“Escrito para la Historia”: Carrero Blanco y nosotros
Por Blas Piñar (del libro “Escrito para la Historia”).- Mi relación personal con el almirante se inició con motivo de un acto que iba a celebrarse en el Instituto de Cultura Hispánica y que podía tener ciertas repercusiones políticas. En mi calidad de director del Instituto acudí a visitar a don Luis Carrero Blanco. Fue una conversación cordialísima y todo quedó aclarado y solventado.
A partir de la fundación de Fuerza Nueva Editorial, el 2 de mayo de 1966, tuve varias entrevistas con el almirante. Unas, para tenerle al tanto de una cierta hostilidad -más o menos claramente manifestada- hacia nosotros por parte de quienes ostentaban cargos oficiales en el Movimiento y en la Administración pública, y, en otras, para hacerle llegar informes sobre materias políticas controvertidas. Recuerdo uno que, a su instancia, elaboré, con todo detenimiento, sobre la política informativa.
En cierta ocasión me dijo don Luis que el libro de Horia Sima, jefe en el exilio del Movimiento legionario rumano, editado por nosotros, ¿Qué es el comunismo?, le había parecido, por su brevedad y por el valor de sus argumentos, lo mejor que había leído sobre el tema .
El Ministerio de Información y Turismo nos compraría una edición de catorce mil ejemplares, que se distribuiría en colegios, institutos y centros de aprendizaje a fin de que la juventud española pudiera conocer a fondo lo que era el comunismo y la tragedia que se vivía en los países subyugados de más allá del Telón de Acero. Se hizo la edición y se entregó en el Ministerio. El cobro de la cantidad adeudada fue penosa; y la situación económica, no holgada precisamente, nos ocasionó problemas. Tuve que acudir al propio Carrero Blanco que, con justa indignación, ante mí, y telefónicamente, ordenó al ministro Alfredo Sánchez Bella, que se nos abonase lo que se nos debía. En la operación de cobro me acompañó, con particular afecto, Carlos de Meer y de Ribera, que a la sazón desempeñaba un cargo importante en aquel departamento ministerial.
Más tarde, en otra entrevista con don Luis, surgió el tema de sus artículos, todos sumamente interesantes, publicados en diversos medios de comunicación, pero difíciles de conseguir. Le propuse la recopilación de los mismos, y su publicación por nuestra editorial. Él escribiría el prólogo. La sugerencia le pareció acertadísima. Lo que había escrito años atrás tenía vigencia, y él se reafirmaba en sus puntos de vista. Los derechos de autor fueron condonados. Las conversaciones con el Almirante, relacionadas con los detalles de la edición, las mantuvo, en nombre de Fuerza Nueva, nuestro vicepresidente Ángel Ortuño Muñoz.
El libro se titula Juan de la Cosa, seudónimo utilizado por el almirante. Su lectura despierta un vivo interés, ya que pone de relieve la clara visión política del autor. Lo que más impresiona es la narración de un sueño profético sobre su asesinato y lo que ello iba a representar para España.
La edición fue copiosa. Pensábamos que serían muchos los españoles, especialmente los que desempeñaban cargos públicos o sentían inquietud política, que desearían adquirir el libro, y que de éste se harían eco los medios informativos, sobre todo los que por su vinculación al Estado o al Movimiento estaban obligados moralmente a comentarlo. Pero no fue así. Un silencio casi absoluto rodeó a este libro. Incluso mi visita personal al entonces ministro de la Gobernación, Carlos Arias Navarro, para que adquiriera ejemplares, que luego podría hacer llegar como obsequio a los gobernadores civiles, y a los funcionarios que de él dependían, no tuvo éxito. Tomó nota y me prometió pasarla a su cuñado, director general de Política Interior. Pero ahí quedó todo.
Me di cuenta de que algo muy serio comenzaba a fallar en el Régimen. Por un lado, se utilizaba un doble idioma y, por otro, era cada día mayor la distancia entre los Principios ideológicos, que constituían la razón vital del Sistema, y la actuación política, ya encaminada a lo que después iba a llamarse desarrollo del Régimen a partir de sus raíces institucionales y, más tarde, reforma y transición políticas. Simples maniobras dialécticas para ocultar lo que sería evidentemente una ruptura.
Fue con motivo de un acto-homenaje a Juan Jara, nacido en Talarrubias, (Badajoz), el primer falangista asesinado en Zalamea de la Serena, el 4 de diciembre de 1933, es decir, antes de producirse la fusión de la Falange con las JONS, cuando tuve que recurrir al almirante. Se proyectó el acto para el día 20 de febrero de 1972. La Secretaría General del Movimiento, que ya nos había prohibido varios actos, entre ellos, uno en Albacete y otro en Cádiz, nos prohibía ahora el de Talarrubias, pueblo natal del asesinado. En mi visita a Carrero Blanco el día 10 de febrero le pedí que se nos autorizara a celebrarlo. La prohibición se mantuvo y así se lo comuniqué en carta del día 17.
Las vicisitudes de la prohibición las conozco a través de mi gran amigo, compañero de bachiller, y alférez provisional, Daniel Riesco Alonso, que era entonces gobernador civil y jefe provincial del Movimiento en Badajoz y que iba a intervenir conmigo en el acto de Talarrubias. Le había llamado el ministro secretario Torcuato Fernández -Miranda. Me lo contó en mi despacho de Fuerza Nueva, con lágrimas en los ojos. Antes había estado en la Secretaría General, donde el cambio de impresiones debió ser tan tenso, según me dijo, que tuvo que tomarse, al terminar, una pastilla que previese un infarto de corazón. Le indiqué a Riesco que no obstante la prohibición nosotros iríamos a Talarrubias.
Fuimos, efectivamente. La Guardia Civil se desplegó para desviar los coches que se dirigían al lugar. No se nos permitía la entrada en el pueblo. Fuimos a La Jara, una finca próxima, ofrecida gentilmente por la familia Márquez de Prado. La Guardia Civil detenía los vehículos, tomaba nota de la matrícula y exigía la documentación a los ocupantes. En aquel recinto particular, y al aire libre, megáfono en mano, dirigimos la palabra a los que pudieron llegar. Lo gracioso es que la fuerza de la Guardia Civil la mandaba Antonio Tejero Molina, que cumplía órdenes, naturalmente, de la Superioridad. Me lo decía -no hace mucho- el propio Tejero. Yo no lo sabía, ni conocía entonces a Tejero, que por el resultado positivo de la operación fue felicitado telefónicamente por Raimundo Fernández Cuesta.
Volviendo al hilo de mi recurso a Carrero Blanco debo añadir que el Almirante, en la audiencia del 10 de febrero de 1972, departió conmigo cariñosamente. Yo le expuse mi estado de ánimo -no eufórico-, y él se brindó a conseguirme una audiencia con Franco – que estaba detenida por indicaciones de la Secretaría General- a fin de que le expusiera mi justa indignación al Jefe del Estado y del Movimiento. No era lógico que un consejero nacional, de los Ayete, es decir, de los nombrados de un modo directo por el Caudillo -lo que ponía de relieve su confianza y afecto por el designado-, recibiera un trato semejante y sin explicación alguna. El almirante salió a despedirme. Me acompañó hasta la puerta de su despacho, me animó a seguir el combate y me dijo algo que levantó mi moral, un tanto decaída: “No olvide que detrás de usted hay mucha gente; y el primero soy yo”.
Un pleno del Consejo Nacional
En febrero de 1971, y en medio de la crispación del proceso de Burgos contra los terroristas de ETA, se convocó un pleno del Consejo Nacional del Movimiento. La sesión sería secreta. Teníamos que ocuparnos de la subversión. Yo no pensaba intervenir. Había presentado mi dimisión a Franco. El tratamiento que recibíamos, y yo personalmente recibía de los cuadros dirigentes de la política nacional, y los ataques de los medios de comunicación -oficiales y privados- me movieron a tomar esa determinación. Mi lealtad al Caudillo y a los ideales de la Cruzada no iban a cambiar por ello, y así se lo exponía al Caudillo, a través de la carta (2) que le hice llegar por medio de su ayudante, el entonces teniente coronel Agustín Vara de Rey.
Pocos días antes de la sesión tuve que ir a Barcelona. El teniente general Alfonso Pérez-Viñeta, que estaba al frente de la IV Región Militar, me invitó a comer. Con Pérez Viñeta, también consejero nacional y hombre fiel al Caudillo, me unía una amistad muy sincera. Hablamos de la próxima sesión del Consejo y de su importancia. Le dije que no pensaba intervenir pues había presentado mi dimisión. Sería ridículo que mientras exponía mis puntos de vista se notificara mi cese, a petición propia. Pérez- Viñeta me dijo que mi dimisión no sería aceptada y que, si no me parecía mal, haría algunas gestiones para que así fuese.
De nuevo en Madrid, el 5 de febrero de 1971, vino a verme el teniente general Franco Salgado, primo del Jefe del Estado, y persona de su absoluta confianza, que ejercía de secretario particular. Venía en nombre del Caudillo para decirme que éste no sólo no aceptaba mi dimisión, sino que encarecidamente me rogaba que interviniese en la próxima sesión secreta del Consejo Nacional. Literalmente me comunicó: “Su Excelencia leyó su carta delante de mí y me encargó que le dijese (que) desde luego le ratifica su confianza”.
Excuso decir que este respaldo, bien explícito, me levantó el ánimo. Preparé mi intervención cuidadosamente, y la documenté de un modo casi exhaustivo. Hice ante el pleno una exposición cuidadosa de la subversión, a todos los niveles, desde el eclesiástico al militar y al político. Sería interesante reproducir aquel discurso, pero no es éste el lugar adecuado. Lo que sí creo oportuno señalar aquí es que tuve que poner de relieve el deterioro ideológico y táctico del Movimiento. A este fin, señalé que Gabriel Cisneros, responsable de las juventudes de aquél, y consejero nacional, presente en la sesión, había solicitado que se emitiera un sello postal en homenaje a Pablo Picasso. Hice pasar de mano en mano el folleto -al que hago referencia en otro lugar de este libro -recién publicado en Alemania, y del que Picasso era autor. Aparte de su texto brutalmente ofensivo, sus páginas reproducían grabados del famoso artista, no solamente injuriosos, sino blasfemos. En uno, por ejemplo, aparece Franco realizando el acto sexual con una cerda.
En otro, Franco apunta con el miembro viril erecto a la Eucaristía. Aludí también al hecho de que el presidente de la Diputación de Barcelona, José María Müller y de Abada, consejero nacional presente, había cedido uno de los mejores edificios de la corporación, en la Ciudad Condal, para el Museo Picasso. No entiendo, subrayé, cómo podía compaginarse la lealtad al Caudillo con esta simpatía tan clara hacia quien, como Picasso -aparte de su historial político- le insultaba públicamente de forma tan grosera.
Cuando hice referencia a los intentos de la subversión para penetrar en los Ejércitos, observé la mirada fija de los ministros. Volvían la cabeza hacia el lugar desde donde yo hablaba. Aludí, sin dar el nombre, a quien ocupaba un puesto de mando de excepcional importancia. Carrero Blanco dejó de confeccionar sus pajaritas de papel. Había tensión en el ambiente. Terminé apelando al patriotismo y a la dignidad del Gobierno, que ante una situación tan grave como la que acababa de exponer tenía la obligación de dimitir.
Se oyó el toque insistente de una campanilla. Fue suspendida la sesión. Salimos fuera. Me quedé absolutamente solo. Corrillos, miradas más o menos furtivas, murmullos. Los ministros se reunieron con su presidente. Al cabo de media hora terminaba la sesión. Carrero Blanco se vino hacia mí, y ante la expectación de todos me abrazó de modo efusivo diciéndome: “Estoy totalmente de acuerdo con usted”. “¿En todo, almirante, incluso en lo de la dimisión?”; “También”. “Sólo quiero hacerle una pregunta -añadió- ¿Se refería usted al teniente general Manuel Díez Alegría al aludir a ese alto mando del Ejército?”. “Sí, almirante -contesté-, sólo me ha faltado decir su nombre”. Más tarde, la entrevista del Jefe del Alto Estado Mayor, en Bucarest, con Ceacescu, y -según se afirmó entonces- con Santiago Carrillo, parece que fue la causa de su cese.
A pesar de que la sesión del Consejo Nacional fue declarada secreta, el teniente general Joaquín González Vidaurreta, Jefe de la Casa Militar de SE el Jefe del Estado, me envió una tarjeta con el siguiente texto: “Querido amigo: Sus secretos de ayer me han gustado mucho; le felicita y abraza su buen amigo”.
El 1 de mayo de 1973 tuvo trágicas consecuencias. Los marxistas, para conmemorar la fecha, asesinaron en Madrid a un policía, Juan Antonio Fernández Gutiérrez. El día 7 de mayo hubo un funeral por su eterno descanso en San Francisco el Grande, y seguidamente una manifestación convocada por la Jefatura Superior de Policía. Los manifestantes reclamaban justicia. Los gritos se hicieron especialmente duros ante la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. Nos disolvimos en el lugar del crimen, en las inmediaciones de la antigua Facultad de Medicina. Allí se pronunciaron unas palabras de condena, -y no sólo por mí- coreadas por una multitud enardecida.
Pocos días después, Alberto Monreal Luque, al que había conocido a través de José Luis Villar Palasí, siendo éste ministro de Educación y aquél subsecretario del Departamento, me invitó a almorzar. Tenía algo grave y urgente que comunicarme. Monreal Luque era ministro de Hacienda, y la verdad es que me dio pruebas evidentes de amistad. En síntesis, lo que me dijo en el almuerzo fue lo que sigue: “Los asesinatos no sólo han conmovido a la opinión pública, sino que han provocado inquietud y alarma en los medios oficiales. La manifestación de protesta tuvo impacto. Habrá crisis. Carrero Blanco será el primer Jefe del Gobierno y propondrá a los nuevos ministros. Del acierto de esta designación depende en gran parte el futuro inmediato de España. “Tú -me indicó mirándome fijamente- eres el único que puede aconsejar al Almirante. Tiene por tí una verdadera admiración, y cuando alguno de los ministros te ha criticado y ha arremetido contra ti, te ha defendido con energía”.
La verdad es que me sentí sorprendido. Tenía por seguro -y los hechos me lo han demostrado- que don Luis nos miraba con simpatía, pero que ésta fuese lo bastante para oír y seguir mis consejos me parecía excesivo.
Respondí, por ello, a Monreal Luque: “Me colocas en una posición difícil. Si cuanto acabas de decirme es objetivamente cierto, yo cometería un error gravísimo con mi silencio expectante ante la crisis que me anuncias; pero, si por el contrario, se trata de una opinión personal tuya, el almirante podría interpretar mi interferencia como intromisión desafortunada. Lo pensaré”, concluí.
Y lo pensé detenidamente. Tuve informado tan solo al vicepresidente de nuestra Sociedad, Ángel Ortuño Muñoz. Escribí de mi puño y letra al Almirante. Le decía en mi carta, con todo respeto, que por fuente de absoluta confianza sabía que Franco iba a nombrarle presidente del Gobierno, y que, si le parecía bien, me gustaría que me recibiera el día y en el lugar que estimara prudentes, para darle a conocer mis puntos de vista, en un momento decisivo en el que muchas cosas fundamentales estaban en juego.
No tuve respuesta. Efectivamente, don Luis -de conformidad con lo previsto en la Ley Orgánica de 1966- fue designado Jefe de Gobierno el 8 de junio de 1973, y se hizo pública la relación de los nuevos ministros.
José Luis Alcocer captó la tendencia reformista de bastantes ministros del nuevo Gabinete y en un trabajo, que publicó en Índice, del 15 de enero de 1974, luego de señalar agudamente “la ausencia (en el mismo) de los ultras”, admitió que “un reformismo veraz no (podía) sobrevivir sin izquierda (y que) la izquierda (no podía) ser la eterna proscrita”, por lo que “la izquierda tiene que ser oída.” No necesito aclarar lo que el término izquierda encerraba. Las cosas había que decirlas con prudencia, que se hizo innecesaria al desmontarse el Régimen con la transición política.
Pues bien; la falta de contestación a mi carta, por el Almirante, no se debía a que la carta no hubiese llegado a su destino, por lo que había que atribuirla, o bien a que fue estimada por su destinatario como la intromisión que yo temía, o por otra causa más grave, que luego conocí.
Y la conocí, después del atentado que costó la vida al almirante. Contaré con detalle lo sucedido, pues entiendo que es un dato importante para la historia.
Víspera del magnicidio
En la noche del 19 de diciembre de 1973 fui a la Presidencia del Gobierno. Fue el día de la visita al almirante del secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, es decir, la víspera del asesinato. Hacía meses que no hablaba con Carrero Blanco, (aunque me saludó muy efusivo el 20 de noviembre, en el Valle de los Caídos), pues no quería ponerle en situación apurada, obligándole moralmente a darme una explicación por la falta de respuesta a mi carta. Fui a visitar al ministro secretario de la Presidencia, José María Gamazo, al que no conocía. Sabía, ello no obstante, que era persona ligada a don Luis y su amigo personal.
Me recibió muy amable y le transmití mi honda preocupación por lo que estaba sucediendo: “El Régimen, a mi entender, había entrado en un proceso agudo y acelerado de crisis, y desde el oficialismo se combatía sin escrúpulos a quienes con desinterés y espíritu de sacrificio tratábamos de mantener públicamente los principios ideológicos, los valores éticos y las constantes históricas que constituían la médula del Movimiento Nacional, y por los que tantos cientos de miles de españoles dieron su vida en la Cruzada. Hice alusión, incluso, al eco nulo que en los medios políticos tenía el libro de Carrero Blanco, que publicó nuestra editorial”.
Gamazo me dijo que compartía mi inquietud, que el Almirante estaba seriamente preocupado; que todas las noches despachaba con él, y que nuestra actitud gallarda, en un medio cada día más desagradable, era objeto permanente de las conversaciones que mantenía con don Luis. Dos cosas indicó Gamazo que quiero destacar: una, que el tratamiento que nuestro grupo recibía del Sistema era tan intolerable como injusto, y que ello exigía -según el Almirante- reparación. Y otra, que se temía un acontecimiento muy grave, que en concreto se desconocía.
En la mañana del 20 de diciembre de 1973, yo estaba en mi despacho profesional, atendiendo a una buena amiga y cliente, Lola Flores. Me llamó por teléfono una de mis nueras, Carmen Pinedo Noriega, para decirme que habían asesinado al presidente del Gobierno. La verdad es que no lo creí. Pero pocos minutos más tarde, Waldo de Mier y García Maza, subdirector de la Agencia EFE y entrañable amigo, me confirmaba la noticia.
Abandoné inmediatamente mi despacho profesional y me trasladé al edificio de la Presidencia. Subí a la planta principal. Me saludaron algunos ordenanzas, que, consternados, me dijeron que la muerte del Almirante la había ocasionado una explosión de gas. Me pareció absurdo. Por el pasillo, me dirigí al despacho del secretario particular de don Luis. A mi derecha se abrió una puerta, que se cerró con rapidez. Quien abrió y cerró la puerta fue el vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Hacienda, Antonio Barrera de Irimo, hombre inteligente como pocos. Su palidez era semejante a la del yeso. No me saludó. El secretario particular del almirante hablaba por teléfono con una hija de don Luis, Carmen Carrero-Blanco, residente en Sevilla.
“No se trata de una explosión de gas, sino de una atentado de ETA” , le decía. Me fui seguidamente a ver a Gamazo, pero Gamazo y Torcuato Fernández-Miranda, vicepresidente del Gobierno y secretario general del Movimiento, salían del despacho del primero. Le dije a Torcuato que la situación era peligrosa, que podía temerse lo peor, y que dadas las circunstancias, y no obstante nuestro desacuerdo con la política gubernamental, estábamos a sus órdenes. Fernández-Miranda, antiguo compañero del Colegio Mayor Jiménez de Cisneros, estuvo, como era habitual en él, seco, distante y despectivo. Gamazo me cogió del brazo y con profundo dolor me dijo: “He aquí el acontecimiento grave de que anoche te hablaba, y que no podíamos presumir. Tengo que hablar contigo. No ahora. Ya nos pondremos de acuerdo”.
En la tarde del día 20, y desde mi despacho de Fuerza Nueva, traté, aunque inútilmente, de ponerme en contacto telefónico con Carlos Arias, ministro de la Gobernación. Pero, ya en mi casa, durante la cena, Carlos Arias me llamó. Me dijo que la situación era gravísima, que era necesario mantener la serenidad, y que él estaría a mi lado, y en la calle si fuera preciso, en el caso de que las cosas no discurrieran tal y como él y yo queríamos. Aquella llamada y, sobre todo, su mensaje me sorprendieron e inquietaron.
Después, supe que Carlos Arias se reservó este contacto personal conmigo, encomendado a personas al servicio del CESID que se comunicaron con otros grupos, incluso a través de Santiago Carrillo, residente entonces en París, con el Partido Comunista.
A la mañana siguiente me trasladé, previa indicación del teniente general Carlos Iniesta Cano, a la Dirección General de la Guardia Civil, a cuyo frente estaba. Tenía una buena amistad con Iniesta. Me confirmó la noticia del asesinato y me dio detalles acerca de su autoría y de los medios utilizados, bien aparatosos, sin que, curiosamente, nadie los detectara. El coronel José Antonio Sáenz de Santamaría, que era jefe de Estado Mayor en la Benemérita, entró dos veces en la sala para tener a su jefe al tanto de los acontecimientos. Sáenz de Santamaría se comportó con el respeto debido, pero creí sorprender una especie de objetividad profesional y disciplinaria, como si el asunto le fuera indiferente y ajeno. No había emoción, sino frialdad en sus informes.
Estando solos, Iniesta me leyó la orden. -tajante y magnífica- cursada a las fuerzas a sus órdenes.
-La comparto y te felicito, pero ¿la mantendrás?- fue mi respuesta.
Al tener noticia de que el cadáver de don Luis acababa de ser trasladado a la Presidencia del Gobierno, el general Iniesta me dijo: “Vámonos, vente conmigo”. Me negué a acompañarle en su coche oficial. No me parecía prudente, en aquellas circunstancias, que nos vieran llegar juntos. Le seguí en mi coche. Iniesta entró en el edificio de Castellana 3. A mí, no obstante mi condición de consejero nacional, se me prohibió la entrada. No pude ser testigo de lo que ocurrió ante el cadáver del presidente. Me consta, sin embargo, que las presiones de Gabriel Pita da Veiga y Sanz, ministro de Marina, a cuyo cargo estaba el Ministerio del Ejército, por ausencia de su titular, y del propio Carlos Arias, obligaron al general Iniesta a revocar su orden. Naturalmente, los asesinos se evadieron.
El arzobispo de Madrid, cardenal Vicente Enrique y Tarancón, llegó al edificio de la Presidencia. Le abuchearon. Fui testigo presencial del abucheo, aunque, por respeto, no tomé parte en el mismo. Antonio María de Oriol, que aún no había entrado en el edificio, defendió indignado y a voces al señor cardenal.
El entierro de don Luis contó con una asistencia popular impresionante. Hubo representaciones extranjeras. Nosotros acudimos para sumarnos al duelo y a la protesta. Encabezaba nuestro grupo José Ardanaz Goicoechea, que ejercía de secretario de Fuerza Nueva, y yo. En una pancarta, que alzamos entre la muchedumbre, decíamos: “La hez sólo asesina cuando los gobiernos son débiles”. Era la misma que exhibimos en la manifestación de protesta del 7 de mayo de 1973 por el asesinato del subinspector de Policía Juan Antonio Fernández Gutiérrez. El propio subdirector general de Seguridad, Enrique Jiménez Asenjo, persona dignísima, luego de algunas gestiones infructuosas de sus emisarios, me rogó que dejáramos de exhibir la pancarta. Le contesté que nos negábamos a ello, pero que él podía retirarla por la fuerza, lo que ordenó inmediatamente.
El grupo más próximo al lugar en que nos encontrábamos -muy cerca de Castellana 3-, pudo observar lo ocurrido. La representación oficial de la Marina se acercó. Uno a uno me dieron la mano los marinos. Entre ellos estaba el que más tarde sería mi consuegro, Camilo Menéndez Vives.
La prensa guarda recuerdo escrito y gráfico del entierro, que presidía el Príncipe. Me limito a traer a colación que nosotros, y no solamente nosotros, nos desviamos. No fuimos al cementerio de El Pardo, donde se iba a enterrar al almirante, sino a la calle Claudio Coello, al lugar del asesinato, junto a la iglesia de los Jesuitas. El espectáculo era lunar. No se trataba de un socavón, sino de un cráter, lo que teníamos a la vista. Yo pronuncié unas palabras muy breves: “Así es -dije- como quieren dejar a España los que de un modo o de otro se han conjurado para asesinar al Almirante” . Estas palabras las ahogó el ruido de los motores de un helicóptero, enviado para que nos vigilara. Sobrevoló muy bajo.
Al día siguiente, 22 de diciembre de 1973, también por la mañana, me llamó por teléfono la viuda del almirante, Carmen Pichot. Yo no la conocía. Me pidió que fuera a verla cuanto antes. Fui a su domicilio de la calle Hermanos Bécquer, 5. Se trataba de un piso modesto, de la clase media, apacible y sin lujos. Pasé a su alcoba. Acostada, lacerada en lo más íntimo de su ser, comenzó a hablar.
Fue una exposición larga, interrumpida por los sollozos. Tenía la obligación moral -dijo- de darme una explicación, que su marido no pudo darme. “Luis recibió su carta. Luis quería que usted fuera ministro y le incluyó en la lista que presentó a Franco. Franco le tachó. Mi esposo, disgustado, al regresar a casa, refiriéndome lo sucedido, exclamó: ‘Ya no sé lo que pasa en El Pardo’. Mi esposo, por su fidelidad al Caudillo, nada quiso decirle a usted, pero quiero que conste que a usted le respetaba y admiraba. Debe saberlo”.
Y lo supe, no sólo por revelación de la viuda del almirante, sino a través de Gamazo, que me lo confirmó cuando mantuvimos la entrevista, por él deseada, y del teniente coronel José Ignacio San Martín, que en su libro relata la intervención, para evitar mi nombramiento, del teniente general Manuel Gutiérrez Mellado.
La viuda del almirante se levantó de la cama, se suscribió a nuestra revista y tomando una fotografía de su esposo, y con su letra, femenina y picuda, escribió la siguiente dedicatoria: “Para Blas Piñar, en recuerdo de la buena amistad y afecto que Luis le tenía y con el mío propio. Duquesa de Carrero-Blanco”.
Yo, emocionado, recibí la foto, que guardo como una joya. Seguimos hablando. El archivo particular de don Luis pensaba dejárselo a Laureano López Rodó. Le pareció bien el homenaje póstumo que queríamos convocar en Fuerza Nueva, en honor del Almirante. Me sugirió quiénes podían participar en el mismo. La fecha, el 20 de mayo de 1974.
La pequeña historia de este homenaje merece un recuerdo más detallado y particular. Varias de las personas sugeridas por la viuda de don Luis, a las que visité, se negaron a participar en el mismo. Torcuato Fernández-Miranda, que a la sazón dirigía el Banco de Crédito Local, estimaba que el homenaje le parecía correcto y necesario, pero debía tener carácter institucional.
No es cierto, como escribe Torcuato Fernández-Miranda, que le telefoneara al Banco de Crédito Local. Fui a verle en persona. Sí estimó, como dice en su Diario (en parte reproducido en ABC del 20 de noviembre de 1983), que no le parecía “bien que la figura de Carrero Blanco fuera apropiada por Fuerza Nueva”. Por ello, sin duda, la “honda satisfacción” que para él suponía “intervenir en un acto de homenaje a Carrero”, desaparecía si se trataba de “participar en un acto de Fuerza Nueva”. Entendía Fernández-Miranda que “el homenaje no debía ser organizado por un grupo, sino que debía tener carácter general, y que debía organizarlo el Gobierno, “al menos, el Ministerio de Marina”.
Envié un escrito de rectificaciones al diario ABC que publicó el 21 de noviembre de 1983. Eran las siguientes:
“1. Que si es cierto que don Torcuato Fernández-Miranda se negó a intervenir como orador en el acto-homenaje a Carrero Blanco, único que creo se celebró en España, y que tuvo lugar en la sede de Fuerza Nueva el 20 de mayo de 1974, también es cierto que prometió asistir al mismo, dejando incumplida su promesa.
2. Que si es cierto que don Torcuato Fernández-Miranda me expresó su deseo de que el Gobierno organizase el acto-homenaje, con participación de personas representativas de las instituciones, no lo es que sugiriese la idea de que tal acto podría celebrarse con carácter supletorio por el Ministerio de Marina.
3. Que en ningún caso Fuerza Nueva trató de “ apropiarse “la figura de Carrero, sino de rendirle un homenaje que, como el propio señor Fernández-Miranda reconoce, le negaron tanto el Gobierno como las restantes instituciones del Régimen”.
La única persona de las insinuadas por la viuda de Carrero Blanco que me contestó afirmativamente, y que me prometió hablar en el acto, fue Julio Rodríguez Martínez, ex ministro de Educación Nacional.
Preveíamos una gran concurrencia al acto y contratamos un circuito cerrado de televisión para que los asistentes pudieran seguir la imagen y las palabras, no sólo desde el salón, sino desde todas las dependencias de la Sede, e incluso desde la entrada al edificio y un local desocupado de la planta baja.
Lo insólito se produjo la víspera del acto. En la tarde del día 19 de mayo de 1974 se presentaron en mi casa la hija de don Luis, Angelines Carrero y Carmen Ollo Luna, muy amiga suya y estrechamente vinculada a Fuerza Nueva. Aquella visita me alegró, pero mi alegría duró poco. Angelines, a la que admiro y quiero, fue sin duda fuertemente presionada para dar este paso, y decirme, poco más o menos, que tratábamos de aprovechar políticamente el asesinato de su padre. Me preguntó, además, por los derechos de autor que no le habíamos abonado a don Luis, por el libro al que antes hice referencia. Quedé consternado y dolorido, y tuve que replicarle lo siguiente: “Que su padre no quiso saber nada de los derechos de autor, que el libro, por el clima de frialdad ideológica reinante, había tenido poca fortuna, lo que nos había creado problemas económicos, y que todos los ejemplares que teníamos a nuestra disposición se los enviaría a la mañana siguiente -eran varios miles- como obsequio, y, para que si los vendía, se quedara con el importe”. Por lo que respecta al acto, que había de celebrarse al día siguiente, le indiqué que había estimado, en principio, que su visita tenía por objeto agradecer nuestra devoción por su padre, pero que dada la interpretación que la convocatoria tenía para los suyos, renunciábamos al mismo.
Me levanté. Fui al teléfono, llamé a la Sede, y di órdenes, tanto de suspender la convocatoria, como de cancelar el contrato para la retransmisión cerrada por televisión. Cuando regresé al salón, Angelines era un mar de lágrimas. Me conmovió la escena. Barrunté lo que estaba detrás. Me pidió perdón. El acto se celebraría. Y se celebró. Hubo un lleno impresionante. Creo recordar que asistieron Laureano López Rodó, Raimundo Fernández-Cuesta, Antonio María de Oriol, Enrique García Ramal, Manuel Valdés Larrañaga, José Antonio Elola-Olaso, Joaquín Gías Jové, el marqués de Valdeiglesias, Juan García Carrés, y los generales Ramírez de Cartagena, Cano Portal y García Rebull. El lugar preferente en la mesa presidencial lo ocupó la viuda del almirante. Habló Julio Rodríguez, al que habían visitado -según me contó- personas muy importantes, para que se desdijera de su compromiso. Julio Rodríguez centró su breve discurso -coaccionado moralmente, a mi modo de ver-, no sobre el asesinato de don Luis, sino sobre su falta de vinculación -la de Julio Rodríguez- con Fuerza Nueva, y sobre la riqueza de los fondos marinos. Seguidamente tomó la palabra el P. Javier de Santiago, SJ, que desempeñó un papel -que no conozco con detalle- en la asistencia espiritual al asesinado Jefe del Gobierno. Estuvo valiente. Poco después fue destinado, según mis noticias, a Roma. Yo cerré el acto. Mi intervención (17), creo que bien documentada, fue grabada, como las demás, en cinta magnetofónica, y luego publicada en el número de 1 de junio de 1974, de nuestra revista Fuerza Nueva.
Campaña desatada
Interesa destacar, para tener una idea del ambiente político de aquel momento, que yo aludí en mi discurso a las campañas canallescas de prensa que en el exterior, según Carrero Blanco, se ponían en marcha contra Franco, contra el Régimen y contra España. Los medios de comunicación, con una extraña casi unanimidad, la emprendieron contra nosotros, afirmando que yo califiqué de canallesca a la prensa española.
Se solicitaron firmas en las redacciones de los periódicos para interponer una querella contra mí. Fueron unos días alucinantes. Espontáneamente vino a mi despacho Antonio Pedrol Rius -para mí de grata memoria-, en su condición de decano del Colegio de Abogados de Madrid. Le entregué una copia de la cinta en la que se había grabado mi discurso, y de un ejemplar del número de la revista en que se había publicado. Me consta que el Consejo directivo de la Federación de Asociaciones de la Prensa solicitó un dictamen a los catedráticos de Derecho Penal Antonio Ferrer Sama, Gonzalo Rodríguez Morullo y José María Stampa, los que entendieron que nada había en mi discurso que pudiera considerarse delictivo, ni despectivo para la prensa española. Todo quedó en nada, salvo el daño moral que sufrí, y la desviación hacia otros objetivos, del homenaje al presidente asesinado.
Agradecimientos
Quiero agradecer las múltiples pruebas de afecto que recibí en aquella ocasión. Es imposible una referencia exhaustiva y pido perdón por las omisiones. Recuerdo las cartas o artículos de Manuel Ayala Naranjo, de 10 de junio de 1974; Guillermo García Alcalde, director de La Provincia, de Las Palmas de Gran Canaria; Mateo Oliver Amengual y José María Rebate Encinas; Antonio Rodríguez Hidalgo, de Palma de Mallorca; Francisco Puchades Camps y Luis María Sandoval Pinillos (en Cambio 16, de 24 de junio de 1974); la de Fray Miguel Oltra, en nombre de la “Hermandad Sacerdotal Española” (8 de junio de 1974, dirigiéndose al Príncipe); Rafael García Serrano, que publicó un comentario valiente en varios periódicos del Movimiento, el día 9 de junio de 1974; Ricardo Vázquez de Prada (en Región de Oviedo, del mismo día); Fernando Cavestany Sagrier (14 de junio de 1974, en Tele-Expres de Barcelona); Alfonso Triviño de Villalain, presidente de la Junta Carlista de Castilla la Nueva, (Hoja del Lunes de Madrid, 17 de Junio de 1974).
Agradezco igualmente la carta que con fecha 3 de junio, y por conducto notarial, se envió al presidente de la Asociación de la Prensa, de Madrid, firmada por cincuenta personas asistentes al acto, en protesta por “la campaña de difamación” que se había desatado contra mí; los artículos El cuarto poder, de Luis María Sandoval; Magnicidio físico e ideológico, de Ricardo Horcajada García (Fuerza Nueva, nº 389, de 22 de Junio de 1974); Del silencio a la difamación, de Julián Gil de Sagredo (Fuerza Nueva, nº 390, de 29 de junio de 1974), y el ofrecimiento de varios letrados de Madrid, y al frente de ellos Juan Servando Balaguer Parreño, para actuar en mi defensa o patrocinar, en su caso, unas querellas. Agradezco también a Emilio Romero, que, terciando en la polémica, me calificó en Pueblo -reproduciéndolo Ya, de 23 de marzo de 1974 – de “personaje serio, honesto, inteligente y valeroso”
Ernesto Giménez Caballero, en su libro ‘El procurador del pueblo y su cronicón de España’ (Edición Umbral), también caballerosamente salió en mi defensa. Reproduzco en parte lo que escribió en la página 344: “Piñar no es un bombero, aunque parezca cercano a esa vocación de sacar algo más que castañas del fuego, que nos va rodeando. En el caso concreto de su discurso, Piñar lo que debió querer vituperar era una prensa que no coincidiese con el credo que él defendía. Y no parece que, por ahora, haya desvariado como para comenzar a sacar la caja de truenos que reserva este toledano hijo de militar, católico a machamartillo y con un núcleo de resistencia tras él, de esos que un día pueden pronunciar más que palabras. Piñar …está haciendo del Falangismo un nuevo Tradicionalismo, como un heredero de lo que defendiera un Mella, un Aparisi Guijarro, oradores formidables y coautores de tiempos otros para ensoñaciones hacia un porvenir inseguro. Admitamos una saña escandalosa contra Piñar. Pero no se le puede liquidar”.
Bien vale la pena, por otra parte, señalar que me compensaron también de tanta agresión tres cartas, que me permito reproducir: una, del P. Bernardo Monsegú, pasionista; otra, del excelente escritor Francisco Rodríguez Batllori, y otra de ese gran español que fue José Ignacio Escobar Kirkpatrick, marqués de Valdeiglesias.
El P.Monsegú (PP. Pasionistas. Santuario de Santa Gema) se expresó en los siguientes términos el 7 de junio de 1974:
“Mi querido don Blas: A raíz de mi participación en el acto homenaje a Carrero Blanco, que culminó con su formidable discurso de usted, en el que se mostró una vez más fiel a sí mismo, fiel a Dios y a España y a los principios del Movimiento, por cuya integridad y pureza está llamado a velar, incluso por su condición de consejero nacional, quise ponerle unas letras de adhesión, felicitación y estímulo.
Pero imperativos del momento, ya que tuve que desplazarme a Mieres y a Santander, me lo impidieron. Luego he seguido la feroz campaña desatada contra usted por una prensa que se siente ofendida cuando alguien sale tan briosamente como usted supo y sabe hacerlo contra las ofensas que ella comete, en nombre de la libertad y el aperturismo, contra los valores religiosos y patrióticos, en cuya defensa tuvo España que alzarse en armas en una gloriosa Cruzada de la que hoy tantos parecen sentirse avergonzados, mientras usted sigue siendo el cruzado impertérrito y firme que prefiere la muerte a la traición.
Estoy de todo corazón con usted en estos momentos, porque con usted están la verdad, la lealtad y la fidelidad más acrisolada, juntando en uno desinterés y gallardía en la defensa de unos ideales que responden a la mejor tradición española. Es usted – hay que volver a repetir con Maeztu- el auténtico “caballero de la Hispanidad”, que lucha a pecho descubierto; guerrero temible como lo prueba la misma algarada que promueven quienes se conjuran para intimidarle, en testimonio de impotencia y rabia. Le acompaño con mi oración constante, para que se hagan carne en su vida las palabras evocadas de Eugenio Montes al final de su famoso discurso de usted en el homenaje a Carrero Blanco.
Óptima también y acerada la nota de ABC en réplica a Argos. Justificada su contraofensiva a una ofensiva de prensa que vuelve a hacer verídicas las palabras de Carrero Blanco por usted citadas y que tanto han soliviantado. Y muy en su punto el suelto de Fuerza Nueva sobre La prima Angélica. ¡Cuánta dejación por parte de quien menos podría imaginarse! Quien menosprecia los signos, pruebas da de que no hace mucha estimación de lo que significan. Quien no quiere parecer, cerca está de no querer ser. ¡Y cuántos se avergüenzan hoy de aquellos signos que están significando un ser, el ser de la España del 18 de Julio, del que quieren renegar, pero que usted tan bien sabe defender! Ánimo, querido don Blas. Reciba mis plácemes, la admiración y el cariño de su buen amigo. B. Monsegú. cp. Rubricado”.
Francisco Rodríguez Batllori me decía el 6 de junio de 1974: “Sr. D. Blas Piñar, mi distinguido señor y amigo: Yo no soy político. No represento nada ni a nadie. Soy un aprendiz de escritor, un universitario, y trato de observar y comprender los problemas de mi país, de mi España, para poder acumular la mínima información que a todos nos incumbe.
No conocía la revista Fuerza Nueva. La curiosidad por leer su reciente discurso me llevó a adquirir el último número de esta publicación. Su lectura ha sido para mí una sorpresa. Creo que se trata del único órgano informativo digno, veraz y valiente; propugnador de los valores morales, de la decencia pública y del rigor que debe inspirar la política y a los hombres que en ella militan. Virtudes que se esfuman rápidamente, a ciencia y conciencia de quienes deben estar más interesados en salvaguardarlas. Fuerza Nueva será en lo sucesivo mi revista.
Como casi todos los españoles que leemos la Prensa diaria con algún detenimiento, estoy al corriente de los ataques de que usted es objeto en estos días. Me pongo a su lado de todo corazón. Considéreme su admirador y su amigo. ¡Pobre país el nuestro si estuviese huérfano de hombres como usted!. Qué sería de España sin la fe y el entusiasmo de los hombres que se agrupan bajo su inteligente capitanía.
Le agradeceré ordene a su secretaria se me informe de los actos públicos que celebre Fuerza Nueva en su sede madrileña, pues me agradaría poder asistir a los mismos. Le saluda cordialmente. Firmado y rubricado.
P.D. Me permito enviarle mis últimos libros con el ruego de que tenga la amabilidad de aceptarlos”.
He aquí el texto de la carta del marqués de Valdeiglesias del 10 de junio de 1974: “Querido Blas: Mientras aplaudía entusiasmado tu magnífica pieza oratoria con motivo del homenaje a Carrero Blanco, no dejaba de preguntarme con divertida curiosidad hasta dónde llegaría la segura reacción de esos elementos a los que nada podía resultar más desagradable que el intento de sacar del olvido, donde están pretendiendo sepultar, la gloriosa figura del almirante.
¿Se centraría esa reacción exclusivamente contra ti, o se aprovecharía la oportunidad para dirigir de una vez directamente los dardos al propio “blanco” que de un modo u otro es el que se trata, en definitiva, de alcanzar?
Se ha optado por esta segunda alternativa porque, naturalmente, haría falta mucha ingenuidad para aceptar buenamente, como un simple error, como un involuntario malentendido, la creencia de que era original tuya la frase, harto conocida, del asesinado presidente del Gobierno. Su propia desfiguración, con objeto de montar sobre ella la tesis de un supuesto ataque tuyo global a la prensa, ha dejado demasiado en evidencia el artificio de las alharacas producidas como en obediencia a una consigna.
Sentiría herir tu amor propio; pero pese a tu relevante personalidad no eres pieza bastante importante para que su cobro justifique la impresionante movilización que hemos presenciado estos días. Cabe presumir que cuando se estime que la opinión está ya suficientemente ‘Calentada’, se caerá de repente en la cuenta de que el culpable de todo no eres tú, sino el almirante. Él fue, pues, el extremista, el ultraderechista, el reaccionario, el peligroso perturbador de la paz pública, el empeñado en vivir agarrado al recuerdo de la guerra, y todo lo demás que se ha estado diciendo de ti con motivo de tu discurso.
Como contrapunto se exaltarán las virtudes de la moderación, del centrismo, del equilibrio, de la templanza, del olvido del pasado y de la concordia entre los españoles, de todo lo cual, como es sabido, su más caracterizado propugnador es Santiago Carrillo, al que recientemente sólo se le pedía en uno de nuestros diarios más firmes en esa línea -con el deseo, a prueba de desaires, de poderse unir al fin con los comunistas en un estrecho abrazo democrático- que diesen una pequeña prueba de la sinceridad de sus propósitos, como si no fueran, al fin y al cabo, suficientes todas las que han venido dando ya sin interrupción desde su triunfo en Rusia en 1917.
Yo no sé, realmente, de que léxico hubiera echado mano hoy el almirante para calificar las campañas de prensa que estamos presenciando. Puede que fueran más duras que las de entonces. Por eso mismo, quizás, se considera inoportuno el propósito de rememorar su figura que tan marcados contrastes ofrece con la de Santiago Carrillo, cuyo generosidad llega al extremo de estar dispuesto a perdonar a los que combatimos en la guerra del lado nacional. Así lo ha manifestado expresamente.
Todo resuelto, pues. No mires más al pasado sino al futuro. Bajo la paterna benevolencia de Santiago Carrillo y sus muchachos, España entrará alegremente por la vía de la paz, del progreso y de la democracia, retornando a la feliz trayectoria de nuestras dos gloriosas Repúblicas y olvidando, como un mal sueño, la etapa de opresión, miseria, inmovilismo para el avance aunque no para el retroceso, desastres y sufrimientos de todas clases, vividos bajo la ominosa dictadura de Franco.
Me temo, y de veras lo siento, querido Blas, que tú y yo no alcancemos a presenciar tanta felicidad, porque hasta para incluirnos también a nosotros en la misericordiosa amnistía ofrecida no creo que puedan llegar las cosas. Desde el otro mundo lamentaremos nuestras obcecaciones.
Un cordial abrazo. Ignacio Escobar”.
Recuerdo del almirante
Nosotros procuramos mantener vivo el recuerdo del almirante. No sólo acudimos al funeral celebrado en la iglesia de los P.P. Jesuitas, en la calle Serrano de Madrid, en el que hubo incidentes muy desagradables, sino que en los aniversarios, y en nuestro oratorio, se oficiaron misas por su eterno descanso. El día 22 de diciembre de 1985, Fuerza Nueva organizó un acto público.
Tuvo lugar en el cine Cid Campeador de la capital de España. Yo no pude asistir por encontrarme enfermo. Leyó mi discurso, destacando las virtudes y la obra del Almirante, nuestro vicepresidente Ángel Ortuño Muñoz. Abrió el acto Isabel Carrera, estudiante, y lo cerró, con palabras de agradecimiento, Angelines Carrero-Blanco. También, el 20 de diciembre de 1984, Angelines Carrero-Blanco, la hija de don Luis, dio en nuestra sede una preciosa conferencia sobre su padre. No abordó ningún tema político. Se ocupó, más bien, de su perfil humano, posiblemente el menos conocido. Acompañó su conferencia con diapositivas de carácter familiar. No asistió ni un solo ministro del almirante.
Sabido es que en Santoña ( Cantabria ), lugar donde había nacido el Almirante, Capitán General de la Armada a título póstumo, se elevó un monumento en su honor. El Rey -que tanto debía a Carrero- había prometido acudir a inaugurarlo, pero no fue. Nosotros decidimos hacer algo así como una inauguración por nuestra cuenta, el 7 de mayo de 1978. Invitamos a la viuda, doña Carmen Pichot y a su familia. Tuvimos, en medio de la lluvia, un acto previo en la Plaza de Toros de Santoña. A continuación nos reunimos al pie del monumento. Estaba plagado de pintadas con textos insultantes. Yo pronuncié unas palabras en elogio de don Luis. Antes, lo bendijo el párroco de Colindres, don Julio Herrero Calzada. Es curioso destacar que un panfleto, del Comité Ciudadano -de ideología izquierdista- señalara que “ni ministros, ni gobernadores se atrevieron a inaugurar el monumento a Carrero Blanco erigido en Santoña. Blas Piñar, líder de Fuerza Nueva, se atrevió a inaugurarlo”.
Mi sorpresa fue grande cuando me enteré que la viuda de don Luis había llamado a Santoña varias veces por teléfono. Quería hablar conmigo. La conversación, también por vía telefónica, tuvo lugar a mi regreso, en Madrid. Estuvo dura. Me dijo que aquello había sido un error, y que volarían el monumento. Le repliqué que yo esperaba su agradecimiento y no su protesta -un tanto airada- y que poco debía importarle la destrucción del monumento, cuando habían acabado con la vida de su marido.
En el mes de mayo de 1980 hubo un atentado contra el monumento. Se arrancaron las hojas de roble construidas en bronce. En el mismo Santoña hemos homenajeado a don Luis Carrero Blanco: el 22 de diciembre de 1979, con un acto en el que hablaron María Teresa Huidobro y Pedro González Bueno, y con otro, el 20 de diciembre de 1980, en el que hablaron Julio del Arco Montesinos y Ricardo Alba Benayas.
En sentido muy diverso se pronunció la hija del almirante, Angelines Carrero-Blanco, que me envió una carta, fechada el 7 de mayo de 1978, redactada como sigue: “Mi distinguido y querido amigo: Mi marido y yo nos hemos enterado por la prensa del acto homenaje que en el pueblo de Santoña, Fuerza Nueva ha tributado a la memoria de nuestro querido padre, q.e.p.d., ante su monumento. No quiero dejar de expresarte nuestra gratitud, pidiéndote lo hagas extensivo a don Víctor Barca y demás organizadores de dicho homenaje. No hemos podido asistir, lo cual sentimos mucho, pero nos unimos de corazón con nuestro sincero agradecimiento”.
Al cumplirse el 25º aniversario del magnicidio, es decir, el 20 de diciembre de 1998, recordamos en Santoña al almirante. Hubo una Misa por su eterno descanso. El sacerdote oficiante no tuvo en su homilía ni un sólo recuerdo para don Luis. Luego nos trasladamos al monumento, ya sin pintadas insultantes. Pusimos unas coronas. Habló José Sáez Carrasco, y hablé yo. En medio de la lluvia y del vendaval de aquella mañana, nuestra conciencia quedó tranquila. Habíamos cumplido con nuestro deber.
Como dato que pone de relieve el deterioro de la situación política en los últimos años del franquismo, merece la pena recordar que don Luis Carrero Blanco fue nombrado el 30 de diciembre de 1968, por la Diputación Provincial de Santander, hijo predilecto de la provincia. Por “misteriosas” circunstancias jamás le fue entregado el pergamino que así lo acreditaba, y que se encontró enrollado en el cajón de una mesa de despacho por el arquitecto de la Corporación don Manuel Carrión, en septiembre de 1979.
Contradicciones
No quiero concluir este capítulo sin señalar la contradicción entre dos ministros de Franco. Mientras Laureano López Rodó, que debía su acceso al Gobierno a don Luis Carrero Blanco, decía en Méjico, el 22 de julio de 1974 (según la crónica de Víctor Manuel Sánchez Steinpresis, de 30-31 de julio) que “ los españoles estamos acostumbrados, por así decirlo, a los asesinatos políticos (y que, por lo tanto) el del almirante (fue) un episodio que no alteró en nada la vida constitucional del país “, José García Hernández aseguró que con este crimen “se quiso asesinar la libertad de los españoles”.
Y no sólo eso, el arzobispo de Zaragoza, don Pedro Cantero Cuadrado, en su homilía en la basílica del Pilar, con ocasión de la Misa allí celebrada, al cumplirse el primer aniversario de la muerte del Almirante, dijo estas palabras: “Con la muerte del Almirante ha desaparecido un ciclo histórico de la historia de España y ha comenzado otro”.
Y tanto, pese al optimismo de López Rodó, que para ese cambio de ciclo histórico, el comienzo de una época degradante y el retorno a un pasado, que el 18 de Julio quiso superar, se cometió el magnicidio. José Luis Alcocer, en el artículo al que antes aludía, afirmaba que “Carrero fue la personalidad más próxima a Franco a lo largo de 30 años. Su colaborador más directo. Libre de cualquier interés de grupo político o de mezquindad económica, Carrero fue siempre un servidor de la nación y nada más. Tuvo sentido de la autoridad, y eso unido a una indiferencia absoluta por el brillo de su persona, le convirtieron en una figura usual del Régimen, a la que la gente se había acostumbrado a considerar eficaz y sobria; Carrero, el trasunto de Franco, su segundo”.
Con una clara visión del papel que el Almirante debería desempeñar en el momento de la sucesión, el mismo Alcocer escribía: “Cuando Carrero Blanco fue designado presidente, el análisis que se hizo de su nombramiento era poco mas o menos el siguiente: Se había pensado que el plazo de cinco años, establecido en la Ley Orgánica, caso de que en él se ´cumpliesen las previsiones sucesorias`, daba margen para que la figura de Carrero se adentrara en el terreno de la Sucesión, brindando así una doble seguridad a don Juan Carlos: de una parte, la de que el hombre mas significativo del franquismo iba a respaldar los momentos iniciales de la coronación y los primeros pasos del Rey; de otra parte, evitar la necesidad de proveer al mismo tiempo la Jefatura del Estado y la Presidencia del Gobierno, ofreciendo la estabilidad de un Gabinete que, sin solución de continuidad, permitiese que la sucesión se iniciase con y desde la firmeza de una autoridad ya establecida. La persona del almirante Carrero, dadas sus condiciones verificadas de lealtad y su absoluta falta de ambición por el poder personal, era el más indicado para dicho cometido”.
En el Boletín Interno del Carlismo, editado en la clandestinidad por la disidencia tradicionalista, nº. 23 doble, de enero de 1973, se decía que con el nombramiento de Carrero “Franco cree tener asegurada su obra, hasta que surjan nuevos imponderables”.
Para que esa continuidad -perfectiva, a mi juicio- del Régimen del 18 de Julio no fuera posible, se eliminó de una forma cruenta y salvaje a don Luis Carrero Blanco.
El dilema que el magnicidio planteaba, lo expuso con exactitud y claridad el director de nuestra revista, Manuel Ballesteros Barahona, en el número 284 de la misma, correspondiente al 29 de diciembre de 1973. Decía así: “Si la muerte del presidente del Gobierno español, don Luis Carrero Blanco, va a producir como resultado inmediato una radical enmienda de los errores y contemporizaciones suicidas que desde hace años venimos padeciendo, el sacrificio del hombre más leal al Régimen y a su Caudillo no será estéril. Si, por el contrario, siguiendo tácticas acomodaticias, que la mayoría de los españoles conscientes considera erróneas y peligrosas, se ha de continuar por un camino de concesiones al enemigo, su muerte habrá sido simplemente un eslabón mas en la cadena de subversión que España padece.
Mal síntoma fue la información de Radio Nacional de España, a las 12 de la mañana del asesinato del señor Carrero Blanco: “La noticia del día es la lluvia pertinaz que acabó con la sequía”. Sin comentarios.
Y no se cumplió, pues, el deseo de ese gran español y falangista Jesús Suevos: “El Régimen del 18 de Julio es lo que es, y debe ser fiel a sí mismo. Si el sacrificio de Carrero Blanco nos hace reflexionar y corregir frívolas y peligrosas veleidades, la muerte del gran patriota dará vida a España”.
Pero no hubo reflexión ni corrección. Todo lo contrario; y se realizó al pie de la letra lo que dijimos en el número 415 de nuestra revista: “Acabaron con la piedra angular de todo un sistema político. El tiempo lo dirá”.
Es lamentable y doloroso que el Vaticano no enviara un telegrama de pésame por la muerte de don Luis Carrero Blanco, católico practicante y coherente, asesinado al salir del templo, luego de oír la Santa Misa y comulgar.
Impresionante la lucidez mental y cultural de Don Blas Piñar.
Admirable su constante y serena defensa de la Fe católica, en perfecta consonancia, además, con los altos ideales patrióticos del Régimen del 18 de julio.
Carrero Blanco era del Opus. Con eso queda dicho… “demasiado”.
Gracias, don Blas, usted si que es un patriota. Vieron ustedes la vomitiva mini serie que emitió el lunes TVE? Poco más o menos, los de la ETA eran héroes patriotas vascos y oprimidos ayudados por la democracia americana (democracia cuando les interesa) contra un señor opresor, cuyos principales pecados eran ser serio, tener familia numerosa y no tener ambición, valores que hoy en día, en el país de los chorizos y los maricones, no tiene perdón. Lo peor de todo es que lo emite una TVE del PP cuyos periodistas (como la rubia de la mañana con voz de… Leer más »
Las palabras del P. Monsegu bien pueden aplicarse a cierto partido político e incluso a cierta Fundacion que teóricamente son de los nuestros.Quien menosprecia los signos,prueba de que no hace mucha estimación de lo que significan.Quien no quiere parecer,cerca esta de no querer ser.Y los aludidos se avergüenzan hoy de aquellos signos que significan un ser, el ser de la España del 18 de julio.Ser y ,por tanto,signos imperecederos.Cada vez somos menos pero mayor será nuestra gloria. SEMPER CONSTANS ET FIDELIS.Gracias D. BLAS PIÑAR,Caudillo de la Hispanidad
Lo del Vaticano ¡ clama al cielo !
Es lamentable y doloroso que el Vaticano no enviara un telegrama de pésames al Gobierno de España. D.Blas,el Vaticano en la época de Pablo VI estaba bajo la influencia del grupo masónico P2 de Licio Guelli. Cardenal Jean Vilot,Secretario de Estado y número dos del Vaticano,masón Arzobispo Paulo Marzinkus,presidente de IOR,nombre del nefasto banco del Vaticano,masón Cardenal Agostino Casaroli alto jerarca de la Curia,miembro activo de la logia P2 y otros más que no merece la pena mencionarlos. Todos estes jerarcas que gobernaban el Vaticano,hay sospechas que fueron los autores intelectuales del asesinato de S.Santidad Juan Pablo I el Papa… Leer más »
“”” Juan de la Cosa “”” ¿ Profético ?
D. Luis Carrero ¡ Presente !
Ese clarividente y preclaro general bajito comento despues del atentado ” no hay
mal que por bien no venga “, lo enigmatico de la frase y en boca, no hay que olvidarlo, de un gallego ha dado lugar a multiples y nunca definitivas especulaciones sobre el significado real de esa contradictoria frase .
Portugal: filtran el nombre de 1.438 masones, como siempre, hay políticos y jueces
http://infocatolica.com/blog/delapsis.php/1209030853-portugal-filtran-el-nombre-de
El juez Serrano, ex-titular del juzgado de familia numero 7 en Sevilla, fue apartado y discriminado por denunciar “La Dictadura de Genero”. DENUNCIA LA CONSPIRACIÓN DE JUECES Y FISCALES MASONES Y MARXISTAS TODOS, ADOCTRINADOS PARA DESTRUIR LA SOCIEDAD TRADICIONAL.
http://www.youtube.com/watch?v=zKJ6pO8tp_U&feature=youtu.be
Que Carrero estorbaba a ciertas capas económicas es obvio, que el régimen franquista fuera un Estado nacional es más que incierto, era un régimen desarrollista con nula carga ideológica, lo cual era su debilidad y su fuerza, con un permanentemente rehecho equilibrio de fuerzas en su interior, que finalmente ganaron los aperturistas aliados con los tecnócratas. Que la extrema derecha sean las “fuerzas nacionales” es una impostura, todas las ideologías, todas absolutamente miran antes su coherencia interior que el bien de la Nación y el Pueblo. El patriotismo es opuesto al nacionalismo, que es un espasmo para separatistas que se… Leer más »
IMPRESIONANTE DOCUMENTOS HISTORICOS
http://www.youtube.com/watch?feature=player_profilepage&v=mpJQ8JCQ1C8#t=0s
¡ Gracias, esto es aleccionador !
El Trepa Suaréz, Fraga Iribarne y CÍA liquidaron el Estado Nacional……
Franco era un impedimento-junto con al legislación del estado nacional- para los señores del dinero de dentro y de fuera de España.
Carrero ya comentó una vez la tendencia a la traición de ciertas capas aristocráticas y burguesas en la época.
Por poner un ejemplo, en la época de Franco la contratación temporal estaba penada con un mayor pago por parte del empresario a la seguridad social, lo contrario de lo que sucede hoy en día, por esto y por mil razones más se liquidó el estado nacional desde dentro y con apoyo tambien exterior.
El regimen de Franco, el estado nacional, fue liquidado por los enemigos internos que desde finales de los 60 ya iban colocandosé en sus posiciones y medrando. Esos enemigos los encontramos en la derecha liberal, la derecha económica y filoopusiana hoy representada en el PP. Ellos y solo ellos con el trepa Suarez, Fraga y cia liquidaron el estado nacional al cual hace tiempo que iban traicionando, los intereses de la apertura”de mercados” tambien fueron significativos de la mano de EE UU. En resumidas cuentas, la derecha económica y los intereses mercantiles y económicos exteriores reventaron un estado nacional para… Leer más »
Estoy completamente de acuerdo contigo