Champions.- Jordi Alba rescata al Barça en el descuento (2-1) y Soldado deja al Valencia líder de su grupo (0-3)
DA.- Conviene comenzar recordando que el Barcelona de Guardiola también tuvo noches así, anónimas y espesas en las que sumó y siguió, un puñado que quedaron enterradas por un torrente de partidos para el recuerdo y de jugadas para la historia del fútbol. Pero también hay que poner en perspectiva que el anterior Barcelona apenas emitió las malas sensaciones que ha emitido el de Tito en unos cuantos partidos, todos ellos salvados con victorias muchas veces tras remontada y gracias a goles tardíos. No sabemos si Tito tiene un plan que irá apareciendo según avance la temporada pero sí que el entrenador tiene flor, una alianza con la fortuna que le tiene con los resultados por encima de las sensaciones. Por ahora vale: nueve de nueve en Champions, rumbo a octavos. Lo previsto pero con un guión imprevisto: las dos victorias en casa, ante Spartak y Celtic, han requerido remontadas, épica y taquicardia. Raro.
Raro porque el Barcelona es el mismo Barcelona de antes pero a la vez se parece poco. No es que sea una mala fotocopia, es la misma canción con la melodía desafinada y la letra entrecortada. A trompicones, con muchos minutos que deslucen al que hasta hace poco era uno de los mejores interpretes de la historia del fútbol. La partitura exquisita sigue pendiente, quizá reservada para los bises, y el Barcelona marcha de victoria en victoria mientras decide si sus problemas son puntuales o estructurales. Quien defienda lo primero alegará malos estados de forma individuales, bajas decisivas en la parcela defensiva e incluso un pellizco de mala suerte. El que cree que este equipo marcha sin la autoridad acostumbrada señalará que se opaca y se muestra inseguro, que le falta armonía y esa pulcritud casi arquitectónica con la que atacaba y defendía hasta hace no tanto. Plano en ataque e histérico en defensa, sacó adelante un partido en el que fue perdiendo contra un rival que no tiró a puerta y que marcó en una falta lateral mal defendida por el Barcelona que Samaras tocó y Mascherano embocó en su portería. Ni el argentino ni Valdés están en su mejor momento, Piqué y Puyol siguen de baja y la mejor noticia llegó con los destellos de Bartra, que por fin jugó.
El Barcelona defiende peor porque tiene la línea mucho más retrasada que en los mejores tiempos de Puyol pero también porque el resto del equipo no sostiene las riendas del partido ni somete al rival como acostumbraba. La presión arriba es intermitente e irregular, poco efectiva, y Song tampoco deslumbró en el centro del campo, liberado por fin de la gatera de la defensa. Como el ataque tampoco tenía el día, el Celtic sobrevivió sin grandes hazañas, siendo lo que acostumbra fuera de su guarida, un equipo trabajador pero horriblemente limitado que vivió de acumular dos líneas de cuatro jugadores en torno a su área y bascular cerrando la franja central como un equipo de balonmano. Lo peor para el Barcelona fue que casi le sirve, de hecho le sirvió durante 94 minutos. Y que cada vez que colgó el balón o tiró sus rudimentarias contras, dio sensación de que podía hacer daño a un Barça con la red de seguridad agujereada.
Los goles de la remontada llegaron en los extremos de cada tiempo, minutos 44 y 94. El segundo siguió a un disparo al poste de Villa y fue casi una cuestión más de lógica que de brillantez, la consecuencia de la carga final del Barcelona, sin chispa pero con una acumulación tremenda de jugadores y posesión cerca de Forster, un buen portero que salvó dos mano a mano a Messi en el segundo tiempo, ambos a bocajarro. Antes, al borde del descanso, el Barça empató en la única jugada en la que fue de verdad el Barcelona, una combinación exquisita, sorteando rivales y saltando trincheras, entre Iniesta, Xavi y Messi que el primero ajustó al poste. Puro Barcelona, entonces sí.
Sin Alves, sin Busquets, sin Puyol, sin Piqué… esta vez sin Cesc y sin Montoya, el Barcelona se hizo un lío y fue en el segundo tiempo un equipo demasiado largo, roto y con menos control del habitual en las zonas conflictivas del campo. Messi no estaba esta vez de guardia y el Barcelona se comprimió cerca del área del Celtic: demasiados jugadores, demasiados espacios colapsados. Alexis, que sigue desafortunado, y Pedro se incrustaron en la posición de extremos cerrando el paso a los laterales, poco móviles y poniendo centros que nadie remataba. El Barcelona tocó y tocó y llegó, o eso pareció, a aburrirse. Pero siempre buscó el gol y encontró, otra vez, el hálito final de vida para encontrar una victoria al fin y al cabo justa, rubricada por Alba tras un centro de Adriano que atravesó el área. Entonces ya estaban en el campo, y no es casualidad su participación en el acelerón final, Tello y Villa. Si el Barcelona sabe lo que tiene que corregir, estos partidos serán una anécdota que nadie recordará al final de la temporada. Y los está ganando, eso es incuestionable, de forma sistemática y voraz. Si las malas sensaciones son síntomas, quizá dentro de unos meses alguien se acuerde de estas noches de octubre en las que la melodía sonaba desafinada y en las que el Barcelona vivía colgado de su hambre de triunfo… y de la flor de Tito Vilanova.
HAT TRICK DE SOLDADO EN MINSK (0-3)
Roberto Soldado es mucho más que un mero soldado, valga la redundancia. Es un capitán. Un hombre que se sacrifica por su grupo, que sabe sufrir sobre el césped, que se desvive por su camiseta, que no le importa pegarse el solo, que es capaz de cualquier cosa con tal de ganar. No importa donde ni cuando, Soldado siempre termina apareciendo, generalmente en el momento oportuno, cuando se le reclama, cuando más se espera de él. En Minsk (0-3) se inventó un hat-trick en un partido incómodo para el Valencia, tres goles que dejan a su equipo líder del Grupo F y con dos de los tres partidos que restan por jugar en Mestalla. Una excelente situación para alcanzar los octavos.
Algo cambió en el Valencia el pasado domingo. Los frenéticos últimos minutos ante el Athletic de Bilbao, con una remontada agónica, revivieron a un equipo que pasaba por un momento muy delicado. Esos dos minutos cambiaron al Valencia de Pellegrino. Con esas llegaron a Minsk. Pero no había que dejarse llevar por la euforia y Pellegrino sabe bien como evaporarla. Lejos de buscar un inicio rompedor, el técnico argentino juntó en el campo toda la argamasa que tiene para levantar una muralla difícil de sobrepasar. El BATE, asustado por la altura de ese muro, comenzó atenazado. Los bielorrusos son un equipo alegre, a ratos. Tienen buenos jugadores como Pavlov o Rodionov. Futbolistas que saben que tienen que hacer cuando gozan de la pelota. Tuvo sus ocasiones, probó a un siempre ágil y despierto Diego Alves y demostró que haber derrotado al Bayern y al Lille fue algo más que fortuna. Pero sólo disfrutan a la contra, cuando galopan a campo abierto. Es ahí donde coge mucho valor, si no todo, el cauto planteamiento de Pellegrino.
El mejor exponente del rocoso diseño fue el trivote Gago-Albelda-Tino Costa. La idea dejó solos arriba a Guardado, Feghouli y Soldado. Sobre todo, a Soldado. Pellegrino le mandó casi en solitario a la guerra, a una injusta lucha contra la defensa bielorrusa. El delantero asumió el reto. Y lo superó con creces. Muchas son sus virtudes, pero seguro que la más impresionante es buscarse un gol, un disparo, una ocasión. Siempre en el momento oportuno. Lo intentó en el minuto 4, a pase de Gago. Desasistido, desapareció hasta que al borde del descanso se sacó un penalti de la nada, cuando el BATE más apretaba y su equipo más reclamaba la labor del capitán, y lo marcó. Haría dos más, pero eso llegará más tarde.
El BATE salió del descanso con las ideas muy claras. Había que correr, atacar con todo, abrir todos los frentes posibles. En apenas dos minutos, el muro de Pellegrino se agrietó. Rodionov, buen futbolista, se creó un hueco y soltó un zurdazo dentro del área que exigió lo mejor de Diego Alves, un portero de luces, de grandes paradas. Entonces volvió a aparecer el ‘efecto Soldado’. Sin tiempo para lamentar, el Valencia montó una contra espectacular, de libro. Guardado condujo la pelota, Tino Costa tiró un desmarque que arrastró a medio BATE y Soldado no desaprovechó la acción de sus compañeros. El mexicano colgó un balón perfecto y el delantero descubrió una volea impecable, fuerte, imparable.
El segundo gol, en el mejor momento bielorruso, supuso la muerte del BATE. Nunca más se supo de los bielorrusos. El Valencia encontró fuerza por todos lados. Presionó cada balón, corrió cada desmarque y obtuvo otro premio. Tino Costa y Soldado dibujaron otra perfecta sociedad y el delantero volvió a superar a Gorbunov, esta vez con un suave toque, también sin dejarla caer. Poco más quedó para el final, un misil de Guardado, el rodaje de Éver o un indulto a Jonas. El trabajo ya estaba hecho. Soldado había arrasado Minsk.