueva figura emergente, Dávila convirtió a La Gaceta en su propio cortijo, sin hacer caso ni tan siquiera a los criterios de Ariza, como puso de continuo de manifiesto en público. Llegó a hacer cuestión de que no escribiera en el diario alguno de los mejores profesionales de la casa como Higinio Mosteiro –cuya firma llegó a tachar en una información de portada-, un especialista en investigación, que ha ido siendo marginado, quizás por su cercanía a Xavier Horcajo. Desmotivó, desde pronto, a la redacción con su autoritarismo. Y, con sus servicios excesivos a la calle Génova, fue incapaz de dotar al diario de una línea editorial mínimamente sugerente, más allá del boletín de partido, mal elaborado y condimentado, sólo apto para el paladar deteriorado del hooligan.
A esas alturas, la personalidad de político profesional de Ariza se había hecho por completo dominante sobre la de empresario, y había avanzado cierto desprecio por la gente y cierta tendencia a manipularla con fines mercantilistas, lo que eclosionaría con la petición pública de ayudas y donaciones y la puesta en marcha del Club de Intereconomía, bajo la angustia de la falta de liquidez y los retrasos en el pago de las nóminas. En ese momento, Ariza ya consideraba a los que pasó a denominarse “gatoadictos” como un público cautivo, al que se podía colocar abalorios diversos; entre ellos, La Gaceta. Diario de bisutería.
En los días de lanzamiento, en los primeros días de contacto con el lector, se perpetró desde el programa de televisión El gato al agua, una auténtica movilización para conseguir suscriptores. La estrategia no funcionó porque se hizo sin cabeza, con improvisación, sin tener ni tan siquiera asegurado el envío de los ejemplares a las casas, de forma que hubo primero llamadas para suscribirse y a los pocos días, para quejarse de que estaban siendo estafados: se les había cobrado de inmediato la suscripción pero no les llegaba el diario a sus casas y, en no pocos casos, se trataba de jubilados que hacían un esfuerzo económico, en términos relativos, importante.
Este esquema de funcionamiento –de cobrar y no servir- se iría haciendo una mala práctica cuando la situación de la empresa –por los numerosos errores personales de Ariza, cada vez más atacado de megalomanía- se fuera deteriorando y haciendo crítica. Aunque de eso hablaremos más adelante.
Si nunca debió sacarse a la calle un diario –por todo el mundo, la tendencia era inversa: periódicos de papel pasaban a internet para sobrevivir-, menos debió poner en manos de un incompetente partidista como Carlos Dávila, el típico personaje que es débil con los fuertes y que se hace el fuerte con los débiles, pero el nombramiento tuvo toda la lógica, porque fue un pacto entre militantes morales del Partido Popular. Julio Ariza ya había terminado por identificar los intereses de la gente con los del Partido Popular, y tanto Ariza como Dávila, los empresariales, en el primer caso, y los personales, en el segundo, con la obediencia ciega y servil a las directrices de la calle Génova. Esa identificación mimética de intereses implicaba una grosera manipulación y una manifiesta inmoralidad, pues al tiempo, con supina mendacidad, se hacía gala de independencia o se proclamaba una creciente libertad inexistente, pues el clima partidista interno se hacía asfixiante, así como las tendencias censoras e inquisitoriales de Ariza, con el agravante del doble lenguaje y la hipocresía, el peor defecto, el pecado más execrable a tenor de los Evangelios, en los que Jesucristo es especialmente duro con los fariseos, como sepulcros blanqueados que engañan a las gentes indefensas.
Así, de manera intensamente farisaica, se desprotegía a la gente al tiempo que se le solicitaban sus ahorros, mediante generosas donaciones, para mantener una falsa independencia, por el hecho de que las administraciones gobernadas por el Partido Popular, como la Generalitat valenciana o el gobierno murciano, no estaban cumpliendo con los pagos de la publicidad institucional contratada y ello de manera habitual y prolongada. En el primero de los casos, Valencia llevaba dos años sin pagar los anuncios.
De esto no se informaba, ni se ha informado nunca, como es el deber, el imperativo ético de un periodista y de un medio de comunicación. Pero hacerlo público podía poner en evidencia la farsa y dañar los intereses políticos, o directamente electorales, del Partido Popular. Intereconomía se había sumido en la mentira y en el servilismo. Carlos Dávila era un inmenso error, también una consecuencia lógica, porque tanto él como Ariza eran básicamente políticos profesionales que concurrían a las elecciones aunque por otra vía.
Del libro “Dando caña” (Editorial Rambla)
Para su adquisición:
Paco Mer:
Gracias, ya somos dos mas debemos andarnos con cuidado, Jesús empezó con 12 y uno le salió rana.
Me pregunto si las treinta monedas se las dio Ariza, de quien jamás he oído su voz o tal vez el riojano Pedro J.
Pedro Mer, eres un crack.
Verás como nuestros comentarios son asaltados por las hordas de A.J.; no te preocupes.
La verdad acaba por resplandecer,
Ya se lo he dicho en aslguna ocasión y se lo repiten aquí otros opinadores: Su inquina contra Ariza y FJL es cansina. No se haga aquí el ofendido deseoso de restituir su honor porque todos sabemos que si mañana le llamara Federico para ser moderador del foro de LD o Ariza para presentar el Tiempo en el Telediario de Intereconomía saldría disparado y borraría todas sus críticas. Buneo, y sus dotes como adivino son de traca. ¿Cuántas veces ha matado a Intereconomía? Todos sabemos que está en quiebra y que Ariza es un desvergonzado que no paga a sus… Leer más »
Es lamentable tanta artillería gruesa en la derecha española, cuando en realidad debe estar más unida que nunca, o prefieren que vuelva el PSOE?
EDD es una persona que odia a lo grande, ya leí varias veces que Intereconomía no pasaba de ese més, se le notaba un odio bien hacia Intereconomia o hacia Ariza que no podía contener, no se los motivos que le llevaban a eso, pero notarsele se le notaba.
Por cierto, Intereconomia a pesar de todas las veces que EDD la mató en sus diversos artículos sigue viva, muy viva. Lo siento, por Usted, pero pienso tras leerle desde hace mucho tiempo que debe controlar ese odio, no es bueno vivir odiando.
¿”Esperando día D” no es un seudónimo?
¿Eso es lo que figura en su DNI, pasaporte, tarjeta sanitaria, carne de conducir y todos sus documentos.
Muy innovador. Sorpresas te da la vida.
Efectivamente, es un seudónimo. Por ese motivo admiro a personas como D. Enrique y D. Armando, que critican al sistema a cara descubierta y empleando algo más que un mensajito en un foro.
Lo de innovador y las sorpresas no lo pillo.
D. Enrique: Nada le debo a Federico Jiménez. Le recuerdo que soy una persona sin los contactos e información que a buen seguro Vd. posee dada su dilatada trayectoria y que conoce los entresijos del mundo de la comunicación. No se alegre del mal ajeno; lo ideal sería que ningún periódico o cadena fuese a “concurso de acreedores” antes llamado “quiebra” ya que los primeros que lo pagan son los trabajadores. Los periodistas mal que bien encuentran otro lugar donde ejercer. ¿Libertad Digital? Leo lo que me apetece, no lo que otros sugieran u ordenen. LD es una empresa de… Leer más »
Muy buen artículo para promocionar la venta del libro. Todos lo hacen en todas las tertulias. Francisco Umbral (q.e.p.d.) espetó a una periodista durante una entrevista: “He venido a hablar de mi libro”; era lo único que pretendía. El presente artículo es, como hacen algunas editoriales a través de Internet, dejar leer el primer capítulo para que la gente se enganche. Esta es la parte II ¿cuántas más habrá?. No estire demasiado del hilo que nadie comprará el libro ya que sabremos casi todo. Le deseo muchas ediciones para poder sufragar los gastos de inversión para la agricultura. Simientes, aperos… Leer más »
Yo simplemente creo que es un cobarde, que escondido bajo un seudónimo, se dedica a menospreciar a los que si tienen pelotas de decir lo que el mismo piensa y solo se atreve a decir de teclilla.
Además como ha tenido sus quince minutos de gloria (más pena que gloria) con sus artículos tocapelotas hacia D. Enrique, quiere seguir en la ola.
Pobrecillo.
¡Dí que sí¡ “Esperando…”, yo calé desde el primer momento a Intereconomía, no porque sea inteligente, que no lo soy, sino por la astucia de zorro que enseña la calle donde me he criado (aunque sea Abogado), la calé cuando ví repetidas veces a “Susanita tiene un ratón…” (Susana Burgos) defendiendo con fruición o deleite intenso el podrido Sistema democrático de la que ella mama, al que considera poco menos que “la luz la verdad y la vida”, o sea esta señoritinga católica, apostólica y romana defendiendo a muerte un sistema que legitima el genocidio más espantoso de millones de… Leer más »
No te preocupes, easonense, no necesito que compres el libro para la inversión en la agricultura. No hace mucho decías que Losantos iba a ser irresistible, pocos días antes de que César Vidal se fuera porque esradio está en quiebra.Que Santa Lucía te conserve el olfato, porque la vista la tienes perdida.Ya te ha dicho alguien que tu sitio está en libertadidital,mientras dure, que este es un lugar para gente decente y tú no lo eres.
¡Uy, Enrique!, ¡qué mala leche destilas!
Señor Argos, decir la verdad no es tener mala leche, dijo alguien que la verdad es revolucionaria, ergo De Diego es revolucionario, lo que falta por desgracia en España, huevos y revolución de una vez para aplastar para siempre este Sistema podido y decadente del que amamantan políticos corruptos, jueces y fiscales gallinas, funcionarios en general “máj flojoj que er peo un maricón”, periodistas cómplices de la casta…
Vaya lo que ha tenido que pasar este gran profesional, llamado Enrique de Diego, es ese nido de serpientes. Siendo con diferencia el mejor periodista que ha tenido intereconomia, ha sido desplazado y silenciado por no haberse plegado a los intereses de la dirección. Un jefe inteligente hubiese dado poder y libertad a Enrique (y también a Horcajo y García Serrano, a mi parecer) y seguro que otro gallo les cantaría.
No me merece usted más comentario que el de rencoroso. Su resentimiento hacia Intereconomía no conoce límites.
Tu: A mi nada me importa esa cadena, por tanto no estoy condicionado, pero las verdades se constatan y lo están hasta el hartazgo. Creo que el que realmente está condicionado es V., además en todo caso se supone que podemos opinar, ¿o nos quiere poner la mordaza, fervoroso demócrata? Con razón dijo alguien que la peor de las tiranías es la tiranía de la libertad.
Sr. de Diego. Habitualmente he sido contrario a sus argumentos referidos a S.M. El Rey, entre otros, debidamente manifestado a continuación de sus artículos. Últimamente me sorprende con sus pretensiones dirigidas a Intereconomía. Es obvio que cuanto alega es negativo hacia sus compañeros ¿algún periodista habló en un medio contra usted? Precisamente, Antonio Jiménez es un coloquial profesional de atractivo en grado superlativo, periodisticamente hablando. Así puedo expresarme cuando de Losantos, etc. se trata. Don Carlos (el calvo según el calvo Bono) es un profesional genial. Del Sr. Horcajo debemos coincidir que es un hombre genial, un caballero. Pero Don… Leer más »
El erizo y la eriza se pinchan al hacer el amor,y esto comenzo siendo una bonita historia y que pronto se pincho.
Julio eriza tiene lo que se merece,que pague a sus empleados que son los que le mantienen.
La única posibilidad de supervivencia de la Gaceta es convertirse en periódico gratuito de derechas. Los ciudadanos de bien estamos hartos de las mentiras y manipulaciones del periódico gratuito 20 minutos.
Por fin una noticia de España.Siempre hablando y despotricando del noreste y España olvidada.
@ De Rivera: 1º., el noreste como dices (donde vivo hace 43 años ) es también España; 2º., contra el noreste, o sea la satrapía estalinista catalana de pensamiento único, no se despotrica se dice las cosas como son, y en la cloaca estalinista (sí, sí, cloaca estalinista, puedo decirlo, llevo esos años viviendo en ella y la conozco bien). Solo un ej. ¿es despotricar decir que el chorizo (sí, sí, chorizo Mas, ¿o no conoces la jugada de Liechtenstein de evasión de millones por el burgués separatista Mas?) se burla con chulería de las sentencias que le obligan a… Leer más »