“Mis experiencias con Bohórquez”: Del ‘Gobierno Aberchán’ a la moción de censura de Imbroda (XVII)
Por Julio Liarte.- Y así, finalmente, Aberchán pudo formar gobierno, en el que destacaba, como hombre para todo, José Mejías, que acababa de abandonar el PSOE tras haber sido el asesor áulico de Román Dobaños en su sorpresivo cambio de postura final, y que obtendría inicialmente la Consejería de Presidencia; Fernando Meliveo, general interventor en la reserva, como Consejero de Economía y Hacienda; Juan Carlos Cuadrado, funcionario municipal y dirigente del sindicato CC.OO. como Consejero de Recursos Humanos; Jacinto Montes, profesor de instituto, como Consejero de Educación; Cecilia González, como Consejera de Sanidad y Servicios Sociales.
En cuanto a los del GIL: José María Benítez Melul, en Cultura; Cris Lozano sería propuesto como Presidente de la Autoridad Portuaria; David Lucía en la Consejería de Obras Públicas. Finalmente, el PIM conseguía colocar a Enrique Palacios en la de Medio Ambiente; Francisco Robles, en Promesa; y Dunia Abdelasis en la Viceconsejería de Turismo. Algunos otros melillenses recibieron la oferta de participar en el gobierno y, en algún caso, como el de Jesús García Ayala en la Consejería de Hacienda, tuvieron que desechar la opción antes de tomar posesión del cargo, ante las reacciones totalmente contrarias de los dirigentes nacionales de su propio partido.
Observando el hecho, cabe deducir cuatro conclusiones. En primer lugar, Aberchán había tratado de formar un gobierno que fuera presentable y no calificable externamente como una rareza, tanto por los ciudadanos de Melilla como por las contrapartes del gobierno central, utilizando intensivamente la posibilidad estatutaria de nombrar a personas no electas, si bien dentro de unos mínimos presupuestos ideológicos compartibles. Una cosa diferente es si lo llegó a conseguir o no. Precisamente, las decisiones de nombrar a sus colaboradores más inmediatos sirven para definir a un líder, y, principalmente, si desea ser el único pavo real en el jardín, mediante la elección de colaboradores que no le puedan hacer sombra; o, por el contrario, es capaz de elegir a los mejores porque entiende que es la mayor garantía hacia el éxito de un proyecto político que se supone es común. En este sentido, cada uno podrá tener su propia opinión sobre las decisiones de Aberchán.
En segundo lugar, la composición inicial del gobierno implicaba el sacrificio político de una buena parte de los diputados de CpM y del GIL, que no obtenían inicialmente ningún cargo de envergadura, con lo que se reproducía el problema del primer gobierno autonómico de Velázquez. En tercer lugar, la composición de la mayoría en la Asamblea que sostenía al gobierno Aberchán era realmente asombrosa, porque, precisamente, el mensaje del GIL durante la campaña electoral que había interpretado el electorado era claramente incompatible con una posibilidad como la que finalmente se produjo.
De todos los partidos que componían el arco de la Asamblea, el GIL eligió, ciertamente porque no le quedó otra posibilidad tal como sucedieron las negociaciones, al que nadie esperaba y principalmente sus electores. El GIL, como Hernán Cortés en la conquista de Méjico, había quemado sus naves para conseguir entrar en el gobierno. El largo plazo y la potencial consolidación fue sacrificada por los parabienes del corto plazo. Ya no habría vuelta atrás posible, pero, muy probablemente, tampoco habría habido perdón de su electorado, en el caso que hubieran intentado presentarse de nuevo en las siguientes elecciones. En cuarto lugar, la situación final era muy curiosa y paradójica teniendo en cuenta los datos iniciales. Mustafa Aberchán había sido el único dirigente que, desde el primer día después de las elecciones, había manifestado públicamente su interés en lograr un pacto de gobierno con el Partido Popular, si bien con él como Presidente, y, en cambio, la propia dinámica de negociaciones para formar mayorías de gobierno, había puesto a ambos grupos como duros oponentes políticos.
Poco a poco, empezaron a sucederse convulsos cambios. A finales de noviembre dimitió Fernando Meliveo, añadiéndose, por consiguiente, sus competencias a las que ya detentaba José Mejías. Meses más tarde, hizo lo propio Juan Carlos Cuadrado, pasando, inicialmente, sus competencias a Francisco Robles, y luego, tras la dimisión de este, de nuevo a Mejías, que se convertía en el super-Consejero del Gobierno Aberchán. Teniendo en cuenta las inexistentes relaciones del editor con el Presidente, derivadas del intento de acoso y derribo emprendido, durante el anterior gobierno, por Bohórquez contra él, así como el desafortunado episodio de las pretendidamente eliminadoras “cruces de mayo del 99”, no es extraño que Mejías acabara siendo el “elegido” por Bohórquez para recomponer las relaciones y seguir comiendo del presupuesto público, convirtiéndolo, por tanto, en su nuevo queridísimo amigo, entre otras cosas porque ya había desempeñado anteriormente esos “buenos oficios” de intermediación en su partido de procedencia: el socialista. Por último, Francisco Suárez obtuvo la Presidencia de Proyecto Melilla, sustituyendo, por unos meses, a Francisco Robles.
En Televisión Melilla se produjo, de nuevo, otro relevo. A finales de 1999, Juan José Medina, fue destituido como Gerente de Inmusa, y sustituido por un joven empresario de Melilla que había apoyado al GIL pero que desconocía el sector y no contaba con experiencia alguna en medios de comunicación. El efecto inmediato de tal movimiento, desastroso desde un punto de vista estratégico, fue el renacimiento instantáneo del semanario “El Vigía”, que se reincorporaba, de esa manera, al panorama de los medios de comunicación de Melilla, despertando a una “bestia” dormida, que centraría, a partir de ese momento, y más vehementemente que nunca, sus críticas en el nuevo Gobierno, especialmente contra Aberchán y también con Pepe Mejías y, por ende, con los componentes del GIL. Por si fueran pocos los enemigos del gobierno, con todos los que andaban enfadados con el mismo de una forma u otra, desde los grupos políticos que andaban en la oposición hasta el mismo electorado, ahora todos tendrían un canal de expresión, especializado en la crítica periodística fundamentada en hechos y no en opiniones interesadas, realizando, en la manera habitual de Medina, un periodismo de investigación constante, metódico, irónico y con más mala leche aún que anteriormente. Nunca un gobierno, justo es reconocerlo, tuvo tantos y tan poderosos enemigos.
El ejemplo más paradigmático de lo anterior fue la historia del nombramiento frustrado de Cris Lozano como Presidente de la Autoridad portuaria de Melilla, y luego lo del barco. En cuanto a la primera, el Consejo de Gobierno de la ciudad, conforme a las prerrogativas que le otorga la Ley, propuso a Lozano para tal cargo, pero nunca fue aceptada la propuesta por el Ministro del ramo, que se negó a aceptarla mediante una interpretación de la normativa. Más adelante, este señor, en el intento de mejorar las comunicaciones marítimas de Melilla apalabró un barco rápido que fue especialmente construido en Australia, y luego, una vez en Melilla, con la tripulación contratada y tras el preceptivo paseo a la prensa y autoridades, nunca obtuvo el necesario permiso de la administración para operar como línea regular, y así permaneció hasta tanto duró el gobierno de Aberchán. Supongo que todo eso tendría un coste, en lo relativo a los sueldos de las tripulaciones, combustible, amortización del buque y demás, y que alguien pagaría por ello, pero lo realmente importante es que nunca pudo operar.
Durante el primer trimestre del año 2000, el super-Consejero Mejías creó un sistema para buscar la “pax romana” con los medios de comunicación, ideando una forma, que definiría, en tanto que ha sobrevivido, un modelo melillense de relación con los mismos, que fue exportado años después a Ceuta, y que lleva a un sostenimiento artificial de tales medios de comunicación a través de convenios de colaboración entre cada uno de ellos y el gobierno, suprimiéndose, por tanto, las facturas y encargos por publicidad institucional, que dejaban de ser una discrecionalidad para los gestores políticos, y, a partir de entonces, se enmarcarían en tales convenios todas las acciones de publicidad por parte del ente local a cambio de unas cantidades financieras predeterminadas para cada uno de los medios de forma que posibilitaran la supervivencia financiera de cada uno de ellos.
Desde luego, un sistema peculiar, pero “made in Melilla”. Mejías ideó el sistema, y lo dejó planteado y en vigor, principalmente en su calidad de nuevo “queridísimo amigo” del editor. Como todo en esta vida, el sistema tiene sus ventajas e inconvenientes, y tanto para unos como para otros. Entre las primeras, principalmente las derivadas para los propietarios de los medios de comunicación que tienen un convenio firmado, puesto que aseguran su supervivencia, en tanto que queda garantizada, de esta peculiar manera, una amplia cobertura de los costes fijos de su empresa. También, y desde el punto de vista de esta historia, el que así este individuo está más relajado y sin crear tensiones y convulsiones innecesarias, aunque ahora parece que vuelve a las andadas. Entre los inconvenientes, no cabe duda que esta práctica tiene un coste, además del financiero existente para las arcas públicas, en términos de libertad. En lo que a este relato concierne, Bohórquez, dejaba asegurada la supervivencia del medio, y, al menos, tenía un factor para calmarse y dejar de dar cornadas a diestra y siniestra.
Por otra parte, la contratación de cooperativas para ejecutar pequeñas obras, que ya se había iniciado con el anterior gobierno, se desmadró totalmente con este nuevo gobierno. Cientos de trabajadores-cooperativistas dependían, para su sustento diario, de las certificaciones mensuales de obras que tenía que pagar la Ciudad Autónoma. Como suele ocurrir en España, somos especialistas en convertir lo que debería ser una excepción en una regla. Era una apuesta arriesgada, porque si alguna vez no podían atenderse los pagos mensuales, o las prestaciones tuvieran que cortarse por algún motivo, el conflicto social estaba asegurado.
Mientras todo eso sucedía, el nuevo acercamiento político entre el PP y la UPM, producido desde la negociación de la moción de censura frustrada contra Aberchán a mediados de julio de 1999, disfrutaba de una “luna de miel”. El secretario general de los populares, Javier Arenas, había quedado encantando con el candidato upemista, Juan José Imbroda, y era consciente que para recomponer la influencia del partido popular en Melilla era necesario el pacto con esta última formación, puesto que ambas compartían, en mayor o menor medida, tanto la ideología como el electorado, y podrían sumarse entre sí sin apenas problemas de complementariedad. Además, si Arenas miraba en sus propias filas, no encontraba a nadie con las características de Imbroda, puesto que, en primer lugar, había que considerar la delicada situación de Velázquez, con una dimisión no aceptada por la dirección nacional del partido y una resolución pendiente de los Tribunales de Justicia sobre su actuación en la moción de censura de 1997, por lo que no era la persona adecuada, por tales circunstancias superpuestas, para capitanear la reconquista del poder por los populares.
En segundo lugar, tampoco lo era, a su juicio, Jorge Hernández, puesto que había dejado la Presidencia del PP local en octubre de 1996, había trasladado luego su residencia a Málaga, y acababa de obtener, de nuevo, su escaño de eurodiputado en las europeas de 1999, sumergiéndose, muy activamente, en las instituciones europeas. Eso es por lo que Arenas empezó a planear una estrategia de acercamiento entre ambos partidos, cuya primera etapa sería la coalición electoral para que Juan José Imbroda pudiera concurrir, como candidato del Partido Popular, a las Elecciones Generales al Senado del año 2000. Más adelante, y en función de cómo fueran sucediendo los acontecimientos, a tal acercamiento podrían seguirle otras etapas.
Las Elecciones Generales fueron ganadas por el Partido Popular en España, obteniendo una mayoría absoluta holgada. En Melilla, de igual forma, el PP obtuvo los tres escaños en juego: un Diputado al Congreso, renovando el escaño Antonio Gutiérrez Molina; y dos al Senado: el habitual de Carlos Benet Cañete, y uno nuevo para Juan José Imbroda Ortiz. La primera fase del acercamiento PP-UPM había sido aprobada con nota.
La obtención del escaño por Imbroda aceleró el proceso entre el PP y la UPM, mediante las estancias semanales de Imbroda en Madrid en el Senado, en el que consiguió inmediata e inicialmente una portavocía especializada del grupo popular en la cámara alta, que era el mayoritario en esos momentos, con lo que aseguraba su visibilidad y la construcción de importantes y poderosas redes sociales, que se extendieron hasta alcanzar a las máximas alturas del partido popular, que compartieron instantáneamente las buenas sensaciones de Javier Arenas, principalmente al observar que parecía saber perfectamente lo que tenía entre manos y lo que pretendía para la ciudad.
A tales efectos portaba el Plan de Desarrollo Regional para Melilla que ya hemos comentado, y que ofrecía una relación cifrada de estrategias e inversiones a realizar a medio y largo plazo en la ciudad. En la dirección nacional del partido popular estaban literalmente hartos de la cantidad de problemas que habían tenido que lidiar provenientes del propio partido en Melilla, de sus luchas internas, y de las diferentes situaciones políticas, y se encontraban ansiosos de confiar en alguien que tuviera las suficientes cualidades para pacificar y calmar la situación, de forma que permitiera a los componentes de la dirección nacional, en su mayor parte cargos del Gobierno al mismo tiempo, centrarse en la dirección política de la nación. Imbroda estuvo, como suele decirse en el dicho americano, en el momento justo y en el sitio adecuado. No obstante -hay que admitirlo- para llegar a ese momento había tenido que sufrir años y años de dura travesía por el desierto y frustrante lucha política, y es que “el que la sigue, la consigue”, como dice nuestro refranero.
Una consecuencia de las elecciones generales, y del nuevo gobierno Aznar resultante, fue el cambio en la Delegación del Gobierno en Melilla, incorporándose, durante el mes de mayo de 2000, como nuevo Delegado, Arturo Esteban Albert.
Los errores del gobierno Aberchán, más la actuación de El Vigía, más el nuevo escenario político nacional con una mayoría absoluta del PP apoyando al gobierno de José María Aznar, y el descontento entre algunos de los componentes del gobierno melillense, era, de nuevo en Melilla, un cocktail explosivo. Varios Diputados Locales del Gil eran miembros, a su vez, del PP, o, al menos, simpatizantes de este partido. Otros Diputados Locales estaban molestos, por unas causas u otras, con algunas decisiones del Gobierno. No es extraño que tal panorama llevara a unas encubiertas negociaciones entre el frente unido de oposición formado por el PP, UPM y PSOE, que contaba con diez Diputados Locales en total, con algunos de los diputados locales que soportaban al gobierno Aberchán, al objeto de atraer hacia su terreno a, cuando menos, tres de ellos más, de forma que pudiera asegurarse el éxito de una moción de censura a presentar al Presidente Mustafa Aberchán. Efectivamente, a partir del mes de abril de 2000, tres Diputados abandonaron sus grupos políticos respectivos pasándose al grupo mixto. Concretamente, Francisco Robles, del PIM; y Francisco Suárez y Enrique Cabo, del GIL. La moción de censura estaba cantada.
Consecuentemente, durante el mes de junio de 2000, la moción de censura fue presentada. Los días previos a la votación, Aberchán abandonó la ciudad, correspondiendo la Presidencia a Enrique Palacios, que llegó a firmar un esperpéntico Decreto declarando cerrado el Palacio de la Asamblea para evitar la votación de la moción de censura. Gracias a los nuevos poderes atribuidos por la Ley a los Secretarios Generales de los Ayuntamientos, modificación legal en la que históricamente Melilla tiene demasiado que ver, dadas las sucesivas trampas que se han producido en estos eventos, la votación pudo realizarse finalmente, e Imbroda obtener la Presidencia de la Ciudad Autónoma de Melilla, con el apoyo de su propio grupo de la UPM, más los del PP, PSOE y grupo mixto y, además, sorpresivamente, tres diputados adicionales del GIL, totalizando 16 votos, y dejando al GIL en su mínima expresión, con Cris Lozano y Benítez Melul.
EL AUTOR
Julio Liarte Parres es economista y funcionario de la Ciudad Autónoma de Melilla. Prestó sus servicios en el Ministerio de Trabajo, precisamente en el departamento encargado de las ayudas a empresas de nueva creación; y luego ha hecho lo propio como gerente de la empresa pública Proyecto Melilla, SA, entidad especializada creada por el entonces Ayuntamiento de Melilla para fomentar la creación de empresas y empleos en la ciudad.
En la actualidad es diputado autonómico y portavoz del grupo Populares en Libertad (PPL), un partido escindido del PP y que lidera el ex presidente de la Ciudad de Melilla, Ignacio Velázquez Rivera.