A. Robles.- El rey carece de credibilidad. Los partidos mayoritarios carecen de credibilidad. Las altas esferas judiciales carecen de credibilidad. La Iglesia carece de credibilidad. Los medios de manipulación carecen de credibilidad. El sistema ha quebrado. El sistema es un inmenso campo moral de ruinas. Nos han arruinado y humillado, nos han dejado sin futuro. Las próximas generaciones de españoles pagarán dramáticamente los excesos de estos años.

Lo que se dibuja en el horizonte es una sociedad empobrecida, envilecida y en las garras de un puñado de lobos con los instintos salvajes intactos. Carecemos de todo para pertrecharnos contra lo que se nos avecina. Y lo peor es que hay gente que no parece ser consciente de lo que se le viene encima. A base de manipularnos todos estos años, a base de inducirnos a todos los vicios y taras, a base de inculturizarnos, de rebajar nuestros instintos al nivel de las cloacas, han logrado atrofiar cualquier gesto de rebeldía, de sentido crítico, de espíritu rebelde.

Sales a la calle y ves a la gente, a tu gente, que no siente ni frío ni calor; gente que ha perdido hasta el instinto de la supervivencia. Han creado una sociedad de espectros teledirigidos, han logrado rebajar nuestras preferencias vitales hasta la hediondez, han conseguido que nuestros ideales trancendentales estén más cerca de los de cualquier churri televisiva que de todas esas cosas que indujeron a nuestros abuelos a dejarse la vida por una España mejor que la que ellos heredaron.

España está en trance de morir y aquí nadie parece tener nada que decir. Las ofensas a Espara salen ya gratis a cualquier traidor, a cualquier cabrón y a cualquier pelagatos. Ya casi nadie exige que se repare el honor de nadie, y mucho menos el de España. Cataluña se nos va a manos de un puñado de políticos cuatreros y traidores y ni el Parlamento ni el presidente del Gobierno ni el Rey ni los jueces parezcan inquietarse.

El Congreso ha celebrado sesiones extraordinarias para discutir sobre hechos infinitamente nimios e insignificantes en comparación con la decisión del Parlamento de Cataluña de oficializar la ruptura de España. Lo grotesco y macabro es que Rajoy, cuando España es un clamor de traidores, separatistas y desencantados, haya estado en Nueva York vendiendo la marca “España”.

Lo grotesco es que el Rey pueda estar ya pensando en su exilio y en disfrutar de lo patrimonializado todos estos años.

Lo grotesco es que la cúpula militar participara en un acto junto a Artur Mas sin que a sus miembros se les cayera la cara de vergüenza.

Lo grotesco es que el Parlamento catalán pida el encarcelamiento del coronel Alamán; igual de burlesco que si ETA hubiera pedido el enchironamiento de Ortega Lara.

Lo grotesco es que la casta política esté ya pensando en disfrutar de todo lo robado en algún paraíso fiscal o en algún islote del Golfo Pérsico.

Lo grotesco es el silencio de la jerarquía católica.

Lo grotesco es que existan muchos españoles que aún les rían las gracias a una casta siniestra que nos va a dejar tirados en un país balcanizado y sin ninguna referencia seria y decente con la que defenderse.

Se engañan quienes piensan que éste es un problema partidista. El fracaso es de todos los que a contrapunto de la tradición, de la historia y del sentido común, se obstinaron en sacar adelante el engendro constitucional. Nunca España fue tan poco soberana para tomar sus propias decisiones. Nunca España fue víctima de tantos abusos y robos. Nunca España estuvo gobernada por gente tan traidora y abyecta. Qué tiempos aquellos en los que éste era un país libre y decente, que tomaba sus propias decisiones sin consultar a las instancias europeas, donde los poderes del Estado estaban al servicio de los españoles, donde había paz, progreso social, grandeza espiritual, bienestar en las familias, orden en las calles y hasta la peseta se estiraba tanto que nos daba para casi todo.  

Al final, lo de siempre, lo que anticipó trágicamente Machado. Sangre de Caín tiene esa gente charnega. Mientras el presidente Rajoy se niega a convocar el Parlamento, esa gente cainita y de corazón helado ha olido el miedo y la rendición de hinojos de la casta y quiere humillarnos a todos, imponiéndonos sus siniestras condiciones.

Una sola generación de españoles no está legitimada para destruir la nación por la que nuestros antepasados, catalanes incluidos, lucharon y dieron su vida. Tenemos el deber y la exigencia de legar nuestra Patria intacta a las próximas generaciones de españoles, mostrando si hace falta nuestro corazón de acero en este trago tan amargo.