T.P. (Remitido).- No debemos caer en el error de pensar que la corrupción, el robo, la estafa y la cara dura de nuestros políticos son algo reciente, que sólo vemos porque hay una crisis muy dura. Me gustaría compartir algo que aun siendo muy antiguo no he olvidado nunca, porque esta crisis tiene un origen en los desmanes que se vienen cometiendo desde hace muchos años.

Soy andaluza, concretamente de Málaga, una de las ocho provincias españolas donde el PSOE es el único dueño desde que tenemos Autonomías. En el año 1984 me invitó a cenar un matrimonio amigo. Tenía 20 años. Al finalizar nuestra cena él nos pidió pasar por un restaurante para saludar a un amigo suyo que venía de Sevilla. Y esto es lo que encontré a partir de entonces: Llegamos al “Café de París”, por aquel entonces el sitio más caro de la ciudad. El restaurante estaba cerrado al público, llegamos cuando finalizaban (eran un grupo como de 6 u 8 personas) y decidieron que iríamos a otro sitio, (yo aún no sabía quiénes eran). Me llamó la atención la mesa repleta de sobras: bandejas y bandejas llenas de marisco (bogavantes, langostas, centollos) todas aún con buenas piezas sin consumir y a pesar de que en los platos quedaban todo tipo de cáscaras vacías…

También quedaban en esa mesa botellas de champagne francés sin abrir siquiera. Cuando salíamos uno dijo al maître: “ya sabes, pasa la cuenta”, en fin, nadie de aquellos derrochadores pagaba el dispendio.Como al otro sitio íbamos en coche, el marido de mi amiga me dijo quiénes eran: todos miembros del PSOE, de la Junta de Andalucía y alguno que había venido de Madrid para la fiesta. Entonces llegamos a una discoteca (abierta sólo para ellos) y nos sentamos. A la hora de pedir copas creo que mis amigos y yo fuimos los únicos que pedimos eso: ¡una copa! Porque allí todos pedían botellas: “para mi una botella de Chivas con coca cola. “Y no sé cuántas botellas había en la mesa, pero cuando nos fuimos casi todas quedaron con más de la mitad de sus caros licores esperando en el interior. (Por supuesto nadie pagó). Yo no salía de mi asombro… ¡jamás había visto algo así!

Uno de ellos se quedó sin tabaco, llamó al camarero: “tráigame un cartón de Winston”, no una cajetilla, no, ¡un cartón!; ¡¡ y tan pancho!! El que estaba a mi lado tonteó conmigo (una en aquellos años estaba de buen ver), me sacó a bailar y mientras bailábamos aproveché para preguntarle: “¿Siempre vivís tan bien los del PSOE?” Y su respuesta fue ésta: “¡Ni te imaginas!, Vivo como nunca he podido vivir antes…me da para mantener una querida en Madrid y mi familia en Sevilla vive de puta madre, no nos falta de nada.

“En ese momento le dije que yo no bailaba con sinvergüenzas y volví a mi sitio”. “¿Quien era aquél individuo?”, pregunté al sentarme y me lo dijeron: Enrique Martínez Robles, por entonces director general de Coordinación con las Haciendas territoriales del Gobierno de Felipe González. Lo peor de todo, que casi todos ya eran así. ¿Cómo no íbamos a acabar sumidos en una crisis bestial?

Este señor, en 1988 dejó ese puesto para pasar a ser subsecretario de Economía y Hacienda con Carlos Solchaga como ministro.

En 1993, ya con Solbes, se encargó de la Secretaría de Estado de Hacienda. Desde esa responsabilidad, Martínez Robles asumió la elaboración de los Presupuestos Generales del Estado. Durante su gestión se constituyó la Comisión Mixta de gestión del IRPF y llegó a un acuerdo con la Federación de Municipios y Provincias (FEMP) para el pago a los ayuntamientos de 48.000 millones de pesetas.

Tras llegar el PP al Gobierno, en 1996, se vio personalmente implicado en la acusación de amnistía fiscal que hizo dicho partido. Martínez Robles acusó al PP de provocar “el hundimiento de la Hacienda pública”. El PP aseguró que el Gobierno socialista había dejado prescribir 600 expedientes de delito fiscal por valor de 200.000 millones de pesetas favoreciendo a sus “amiguetes”. Si se decía de aquellos polvos vienen estos lodos, ahora diremos: de aquellas mariscadas, llegó esta crisis.