“Escrito para la Historia”: Religión y política (Capítulo 15)
Blas Piñar (Del libro “Escrito para la Historia”).- Creo con toda sinceridad que tengo las ideas claras sobre los binomios Iglesia y Estado y Religión y Política. La autonomía de lo temporal, perfectamente definida por el II Concilio Vaticano, no es independencia absoluta del orden sobrenatural. La Constitución Gaudium et spes lo dice magistralmente, y la Conferencia Episcopal Española y las nuncios de Su Santidad en España han reiterado esta jerarquía de valores y aconsejan a los católicos su presencia en la vida pública.
En evitación de equívocos conviene señalar que no es lo mismo un partido político de la Iglesia, un partido político confesionalmente católico, un partido integrado mayoritariamente por católicos y un partido de inspiración cristiana. El primero es teóricamente inviable, por la naturaleza misma de la Iglesia. El segundo ha existido y, aunque no mirado con simpatía, aún existen.
El tercero hace compatible, al menos como ensayo, su laicismo como ente jurídico con la confesionalidad de la mayoría de sus miembros. El último, prescindiendo de la confesión de sus afiliados, dice buscar en el cristianismo las raíces de su doctrina y programa de gobierno.
El esquema teórico no coincide, sin embargo, con la realidad. Por una parte, la Democracia Cristiana, como la experiencia ha demostrado, jugó en muchos países como partido de la Iglesia, de la que recibió directa o indirectamente apoyo prácticamente incondicional, con discriminación clara frente a otros partidos que se definían como católicos. De otro lado, el argumento de que algunas agrupaciones políticas confesionalmente católicas tratan, no de servir a la Iglesia sino servirse de ella con objetivos electorales, olvida que un partido católico, por no ser un partido de la Iglesia, puede discrepar de la actitud que en temas temporales adopten las autoridades eclesiásticas, sin incurrir en censura canónica. Por lo que afecta a los partidos no católicos integrados mayoritariamente por católicos y a los partidos de inspiración cristiana, entre los que se catalogan, sin duda, los que, con una u otra denominación, forman la Democracia Cristiana, es evidente – y ahí están la italiana y la chilena, y nuestro Partido Popular – que hay una contradicción flagrante y hasta escandalosa entre la conciencia privada de los militantes y dirigentes y los programas políticos, luego aplicados al llegar al poder. Así lo prueba que tales partidos acepten, por ejemplo, el divorcio vincular, que destruye el matrimonio y la familia, el aborto, calificado por la Iglesia como “crimen abominable”, y el uso y propaganda de los anticonceptivos.
Fuerza Nueva y el Frente Nacional han sido confesionalmente católicos y han mantenido con tenacidad los principios cristianos en el campo político. El punto I de su programa dice así: “Fuerza Nueva tiene un sentido espiritual y espiritualista de la Historia , y sin ningún respeto humano hace profesión privada y pública de catolicismo. El Estado español será confesionalmente católico”.
A pesar de ello, en líneas generales – y con excepciones que confirman la regla – no contamos con el apoyo de muchos hombres de Iglesia, y en especial de los que en el proceso de la transición política – que empezó mucho antes de la muerte de Franco – tuvieron un papel influyente y a la larga decisivo.
Quiero señalar, aunque sea como un paréntesis en el relato, que muchos de los fundadores de nuestro movimiento político procedíamos y nos habíamos formado en la Acción Católica, la “niña de los ojos de la Iglesia”, en frase de Pío XI.
Yo, personalmente, y siendo alumno de bachillerato, ingresé y trabajé en la Federación de Estudiantes Católicos, primero en Alicante y después en Toledo. Aquí, en mi ciudad natal, la Federación tenía por costumbre celebrar veladas semanales. Era entre 1933 y 1936. En ellas se alternaban las conferencias con recitales de música y poesía. El presidente, Antonio Rivera Ramírez, que años después sería el “Ángel del Alcázar”, y el consiliario don Francisco Vidal, sacerdote valenciano, que trajo consigo a Toledo el cardenal Reig, dirigían con entusiasmo la organización. Participé en una de esas veladas. Tenía 14 años. Pronuncié, más que una conferencia, un discurso. Concluí haciendo una referencia a los “cristeros” de Méjico. Como la hostilidad a la Religión, por parte de la II República era evidente, afirmé que si la hostilidad se convertía en persecución sangrienta, sabríamos morir como nuestros hermanos de Méjico al grito de ¡Viva Cristo Rey!
El grito de ¡Viva Cristo Rey! estaba considerado subversivo. Fui denunciado. Tuve que declarar en una Comisaría. Me impusieron cien pesetas de multa, que en aquel tiempo era una cantidad muy respetable, la quinta parte del sueldo de un capitán. Mi padre era entonces capitán y profesor de Balística en la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia. El disgusto fue enorme, y Antonio Rivera y otros directivos de la Federación, entre ellos Alfredo del Campo, asesinado con su padre por los rojos, apenas ocupado Toledo por las milicias, fueron a casa para acompañarme, darme ánimos y tranquilizar a mis padres. Se ofrecieron para hacer una colecta y pagar la multa. Mis padres lo agradecieron, pero no aceptaron.
Muchos años después, siendo yo notario de Madrid y director del Instituto de Cultura Hispánica, la Asociación de Estudiantes Mejicanos, de Madrid, tuvo noticias del hecho que acabo de narrar. Me hicieron un homenaje y me entregaron un diploma.
Adjuntaban, en pesos mejicanos, el importe de la multa que la autoridad me impuso en Toledo, cuando era tan sólo un adolescente.
Siguiendo el hilo de los recuerdos, añado que de la Federación de Estudiantes Católicos nació la Juventud de Acción Católica de Toledo. Antonio Rivera asumió la presidencia de la Unión Diocesana y don Antonio Gutiérrez Criado fue nombrado por el arzobispo y cardenal Gomá consiliario de la misma. Don Antonio Gutiérrez era sacerdote castrense, de la Marina, y, separado del servicio, regresó a Toledo. Su labor apostólica en la Archidiócesis fue enorme. Se fundaron centros, se celebraron actos, hubo cursillos, tandas de ejercicios y participación activa en reuniones y congresos. Uno de ellos, de carácter nacional, se convocó en Toledo. Se declaró una huelga por la Unión General de Trabajadores. La consigna era: “ni pan ni agua para los perros fascistas”. El Congreso se celebró. Fue un éxito. don Antonio Gutiérrez Criado – ejemplar en su tarea y perfecto conocedor de la psicología juvenil – fue asesinado por los rojos en el Cerro de los Ángeles el 6 de agosto de 1936.
Terminada la Guerra de Liberación fui designado por el cardenal Gomá presidente de la Unión Diocesana de la Juventud de Acción Católica. Mi padre fue destinado a Valencia a comienzos del año 1940. Tuve que dejar el cargo. Me despedí del cardenal. Anochecía cuando fui a visitarle. Me recibió con su amabilidad acostumbrada. Me invitó a acompañarle en el rezo del Santo Rosario. Me regaló un ejemplar de su precioso libro María, Madre y Señora, que conservo como un tesoro.
En Valencia, fui vocal del grupo universitario de la Juventud de Acción Católica. Allí conocí e hice amistad con otros estudiantes, que luego destacaron es sus profesiones y en la política. Intervine en muchos actos de propaganda.
En las oposiciones a Notarías, tuve éxito. Mi promoción, la de 1944, fue muy numerosa. Con ella, y la de 1942, se cubrieron las vacantes que habían producido la guerra y la revolución marxista. Fui a Cieza (Murcia). Me incorporé y trabajé en la Acción Católica. Organicé y participé en un cursillo sobre la familia, en el que habló, entre otros, Adolfo Muñoz Alonso, profesor de la Universidad de Murcia. Le conocí entonces. Estuvo brillantísimo y convincente. Estando en Cieza, tuvo lugar la peregrinación nacional de la Juventud de A. C. a Santiago de Compostela. Sustituía a la que se convocó para el 25 de julio de 1936 y no pudo celebrarse por el estallido de la contienda. Vinieron muchos jóvenes de Hispanoamérica. Dos de ellos, ecuatorianos, antes del comienzo de la peregrinación, estuvieron en Cieza. Tuvimos un acto. Fue en el cine Galindo. Se llenó a rebosar. Jorge Salvador Lara pronunció un discurso bellísimo, que interrumpían los aplausos. Jorge Salvador Lara ha sido, años más tarde, ministro de Asuntos Exteriores de su país. Ha publicado un libro, Semblanza apasionada de Isabel, la Católica (Ed.Minerva, Quito.1957) sobre Isabel la Católica. La edición está dedicada a Joaquín Ruiz Giménez, Alfonso Junco, Ernesto La Orden y a mí. También ha publicado una Historia del Ecuador. Pertenece a una familia que en la guerra emancipadora estuvo con los realistas.
Por oposición entre notarios fui a Murcia. Era el año 1947. Me encomendaron la Escuela de Propagandistas de los Hombres de Acción Católica. Tuve la oportunidad de intervenir en diversos actos, en la capital y en los pueblos de la Diócesis. Recuerdo el de Lorca. Fue en el teatro Guerra, con motivo del día del Papa, el día 14 de marzo de 1948.
Tomé posesión de la notaría de Madrid el 26 de octubre de 1949. La conseguí en oposición directa. Fui el número dos. El número uno fue para Juan Vallet de Goytisolo, de la promoción precedente, español de primera línea, profesional serio y una auténtica autoridad en el mundo jurídico. Hizo la guerra con los nacionales y fue un antitanquista de primera línea. Trabajé en los Hombres de Acción Católica. En un grupo, que dirigía don Enrique Valcárce Alfayate, sacerdote y profesor de Teología moral, reencontré a Pedro Laín Entralgo, a quien había conocido cuando dirigía la Residencia de Estudiantes, y conocí a José Luis Aranguren Egozcue, autor, entre otros libros, de Catolicismo y Protestantismo como formas de vida, que me causó una gran impresión.
Fui nombrado por la jerarquía eclesiástica vicepresidente de la Junta Técnica Nacional de Acción Católica. Para el mismo cargo, la Jerarquía designó a Gabriel del Valle, excelente amigo, abogado del Estado, y a Javier Echánove Guzmán. El presidente, curtido en tareas apostólicas, fue Alfredo López Martínez, que años más tarde sería subsecretario de Justicia, cuando Antonio María de Oriol fue nombrado ministro.
No puedo ocultar que tuve enfrentamientos muy duros en el seno de la directiva. Se me encomendó, en 1954, que organizara la Campaña Nacional del Rosario. Me volqué. Aparte de los actos que debían celebrarse en Caleruega, se acordó que en Madrid, en un cine céntrico, se diesen unas conferencias por personas de alta significación nacional. Visité a los elegidos, y entre ellos, a Federico García Sanchiz, al que admiraba muy de veras. Me acompañó en la visita su gran amigo, y amigo del que esto escribe, Manuel Jiménez Quilez. La conversación fue muy amena. Accedió y se fijó la fecha y el tema.
Mi turbación fue muy profunda cuando con gesto desabrido el consiliario nacional, don Alberto Bonet, que antes de la guerra había sido consiliario de la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña, se opuso de forma tajante a la intervención de García Sanchiz.
Tenía – afirmó – un pasado político ultrafranquista que obligaba a rechazarlo. El tema se hizo vidrioso y se arregló de mala manera. Al ser nombrado director del Instituto de Cultura Hispánica, cesé como vicepresidente de la Junta Técnica Nacional de Acción Católica.
En el transcurso de toda la época en la que se mantuvo fidelidad a los principios e ideales de la Cruzada, debí de ser persona querida por la Iglesia oficial. A su instancia o con su beneplácito participé en actos y acontecimientos sumamente importantes, como seguidamente se verá. Comenzada la transición en la Iglesia, antes de la muerte de Franco, hubo en la misma un cambio evidente de signo, que se refleja con toda claridad tanto en el relato que sigue como en las páginas de mi libro Mi réplica al cardenal Tarancón, al que me remito para, en lo posible, no incurrir en repeticiones innecesarias. Sin perjuicio de que en un apéndice del segundo volumen relacione tales actos y acontecimientos, conviene ahora hacer mención de algunos, aunque sin orden cronológico:
Con motivo de los cien años del establecimiento en España de las Hermanitas de los Pobres, Congregación religiosa fundada por Santa Juana Jugán, hablé, el 6 de junio de 1967, en su residencia principal de Madrid, en la calle de Almagro. Presidió el obispo y patriarca de las Indias Occidentales don Leopoldo Eijo y Garay. Al terminar mi discurso me abrazó efusivamente. Hay un vídeo que recoge la escena, y que, al proyectarlo, me conmueve.
En Barcelona tuvo lugar un Congreso internacional sobre el Corazón de Jesús. El acto de clausura se celebró en un teatro de la ciudad condal el 27 de octubre de 1960. Presidía el cardenal y Arzobispo de Tarragona don Benjamín Arriba y Castro. Hablé ante un auditorio que había seguido con la máxima atención y piedad las sesiones del Congreso, sobre El Sagrado Corazón de Jesús y el Apostolado.
El cardenal y yo fuimos huéspedes de don Felipe Beltrán y Güell, un catalán españolísimo e ilustre, dotado de singular simpatía. Mucho aprendí en las conversaciones de sobremesa. Las palabras de don Benjamín me inquietaron y me impresionaron. Entre otras cosas nos dijo que a su modo de ver la Iglesia no estaría en condiciones de reiterar – si fuera perseguida de nuevo en España – el martirologio de la Cruzada.
En Tarragona, en el año 1963, se iban a conmemorar solemnemente los mil novecientos años de la venida de San Pablo a España. El cardenal Arriba y Castro me invitó y rogó que pronunciara el discurso de apertura en la Catedral de la diócesis. No sólo acepté sino que le prometí que si el octavo hijo, que esperaba, era niño, le bautizaríamos con el nombre de Pablo; y así sucedió. No podré olvidar nunca el recinto sagrado. Era el 24 de enero. Lleno absoluto y presencia, junto al arzobispo, de otros prelados y del abad benedictino de la Basílica de Nuestra Señora de Monserrat.
En 1962 se cumplía el cuarto centenario de la Reforma teresiana. Los carmelitas se volcaron para que el acontecimiento no pasara desapercibido. Trabajó intensamente, hasta enfermar de fatiga, el P. Juan Bosco de Jesús O.C.D. Los superiores me encomendaron el pregón, que tuvo lugar en el templo de los carmelitas de la Plaza de España, en Madrid, el 28 de marzo. Preparé mi intervención con entusiasmo. Incluso fui a Roma para contemplar, tanto la imagen de Santa Teresa transverberada, como el medallón de la doctora mística, de la Basílica de San Pedro. El acto se transmitió en directo por Televisión Española. Con independencia de los numerosos padres carmelitas y de otras Órdenes y Congregaciones religiosas, allí estuvieron doña Carmen Polo, esposa del Caudillo, y algunas de las Infantas carlistas. Por contraste, y según me informó el P. Juan Bosco de Jesús, fui vetado para intervenir en la conmemoración de Santa Teresa, Doctora de la Iglesia. Fue en el año 1970 y ya la transición de la Iglesia era evidente.
Las Hermandades Obreras, que dirigía como delegado diocesano un sacerdote ejemplar, don Abundio García Román, me invitaron, y acepté, a dar una conferencia en su sede el 1 de diciembre de 1967 sobre el Panorama mundial del Apostolado seglar. También, y requerido por dichas Hermandades, di en el Palacio madrileño de los Deportes cinco conferencias, del lunes 13 al viernes 17 de marzo, Semana de Pasión del mismo año, sobre los siguientes temas: Ateísmo; Más allá; Santidad; Apostolado; Iglesia y María. En los carteles y anuncios de propaganda se decía: Cristo y nuestro tiempo. Mensaje de un seglar. Fue muy duro, pero la Providencia me ayudó. Asistieron unas catorce mil personas. Las reseñas publicadas en el diario Ya reflejan lo que fue aquello. Al terminar cada conferencia se formaba una fila interminable de asistentes, que me pedían autógrafos.
A la última de mis intervenciones asistió, presidiendo, el arzobispo de Madrid don Casimiro Morcillo. Pronunció unas palabras clausurando el ciclo y dió “las gracias a todos los aistentes, a las Hermandades del Trabajo, por la magnífica organización de estas jornadas y al orador, Blas Piñar, por su palabra precisa y exactamente cristiana (con la que) ha cumplido la norma del concilio de dar testimonio de cristiano con su obra y también con su palabra”.(Ya, 18 de marzo de 1971).
Es lógico que este respaldo episcopal me alentara a proseguir mi tarea en lo sucesivo. Este respaldo se hizo más intenso al recibir una tarjeta, del día 15 de marzo, de don José Guerra Campos, que decía: “Le felicito por hablar claramente de la presencia salvadora de Jesús y de la vida que esperamos. Suyo en el Señor”, y una carta de don Abilio del Campo, obispo de Calahorra, fechada el 24 de marzo de 1967, que rezaba así:
“Mi querido y buen amigo: He leído en la prensa un brevísimo comentario sobre sus conferencias en el Palacio madrileño de los Deportes. No puede imaginarse cuanto me he alegrado. Pena grande no haberle podido oír. Hoy le felicito muy de corazón y … que siga. Así le pido al Señor.”
A estas felicitaciones que reproduzco, no por estúpida vanidad, sino como apoyos morales, que buena falta me hacían, se unieron los del P. Luís González S.J. y la de Fernando Martín-Sánchez Juliá.
El primero – que había sido o era superior de la Casa de la Compañía en la calle Serrano en Madrid, y que trabajaba en el Centro Superior Humanidades de Aranjuez, me decía con fecha 23 de marzo:
“Quiero felicitarle por sus magníficas conferencias en el Palacio de los Deportes. Aunque no me ha sido posible asistir ningún día., las he seguido con interés por la prensa y he podido saber por algunas personas que han asistido a ellas, el gran fruto que han producido en todos.
“Esta nueva manera de incorporar a los seglares en el trabajo de la evangelización, está abierto a grandes perspectivas y pueden ustedes con su conocimiento de la teología, tan porfundo como el que usted ha adquirido con su propio esfuerzo, lograr frutos muy abundantes.
“Quiero también agradecerle las repetidas alusiones que me dicen ha hecho tanto de la Compañía, como de las Congregaciones Marianas”.
El segundo, hombre más que inteligente, con don de consejo desde su silla de ruedas, y clave de la Asociación Nacional de Propagandistas, el día 20 de marzo, escribía:
“Mi querido Blas:
“Vaya por delante mi felicitación sentida y cordial, porque tú, sin hablar en chácharas, periodiquillos y revistas de apostolado seglar y del deber de los laicos en contribuir al apostolado de la Iglesia, lo has hecho brillante y valientemente.
“Enhorabuena cordialísima.
También leo Fuerza Nueva. ¿Que tal va?
“Por último, pero muy importante: habrás leido en el Boletín de las Cortes que me han nombrado de la Ponencia para el estudio del dictamen de Proyecto de Ley sobre libertad religiosa en españa, y te agradeceré que cuantas enmiendas presentes, cuantas ideas se te ocurran, cuantas actitudes me puedas sugerir, lo hagas con entera confianza y sin dificultad alguna.
“Deseo que Dios me libre de la crianza de herejes.
“Esperando tus noticias, te abraza con especial afecto.”
Una carta ilustrativa, no solo sobre las conferencias cuaresmales sino sobre el clima eclesial que había comenzado a surgir, lo retrata todo lo que don Enrique Valcarce Alfayate, canónigo doctoral de Madrid, y especializado en Teología moral, me daba a conocer en carta del 23 de marzo:
“Querido Blas:
“Mi felicitación por su labor con las Hermandades del Trabajo significa poco. Quiero no obstanto enviársela porque hoy provoqué deliberadamente su comentario con don Casimiro y ya lo que he de decir vale la pena escribírselo.
“Otras veces me pareció observar a don Casimiro muy cauto con usted más que con otros y me interesaba oírle a él. En esta ocasión se ha manifestado totalmente eufórico y además delante de otros cinco Canónigos. Concretamente afirmó que hablaba usted con una precisión teológica como pudiera hacerlo el mejor teólogo. Además, con expresiones tan felices para explicar los términos, que no es fácil que muchos buenos teólogos pudieran tenerlas a punto como usted Dice que él solo pudo oírle parte de la última, pero que le dijeron que en todas, pero sobre todo en tres de ellas, que usted había estado sobremanera acertadísimo y sublime. Que él se quedó sobrecogido oyéndole, verdaderamente maravillado. Añadió además que se veía que usted había estudiado profundamente la Teología y que era muy bueno, que sabía interpretar bien el Concilio sin atribuirle las enormidades que se le atribuyen y que siempre lo hacía sin espíritu criticista.
Cuando se mencionó su integrismo, afirmó que tal vez se lo atribuían sus enemigos, aquellos que pretenden inutilizarle. Fue cuando yo añadí que efectivamente, si se aferrara a un integrismo a ultranza podía perjudicarle, pero que yo podía afirmar que usted estaba en una actitud de apertura, pero sana, que es la verdadera. Y don Casimiro asintió diciendo expresamente que así era.”
Con motivo del cincuenta aniversario de la famosa encíclica de S.S. León XIII, Rerum Novarum, la Comisión episcopal correspondiente preparó un acto, que se celebró en la sede del Instituto Nacional de Previsión, de la calle Alcalá, de Madrid, el 15 de junio de 1965. Mi amigo de la Juventud de Acción Católica, luego sacerdote y, más tarde, obispo, Rafael González Moralejo, me escribió solicitando que con tal motivo preparase y pronunciara un discurso. Por muchas razones no podía negarme a ello. Seguí en Valencia, personalmente, las vicisitudes de la vocación sacerdotal de González Moralejo. Mantuvimos nuestra amistad durante muchos años. Venía por mi casa con frecuencia. A su padre, capitán de las Fuerzas de Asalto, le fusilaron los rojos, y un hermano suyo fue voluntario en la División Azul. Cambió de manera de pensar. Discutimos. Nuestras relaciones se enfriaron; y lo siento de veras.
Discípulo, en Toledo, de Antonio Rivera Ramírez, el “Ángel del Alcázar”, me consideré obligado moralmente a promover su proceso de beatificación. Murió, con virtudes heroicas – a mi modo de ver -, como consecuencia de la herida que recibió en la defensa del Alcázar. Rescató una ametralladora que estaba a punto de arrebatar el enemigo. Fue, luego de la explosión de la mina, cuando los milicianos trataban por todos los medios de apoderarse de la fortaleza. Tuvieron que amputarle el brazo izquierdo, prácticamente sin anestesia. Lo ofreció todo por España. No pudo remitir la septicemia y, liberado el Alcázar, murió el 20 de Noviembre de 1936, preguntando a los suyos y a sus buenos amigos que le rodeaban: “¿Qué queréis para el cielo?”. El cardenal Gomá dijo de Antonio Rivera: “en el cielo está con todas las presunciones morales de la certeza de su definitivo destino” (prólogo al libro de Luis Moreno Nieto El Angel del Alcázar. Edit. Consejo Superior de la Juventud de A.C. Madrid. Pág. XIV).
Según mis noticias, su proceso de beatificación, a nivel diocesano, está concluido. El obispo auxiliar, don Anastasio Granados, recogió todos los testimonios de visu et auditu, de los que tengo copia literal. Para promotor de la causa, fue nombrado por el cardenal y arzobispo de Toledo don Enrique Pla y Deniel, en 1959, don Ireneo García Alonso, luego obispo de Albacete. Por desgracia, el paso por la diócesis de don Vicente Enrique y Tarancón impuso un doloroso silencio sobre el tema; silencio roto gracias al actual arzobispo de Toledo, don Francisco Álvarez Martínez, que según tengo entendido, ya lo ha enviado a Roma, donde encuentra algunas dificultades de tramitación. Quizá acertara don Santos Beguiristain cuando escribía: “mártires tiene la Iglesia a millones; soldados santos que sepan mantener su paz y su sonrisa inalterables en un ambiente de psicosis de guerra, santos así no tiene tantos la Iglesia; y santos así hacen falta, más que nunca, ahora” (Antonio Rivera, héroe y Ángel del Alcázar. 2ª ed. Segovia 1952 pág 29).
Años después, en unión de varios amigos, y bajo la inspiración y con la colaboración entusiasta inicial del P. Llanos S.J., asesor espiritual del Servicio Universitario del Trabajo (vinculado al Sindicato Español Universitario), presidí el Patronato del Colegio Mayor Antonio Rivera para universitarios trabajadores. De la pequeña historia de este colegio, me ocupo en otro lugar de este libro.
Lamento que en el precioso libro del P. Luis Madrid Corcuera, titulado Historia de un gran amor a la Iglesia no correspondido (Edit. “Hermandad Sacerdotal española”. 1990) no se haga la menor alusión a los orígenes de la Hermandad Sacerdotal española. La misma tuvo su primer alojamiento en la sede de Fuerza Nueva Editorial, Velázquez 17, en Madrid. El P. franciscano Miguel Oltra, que había sido capellán de la División Azul, era su presidente. No sólo dimos albergue a la Hermandad, sino que facilitamos lo que necesitaba en aquellos momentos para comenzar su trabajo, y una pequeña ayuda económica.
La colaboración que prestamos a la Hermandad, ni la “mediatizó” ni la vinculó a Fuerza Nueva. Fue una colaboración sincera y desinteresada.
En Madrid hubo un homenaje a S.S. Pío XII. No excuso decir que le estimo como uno de los grandes pontífices de la Iglesia, por la claridad de su doctrina y por la solución acertada y rápida de los graves problemas planteados, no sólo por la situación mundial, sino por el desviacionismo dogmático, moral, litúrgico y disciplinario.
Tuve la inmensa alegría de participar en ese homenaje. Hablé en el teatro Español, el día 6 de mayo de 1956. El programa de actos terminó con otro en el estadio del Real Madrid, que con su enorme aforo lleno hasta la bandera -lleno el graderío y lleno el campo- constituyó un verdadero e impresionante espectáculo.
Anochecía. Se encendieron antorchas; eran luces diminutas, que el auditorio, silenciosa y devotamente, unía al Lumen Christi de la Resurrección.
He tenido y tengo admiración por la obra Ayuda a la Iglesia necesitada, fundada por el P. Werenfriend van Straaten, y lo he demostrado de todas las formas en que me ha sido posible. Su labor ha sido y es extraordinaria y generosa. De un modo colectivo tratamos de ofrecerle nuestra ayuda, teniendo en cuenta que dicha Obra manifiesta que “colabora gustosamente con parroquias, colegios, comunidades, centros culturales, sedes de otras Asociaciones o Movimientos, etc., informando, dando charlas, proyectando vídeos y películas sobre las necesidades pastorales de la Iglesia en el Este europeo y en el Tercer Mundo”. A tal fin, y de acuerdo con quienes en España dirigían la Obra, preparamos una conferencia ilustrativa sobre su quehacer en los países sojuzgados por el comunismo y en tierras de misión. Iba a celebrarse en el enorme salón de actos de nuestra sede de la calle Mejía Lequerica Nº 8, de Madrid. Quienes iban a colaborar e intervenir estuvieron en el local. Habría proyector para las diapositivas. Se anunció la conferencia, pero no se celebró. Los Superiores de “Iglesia perseguida” ordenaron que se suspendiera.
Fue en Utrera (Sevilla), el 29 de Abril de 1964, en la coronación canónica de la Virgen de la Consolación, imagen querida no sólo en Utrera sino en toda la comarca. El legado pontificio era el arzobispo José María Bueno Monreal. Me invitó, rogándome que fuera mantenedor del acto, José Utrera Molina, gobernador civil de la provincia. Desde que conocí a Utrera le admiré por su firmeza ideológica, su lealtad a Franco y su honradez personal.
Aparte del tema de la Virgen, era motivo de satisfacción para mí complacer al amigo. Por si fuera poco, su esposa fue nombrada madrina de la ceremonia.
Fue un acto precioso y, aunque hubo, por la afluencia masiva de visitantes a la Feria de Sevilla, un problema de alojamiento, valió la pena superarlo. En el almuerzo, que tuvo lugar después, recibí felicitaciones entusiastas de los comensales y, entre ellos, la del capitán general de la región, don Alfredo Galera Paniagua, que nos acompañaba. Me pidieron que hiciera el próximo pregón de la Semana Santa de Sevilla. Advertí que la propuesta-invitación no caía bien al señor arzobispo, que estaba sentado junto a mi esposa. En voz baja le dijo: “su esposo, por su manera de pensar y hablar, tendrá muchos disgustos”. Lógicamente, la propuesta-invitavión fue olvidada.
La animadversión del cardenal arzobispo de Sevilla se puso de relieve con ocasión de unos actos que se celebraron en Jerez de la Frontera. Nuestra Señora de la Merced es la Patrona de la ciudad, debido a que los mercedarios acompañaban a Fernando III el Santo a liberarla de los musulmanes. Se iba a celebrar el séptimo centenario del Patronazgo. Hay una elegía hermosísima a la Virgen con tan bella e histórica advocación. El Superior de la Orden me visitó en Madrid para pedirme que diera una conferencia sobre María, precisamente en la Basílica mercedaria. El tema mariano es, sin duda, el que para mí tiene los mayores atractivos. Fuimos a Jerez mi esposa y yo. Nos alojamos en la casa de Sixto de la Calle, decano del Colegio de Abogados, buen amigo, padre de una familia profundamente cristiana y numerosa. Una de sus hijas profesó en el convento de Carmelitas de la Aldehuela, uno de los que fundó la famosa Madre Maravillas.
Di mi conferencia el 12 de septiembre de 1972. Hubo una cena. En la conversación, amena y fluida, me dirigí al Superior de los mercedarios: “¿Tuvo algún problema por mi intervención?”, le pregunté. “No quise darle un disgusto, – me respondió -, pero la verdad es que, publicado el programa, me llamó a Sevilla el arzobispo que, muy enojado, me dijo que usted no debía hablar y que así debía comunicárselo. Le repliqué que ello no me parecía oportuno, toda vez que si usted hablaba era a petición mía”. “Pues no hablará”, exclamó airado el arzobispo. “Si es así deberá Su Eminencia darme la orden por escrito, para justificar la decisión”. No llegó la orden. Pudo más el temor al escándalo que su antipatía. Más tarde, Bueno Monreal, en una entrevista que publicó Informaciones de Andalucía, y que reprodujo ABC del 27 de mayo de 1977, aludía a una conversación que tuvo con Franco en 1964, y en la que le dijo al jefe de Estado lo siguiente: “Que era tentar a Dios detener el regreso a un Régimen normal; que Europa nos daba la espalda; que las Cortes no eran representativas; que la prensa estaba amordazada; que los Sindicatos eran pura burocracia; que habían pasado veinticinco años y que las generaciones jóvenes pensaban de distinta manera a 1939; que a los seminaristas y al clero joven no se les podía frenar en sus deseos de acercarse al pueblo; y que la Iglesia no podía seguir vinculada a un Régimen dictatorial”.
En un discurso que pronuncié en el Salón Marbel, de Torrijos (Toledo), el día 28 de mayo de 1977, hice detallada exposición de estas declaraciones, dando cuenta de las mismas al auditorio y exponiendo mi total discordancia con ellas. Me expresé así:
“Lo que dijo en síntesis a Franco el doctor Buero Monreal fue lo siguiente:
I. Que era tentar a Dios detener el regreso a un régimen normal.
¿Pero que entiende usted por un régimen normal?
¿Es que la normalidad debe ser la anormalidad, la locura suicida que ya estamos viviendo?
II. Que Europa nos daba la espalda.
¡Parece mentira que esto pueda escucharse de un hombre de Dios!
Lo que importa no es, señor cardenal, que a uno le den la espalda, sino por qué se la dan.
A Cristo le dieron la espalda los fariseos, los escribas y hasta sus discípulos; por odio o por miedo, y no por eso se atrevería usted a decirle al Señor que cambiase de vida y de evangelio.
La mujer libertina también le da la espalda a la mujer que consagra su virginidad a Dios.
A España le dio la espalda Europa porque no podía aguantar su entereza, su hombría de bien, su capacidad de sacrificio, su ejemplo animoso frente a su porpia enfermedad.
III . Que las Cortes no era representativas.
Pero estaban en ellas los trabajadores, en cuanto tales, cosa que no ocurrió en ningún Parlamento liberal.
Efectivamente que había lagunas, que nosotros hemos sido los primeros en lamentar y en pedir su corrección, a través sobre todo de una ley de incompatibilidades. Pero estas no eran por defectos del Sistema, sino por defectos en el Sistema, que como toda empresa humana requiere perfeccionamientos.
Y dígame, señor cardenal, ¿cree que las Cortes, el Parlamento de antes era más representativo, y cree que lo será el próximo? ¿No le basta el ejemplo del referéndum del pasado 15 de diciembre?
IV. Que la prensa estaba amordazada.
Es posible que en parte lo estuviera. Pero se le quitó la mordaza y no para que ladrase, sino para morder, roer, atenazar, triturar, despedazar a fondo, sin respeto ni para la verdad ni para el honor.
Repase el señor cardenal las páginas de cierto periódico sevillano, muy clerical, y no le será difícil convencerse de ello.
V. Que los Sindicatos eran pura burocracia.
¿Y solo esto?
¿No consiguieron nada esos Sindicatos, sin necesidad de luchas, huelgas y enfrentamientos?
¿Que van a conseguir los que usted anhela? Lo que ya es visible para todos: paro, huelga, inflación, crímenes y hambre?
VI. Que habían pasado veinticinco años y que las generaciones de jóvenes pensaban de distinta manera a 1939.
Pero el cambio de pensamiento no se produce porque sí.
No hay un taumaturgo que por magnetismo realiza ese cambio.
Ni hay médicos extraterrestres, llegados en un ovni sideral, que a cada joven de España le introduzca en el cerebro una célula distinta para pensar de otro modo.
Ese cambio, no solo ideológico, sino moral, lo producen los maestros, y el Régimen encomendó en gran parte a la Iglesia la formación de la juventud.
De ese cambio, no para bien, sino para mal -y ahí está la crisis que la misma Iglesia denuncia-, son ustedes en medida muy alta los culpables.
Pero no olvide, señor cardenal, que no es toda la juventud la que no piensa como la de 1939. Hay una juventud envenenada por la droga, el sexo y el marxismo, pero hay otra que ama a Dios, sirve a la Patria y lucha por la justicia. Y esa juventud, que es la nuestra, cada día más numerosa y entusiasta, vencerá, convencerá y convertirá, que es lo importante.
VII. Que a los seminaristas y al clero joven no se les podía frenar en sus deseos de acercarse al pueblo.
¿De acercarse al pueblo o de acercarse al sector femenino del pueblo para obtener dispensa del celibato? ¿De acercarse al pueblo o de unirse a la subversión?.
Porque algunos de los que marcharon a Hispanoamérica se fueron a la guerrilla. Y los padres García Salve, Díez Alegría y Llanos, comparten el gozo de los que ayer martirizaban a sus hermanos en el sacerdocio y en la fe.
Y ahí están, no solo los sacerdotes, sino un obispo, como monseñor Iniesta, que no tendría inconveniente en votar a un Partido en cuyo programa figure la anticoncepción o el divorcio.
VIII. Y que la Iglesia no podía seguir vinculada a un Régimen dictatorial.
Pues si no podía, no debía, y entonces debió renunciar:
al presupuesto,
a la subvención,
a las exenciones fiscales,
al fuero eclesiástico,
y demoler los edificios construidos con el dinero de todos los españoles.
¡Que inmensa ingratitud a un jefe cristiano!
Franco tuvo la inmensa virtud de callar ante los vocingleros de hoy, que presionaban para que llegase la hora de las tinieblas, y para pedir, hasta con amenazas, con verdadero abuso de poder espiritual, la amnistía de los asesinos, que ya están en la calle, y animan a otros a seguirles.
¡El perdón lo habeis confundido con la impunidad!
Cuando llegue el instante de Getsemaní y el Gólgota, veremos donde está cada uno, porque estoy convencido que habrá más apóstatas que mártires, más obispos jurando una Constitución atea que Stepinac o Mindszenty negándose hasta la muerte o el destierro.
La repulsa de monseñor Cirarda al que esto escribe fue muy dura y desagradable. Monseñor Cirarda fue director espiritual del Seminario de Vitoria, donde trabajó con entusiasmo. Casó a uno de los oficiales de mi notaría. Le conocí personalmente, siendo ya obispo, por razones profesionales. Recuerdo que, para redactar un documento público en el que comparecía como otorgante, le pregunté en broma: “¿Cirarda con C o con Z?”. Me contestó sonriendo: “Con C, por favor, que yo, aunque vasco, no soy separatista”.
Siendo obispo de Córdoba monseñor Cirarda, me visitó un grupo de personas muy destacadas de Castro del Río, pueblo de aquella diócesis y provincia. Iba a conmemorarse el cuatrocientos aniversario de una Cofradía antiquísima – la del Santísimo Cristo de la Misericordia – y entre los actos que se proyectaban había una conferencia que debería versar sobre la historia de dicha Cofradía, la del pueblo, y el conocido drama de Lope de Vega Fuenteovejuna. Me pidieron que yo fuera el conferenciante. Accedí, y durante el verano preparé mi disertación. Incluso pude conseguir algún libro de la Biblioteca Nacional, no fácil de obtener, para completar y verificar mi documentación.
Al aproximarse las fechas, la Comisión, presidida por el párroco, fue a Córdoba a invitar al señor obispo. Éste les recibió con su simpatía acostumbrada. Preguntó: “¿Quién pronunciará la conferencia?” “don Blas Piñar” – contestó el párroco -, “hablamos con él y le comprometimos hace meses”. Monseñor Cirarda se puso en pie y, según me han contado los visitantes, exclamó: “Ese hombre no hablará en mi diócesis”. Los visitantes se quedaron estupefactos. El señor obispo debió de caer en la cuenta de que su exclamación no había sido prudente, ni respetuosa, ni caritativa y que, además, aquella prohibición abría un hueco, a esas alturas, difícil de salvar. Monseñor Cirarda se ofreció a dar la conferencia. Los visitantes, profundamente disgustados, le dijeron: “No es necesario que la prepare, porque las fiestas del cuatricentenario se suspenden”.
Me parece oportuno avalar cuanto acabo de decir reproduciendo, aunque sólo sea en parte, la documentación que sobre este tema desagradable guardo en mi archivo. Hela aquí:
Carta del abogado Justino Criado Gracia, fechada en Córdoba el 18 de febrero de 1974:
“Señor don Blas Piñar López
“Mi querido amigo: Nunca pude imaginar que todo lo que habíamos programado con tanta ilusión, los componentes de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Misericordia, de Castro del Río, cuatro veces centenaria, no iba a tener feliz culminación, pues cuando el pasado día 6 su Junta Rectora visitamos al señor obispo, para darle cuenta de toda la serie de actos a celebrar en nuestro pueblo con motivo de nuestro Cuatricentenario, nos manifestó tajantemente que si usted nos decía el pregón estaba dispuesto a disolver la Hermandad. Ante esta postura nos hemos visto obligados a renunciar a todo dentro y fuera de la Iglesia.
“Estas letras son para pedirle me indique día que le puedo visitar y agradecerle su incondicional colaboración y manifestarle nuestro enojo ante tal arbitrariedad.
“En espera de que a la mayor brevedad pueda visitarlo, le saluda con todo afecto su buen amigo”.
Mi carta de respuesta, del día 23 de febrero:
“don Justino Criado Gracia
Avda. del Brillante, 120
Córdoba. 23 de febrero de 1974
Mi querido amigo:
He recibido su carta del día 18.
Me duele, como es natural, esta actitud del señor obispo, pero al lado de lo que ha ocurrido con el cardenal Primado de Hungría, bien poca cosa es este pequeño sacrificio que se nos impone por la autoridad eclesiástica.
Puede venir a verme cuando quiera. Día laborable, entre 10,30 y 11,00 de la mañana. Sin embargo, estaré ausente el 2 y el 4 del próximo mes de marzo.
En espera de su visita, le saluda con todo afecto su buen amigo”.
Nota de la Junta Rectora de la Hermandad:
“Castro del Río a veintisiete de febrero de mil novecientos setenta y cuatro. Miércoles de ceniza.
“El Cabildo de esta Hermandad del Santísimo Cristo de la Misericordia, de Castro del Río, enterado del resultado de la visita que esta Hermandad encabezada por su Hermano Mayor giraron al señor obispo, para darle cuenta de nuestro Cuatricentenario, de los actos a celebrar e invitarle a todos ellos, sorprendida por la orden del señor obispo, que prohibía que el Pregón lo realizase el que la comisión encargada al efecto había designado y logrado su colaboración, don Blas Piñar López, Consejero Nacional, Procurador en Cortes, ex director del Instituto de Cultura Hispánica y gran defensor de la tradiciones católicas españolas, ACUERDAN:
“Renunciar a lo que con tanto cariño habían programado para el mayor esplendor de nuestra Cofradía y acuerda en prueba de lo que nuestra Cofradía representa para cada uno de sus componentes, aceptar la orden del señor obispo y celebrar con la mayor humildad, espíritu cristiano y el mayor recogimiento nuestro Cuatricentenario, renunciando a todo acto que pudiese parecer extraordinario, por lo que pide disculpas a todos cuantos se habían ofrecido a colaborar en fecha tan memorable para nosotros y nuestro pueblo y declinar todos los ofrecimientos recibidos de personas de la vida pública y de la Iglesia.
“La Junta Rectora.”
Carta del mayordomo de la Hermandad, de 11 de marzo, a monseñor Cirarda:
“La Hermandad del Santísimo Cristo de la Misericordia de Castro del Río en el Cabildo del pasado 27 de febrero, Miércoles de Ceniza, ante la imposibilidad de celebrar la totalidad de los actos programados en la forma que acordó su Junta Rectora, acordó renunciar a todo acto que pudiese parecer extraordinario por lo que declinamos su ofrecimiento para colaborar en ellos, sintiendo que nuestro Cuatricentenario haya quedado en unas cartas de disculpa para con quienes iban a colaborar a su mayor esplendor y por nuestra parte a un acatamiento de lo ordenado por su Ilustrísima.”
Carta que recibí del almirante Capitán General de la Zona marítima del Mediterráneo, don José Yusty Pita, fechada en Cartagena el 21 de mayo de 1974:
“Mi querido amigo:
“Con motivo del incidente de Castro del Río, le escribí al obispo de Córdoba, el cual hoy me contesta y me dice que no le prohibió decir el Pregón.
?“Como he leído, creo que en Fuerza Nueva y en algún otro periódico, que hubo tal prohibición, le ruego que, si sus muchas ocupaciones se lo permiten, me dé detalles del asunto para poder contestarle a monseñor Cirarda, pues no estoy seguro que lo que él me manifiesta refleje exactamente lo sucedido.
“En espera de sus noticias, que le agradezco de antemano, le saluda afectuosamente su buen amigo y servidor”.
“Quiero dejar constancia de este gesto del almirante Yusty Pita y de mi gratitud a un hombre de bien, que fue para mí un ejemplo constante de caballerosidad y de patriotismo.
Nueva carta de don Justino Criado Gracia, de 18 de junio:
“Mi querido amigo:
“Ante todo le doy las gracias por la alusión a nuestra Cofradía y a nuestro Pueblo en el acto de Sevilla, donde nosotros nos sentimos identificados al oírle con tanto ardor defender nuestra Religión y a España, y le pedimos no desfallezca en su postura, porque en cualquier circunstancia estaremos a su lado, como infinidad de españoles que aplauden todas sus acciones en defensa de la Patria.
“Adjunto fotocopia de mi carta como Mayordomo de la Cofradía al señor obispo, y su contestación, para que ambas se las envíe al Capitán General del Departamento Marítimo de Cartagena, pues no podemos consentir que la injusta arbitrariedad cometida con usted, y con nuestra Cofradía, sea puesta en duda y menos desmentida por quien por lo que lo representa no debió hacerla nunca y menos desmentir lo que está escrito.
“Sin otro particular, esperando que el espíritu que usted representa dentro del ámbito nacional, cada día adquiera una mayor fuerza, le saluda y queda a su disposición su buen amigo”.
Carta del obispo de Córdoba a la Hermandad:
“Córdoba, 13 de marzo de 1974
“Señor Mayordomo de la Cofradía del S. Cristo de la Misericordia
“Castro del Río
“Muy querido en Cristo:
“Acuso recibo de su carta del 11. Y tomo nota de que no cuentan con un servidor para los actos conmemorativos del cuarto centenario de su Cofradía.
“Siento mucho -lo siento de verdad- que un planteamiento no correcto de dichas fiestas jubilares haya terminado con la decisión de renunciar a toda especial solemnidad conmemorativa. Pero no puedo menos de felicitarles por la prontitud con que acataron mis indicaciones, en la esperanza de que les haya llevado a ello su deseo de sentir siempre con la Santa Madre Iglesia Jerárquica, que es la única manera de agradar al Señor y a la Virgen María, a la que su Cofradía honra en el misterio de su Soledad.
“A Ellos les pido que les bendigan y les den la gracia de una fe íntegra y operante, que les permita construir sobre sus sanas tradiciones un vivir religioso individual y comunitario conforme a lo que el Señor nos pide hoy por las enseñanzas y directrices del último Concilio.
“Ruégole transmita mi saludo y bendición a todos los Hermanos, especialmente a los de la Junta Directiva, que me visitaron hace semanas.
“Con afecto en Cristo.”
La actitud de monseñor Cirarda tuvo eco. Todos los medios de comunicación la dieron a conocer, con más o menos entusiasmo. Quiero agradecer a todos los que salieron a mi defensa, los artículos que publicaron a tal fin. Transcribo lo que algunos de ellos manifestaron.
“Monseñor Cirarda ha impedido que don Blas Piñar pronunciara el pregón. Monseñor dice que lo políticos no pueden hablar de religión, ya que se trata de impedir que los religiosos hablen de política.
“Monseñor: Con todos los respetos, creo que usted se ha metido en fuera de juego. La religión no es patrimonio de los que de la religión viven. La religión es universal y puede hablar de ella todo aquel que lo desee. Buscar el camino de Dios no le está negado a nadie. ¿No cree monseñor que hace menos daño don Blas hablando de religión que algunos clérigos protegiendo a los terroristas?
“Piense en ello, querido monseñor.
“Y volvemos con monseñor: Lo único que usted puede prohibir a don Blas Piñar es que don Blas Piñar intente decir misa, que, como tiene la cabeza sobre los hombros, no se le habrá ocurrido.” (Región, de 6 de abril de 1974, Gotas de tinta).
Con la firma de Juan B. Becerra Cueto, el mismo diario Región, daba a conocer a sus lectores, el día 11 de abril, un artículo titulado con tipografía destacada: “El triunfo de Blas Piñar. El obispo señor Cirarda realza su figura”. En él decía:
“Una noticia publicada en la prensa ha causado sensación en esta capital, llenando de gran gozo a los identificados con el presidente de Fuerza Nueva y torciendo el gesto de quienes, sin leer la revista, ya la han definido como ‘ultra’ en un afán de levantar una barrera ante lo que es real información. Y no te digo nada como ha sentado entre el clero progresista, el de la secularización frecuente. El que habla más de política que de religión.
A lo que iba: monseñor Cirarda ha prohibido que Blas Piñar pronuncie en Castro del Río (Córdoba) el pregón conmemorativo del cuatricentenario de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Misericordia. Pregón que fue aceptado por Blas Piñar ante la insistente y reiterada petición de dicha Cofradía, interesada en llevar a dicho acto una relevante personalidad católica.
Monseñor Cirarda lo veta y se ofrece él para sustituirle. Le contestan que no aceptan su ofrecimiento.
Si el obispo ha sentido una íntima satisfacción con ese veto, ha de saber que la opinión general es que ha elevado en muchos codos la figura de Blas Piñar y la línea que sigue Fuerza Nueva.”
Tomás Montero Entrabe se preguntaba en La Voz de Asturias, del 6 de abril:
“¿Qué razones habrá tenido monseñor Cirarda, un prelado caracterizado por su aperturismo, para poner el veto a don Blas Piñar? ¿o será que el aperturismo de monseñor Cirarda solo actúa en algunas direcciones determinadas por la rosa de los vientos?”.
Ismael Medina hizo saber su opinión a través de la agencia de noticias Pyresa. Su artículo Monseñor Cirarda y la ley del embudo apareció en muchos periódicos, y entre ellos, en Libertad, del día 17 de abril; El eco de Canarias, del día 18; Lanza y Arriba España, del día 19, y Patria, del día 21. Decía Ismael Medina:
“La Cofradía de Castro del Río cumple ahora el cuatrocientos aniversario de su fundación.
“Los cofrades de Castro del Río dispusieron con tiempo las fiestas de su cuatricentenario y se dieron a cavilar sobre la elección de un pregonero de ‘tronío’ brillante en el hablar, fiel en la ortodoxia y capaz de atraer el interés nacional hacia la ciudad y la hermandad. Encontraron que ningún pregonero de más ‘tronío’ existía en el mercado confesional por encima de don Blas Piñar, Consejero Nacional del Movimiento y cabeza visible de la ‘familia política’ de Fuerza Nueva.
“Fuerza Nueva no es sólo la revista que da nombre a la acaso polémica y vituperada ‘familia política’ de la España de los años sesenta y setenta. Fuerza Nueva se ha demostrado también un baluarte irreductible de los que algunos denominan demasiado genéricamente el ‘catolicismo tradicional’. Don Blas Piñar dicen que declinó en principio la invitación de los entusiastas cofrades de Castro del Río y que ante su insistencia, terminó por aceptar el encargo del pregón semanosantero. Y ahí precisamente comenzó el lío.
“Cuando el programa conmemorativo del cuatricentenario llegó a la residencia postconciliar del obispo de Córdoba, debió cundir el pasmo entre la familia episcopal, que se daría de inmediato a la tarea de encontrar en los textos del Vaticano II el pasaje exacto en el que se condena, por contrario a la pastoral social y a la denuncia profética, cualquier pregón que pudiera ser encomendado a don Blas Piñar. Fue así como monseñor Cirarda, confortado por la doctrina y afirmado en su recta interpretación, negó autorización a los cofrades de Castro del Río para hacer pregonero a don Blas Piñar, al tiempo que se ofrecía humildemente para sustituirle, con chapela y todo.
“Los cofrades de Castro del Río han aceptado la prohibición terminante del obispo, pero han declinado a su vez el ofrecimiento de monseñor Cirarda. Con exquisita corrección han dicho que nones al pregón episcopal y se han plantado en Madrid para excusarse ante el pregonero vetado por la Iglesia-Jerarquía. En resumen la Iglesia-Pueblo de Dios de Castro del Río se ha quedado sin pregón y sin conmemoración cuatricentenaria”.
“Tuve la satisfacción de recibir una carta de don José Guerra Campos, fechada el 25 de febrero de 1974, en la que, refiriéndose a lo de Castro del Río, lo califica de “tristísimo e increíble” y manifiesta que la decisión del prelado “pertenece al género dictatorial”.
Fui a Albacete. Me unía a don Arturo Tavera Araoz, prelado de la diócesis, una antigua amistad. Le había ayudado a Misa en el Madrid rojo, es decir, en el de las catacumbas. Le dediqué una poesía, en la que recordaba su profesión religiosa, la de clavetiano.
Terminada la guerra, don Arturo marchó a Roma. Desde allí me mandaba toda la documentación a su alcance sobre la reforma del Código Civil italiano, que tuvo lugar en tiempos de Benito Mussolini.
Nombrado obispo de Albacete, me invitó a dar una conferencia en el teatro Circo, en el marco de una Semana de orientación cinematográfica sobre la violencia y el cine. Me presentó a don Emilio González Álvarez, consiliario diocesano de las Mujeres de Acción Católica. Él presidió el acto. Fue el domingo día 12 de mayo de 1967.
Don Arturo me apreciaba muy de veras, y yo a él. En la mañana del domingo oí la Santa Misa, con algunos amigos, en la catedral. Me sorprendió, y no niego que me descompuso, ver pegados en el templo carteles exaltando al “Che Guevara”, que había muerto recientemente en Bolivia, luchando, como se sabe, y capitaneando a los guerrilleros comunistas.
Mi indignación fue en aumento al escuchar la homilía del Vicario general don José Delicado Baeza, que oficiaba la Misa. Hizo una exaltación del revolucionario argentino. Salí de la catedral profundamente disgustado.
Hablé, lógicamente, en el teatro Circo, sobre la violencia en el cine, pero no pude evitar una alusión de entrada a la violencia en el mundo real y a la que se practicaba en algunas partes del mundo, especialmente en algunos de los países de la América hispana.
Al terminar mi disertación recibí felicitaciones; una, muy efusiva, en el vestíbulo, ante muchos de los que asistieron, de don Arturo Tavera. El vicario estaba a su lado, muy serio. Me miró fijamente y me dijo: “¿Asistió usted a la Misa que yo he dicho en la catedral?”. “Sí – le contesté – y oí sus palabras. Ello justifica la introducción”. Me di cuenta de que estaba malhumorado.
Bien sabe Dios que no me consideré facultado para hacerme eco ante nadie de aquel incidente doloroso. Alguien debió de hacerlo, ya que, según mis noticias, su nombramiento como obispo se demoró. Al fin, fue designado para la diócesis de Tuy, y luego para la de Valladolid. Más tarde se le eligió vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española.
Está claro que monseñor Delicado Baeza no ha tenido especial simpatía por nosotros. Me consta que, visitando a los presos en Valladolid, con motivo de la Navidad, pasó de largo, y ni siquiera saludó a algunos jóvenes de Fuerza Nueva que estaban en la cárcel y que fueron detenidos con ocasión de disturbios y enfrentamientos con los marxistas. También se comportó con notables muestras de rechazo cuando un grupo de Fuerza Joven le visitó para ofrecerse de modo incondicional al señor arzobispo en la campaña contra el aborto.
En el mes de mayo de 1991 fuimos a Valladolid. Debíamos visitar algunos pueblos de la provincia. Se habían convocado elecciones municipales para el día 26. Almorzando, en la capital de la provincia, recibimos una llamada telefónica del Vicario general de la diócesis. Se puso al habla Luis José Cillero, presidente de Fuerza Joven y vallisoletano. “Dígale a Blas Piñar, – y le hablo en nombre del arzobispo – que no mezcle la Religión con la Política”. El domingo, 19 de mayo, al llegar a Ataquines, quisimos oir Misa en la parroquia, única iglesia del pueblo. La encontramos cerrada. No pudimos encontrar al párroco. Eran órdenes de la autoridad eclesiástica. En el restaurante El Galgo, donde nos reunimos para el almuerzo, a los postres, dije unas palabras. Las últimas fueron éstas: “Hoy es domingo de Pentecostés, y se nos ha impedido estar en el Cenáculo. Ello no obstante, el Espíritu sopla como y donde quiere. Esperamos que fuera del templo, en el que no hemos podido entrar, cerrado a piedra y lodo, descienda sobre nosotros, y que sus lenguas de fuego hagan posible, no tanto que nos expresemos en todos los idiomas como que todos lleguen a comprender nuestras ideas.”
En el teatro Goya, sito en la calle Goya, de Madrid se proyectó, el día 22 de mayo de 1973, la película Nuestra Señora de Fátima. Convocamos nosotros. Antes de la proyección, don José Guerra Campos – que en varias ocasiones dió conferencias en nuestra Sede – nos deleitó con unas palabras bellísimas relacionadas con las apariciones de la Virgen en el país hermano. La presentación de la película la hizo el actor Antonio Puga. No se cabía en el local, como no cabían los guardias que con sus coches-patrulla ocuparon no solo la calle Goya, sino las adyacentes. Llegaban las filas de vehículos policiales hasta la misma plaza de Colón. Supimos que una alarma de este género, excesiva, descabellada y absurda, tenía su origen en alguna llamada eclesial. Al arzobispo de Madrid, don Vicente Enrique y Tarancón, parece que, ni la película ni su presentador le eran gratos. Lo demostró en varias ocasiones, pero especialmente cuando prohibió la entrada en la diócesis de la imagen de la Virgen peregrina de Fátima y cuando calificó de una manera despectiva, en unas declaraciones a la prensa de Asturias, al obispo de Cuenca.
Sólo he tenido una entrevista con don Fernando Sebastián Aguilar, ex rector de la Universidad pontificia de Santander, y ex obispo de León, cuando ejercía de Secretario de la Conferencia episcopal. Quiero recordar ahora que, estando ya en Granada, y antes de ir a Pamplona como arzobispo, hizo unas declaraciones a Pilar Urbano, publicadas en el nº 166 del semanario Época, en las que manifestaba su estupor y “consideraba anómalo en España, que habiendo un sector amplísimo, por no decir mayoritario de católicos convencidos, no exista una fuerza política donde la inspiración cristiana sea efectiva y determinante. Fíjese Pilar, que no hablo de obediencia eclesiástica”.
Aclaré y rectifiqué, como presidente del Frente Nacional, esta declaración, en carta que publicó el mismo semanario, el 13 de junio 1988, y me tomé la libertad de escribir a monseñor, señalándole que nuestro Movimiento político, no solo se definía como confesionalmente católico, sino que de acuerdo con las exigencias de dicha confesionalidad, en el Parlamento y en la calle, de palabra y por escrito, combatimos la ley del divorcio vincular, y las que despenalizaban el aborto, legalizaban el comercio de los anticonceptivos y negaban el carácter de delito al escándalo público. En esta línea de pensamiento nos habíamos destacado en la denuncia de la pornografía y en el deterioro evidente de nuestras costumbres. Uní a mi escrito pruebas documentales de todo ello. No tuve contestación.
Sabía – y en el curso de unas declaraciones transmitidas por radio lo hice constar – que don Angel Suquía Goicoechea, que acababa de tomar posesión del arzobispado de Madrid, había pedido, en el día del patrón de España – 25 de julio de 1976 – en la catedral de Santiago de Compostela, contestando al oferente, que se pusiera en libertad a los terroristas, detenidos o condenados, y entre ellos, como es lógico, a los asesinos del almirante don Luis Carrero Blanco, Jefe del Gobierno.
Ese recuerdo – como es lógico – no debió caerle en gracia, sobre todo cuando el malestar y el miedo de los españoles crecía al multiplicarse e incrementarse la actividad delictiva de ETA.
Solo en una ocasión pude hablar con mi arzobispo. Fue por un asunto profesional. Su firma era indispensable e insustituible. Acudí a la curia, no sin cierto temor. Estaban próximos los días navideños de 1986. ¿Cómo me recibiría? Me acompañaba el letrado asesor de la entidad-cliente. No puedo negar que nos acogió con una sonrisa abierta, y creo que sincera. Se sentó y firmó el documento.
Después, en tono familiar, le dije : “¿Cuando hablamos señor cardenal ?” La respuesta inmediata fue ésta : “Tan pronto pase la Navidad. Ahora estoy pastoralmente ocupadísimo. Pero tenemos que reunirnos una tarde, para – volvió a sonreir con cierta socarronería – murmurar juntos”.”¿ Me avisa monseñor, o se lo recuerdo ?”. “Recuérdemelo tan pronto terminen las fiestas”.
Así lo hice. Le escribí, recondándole su promesa de “murmurar juntos”, el 7 de enero de 1987, al día siguiente de la festividad de los Reyes Magos. Nunca tuve contestación.
Pero he aquí, que sin hallarse al tanto de mi entrevista y conversación con el arzobispo de Madrid, Rafael Cañada, que presidía nuestra delegación en Jaén y muy amigo personal de monseñor Suquía, le escribió una carta en la que le sugería la idea de que nos conociéramos y habláramos. La que recibió de monseñor Suquía, fechada en Madrid el día 27 de julio de 1987, y que Rafael Cañada tuvo la amabilidad de enviarme decía así:
“Querido Rafael:
“Recibí su carta del 28 de abril a la que, si no he contestado antes, ha sido por mis muchos trabajos dentro de la Diócesis y la Conferencia. Eso no quiere decir que rehuyo atenderle sino que intento explicarle mi tardanza; perdóneme.
“Con mucho gusto recibiré a Blas Piñar; recibo a cuantos quieren estar conmigo, sobre todo si son diocesanos; me comunicó don Blas sus deseos de verme, pero este año los acontecimientos me han desbordado. Ahora, al fin de curso, les he llamado a las visitas pendientes, pero en Madrid queda ya poca gente; tendrá que ser el próximo curso; le recibiré con mucho gusto.
“En cuanto al tema de los partidos de inspiración cristiana, creo que en España no faltan, además de F.N. Pero ningún partido de católicos debe arrogarse para sí la exclusibilidad de dicha inspiración. Esta es la orientación que los obispos dimos en nuestro documento: “Presencia de los católicos en la vida pública”.
Nada más por hoy. Encomiéndeme como yo también les encominedo.
Con sincero afecto”.
De la lectura de esta carta puedo deducir, que del mismo modo que el Príncipe de España nos señaló como “ monopolizadores del patriotismo”, otro Príncipe, pero, en este caso, Príncipe de la Iglesia, nos acusa de querer monopolizar la doctrina de Cristo. Con todo respeto estimo que ambos juicios de valor, son inexactos, injustos e impropios de quienes los ha formulado.
Pasaron años y años. Vino otro arzobispo, don Antonio María Rouco, en 1994. Jamás “murmuramos juntos” monseñor Suquía y el que esto escribe.
Todos los años, a partir de la fundación de la editorial Fuerza Nueva, es decir, el 2 de mayo de 1966, celebrábamos en el Valle de los Caídos unas jornadas, a las que concurrían delegados de la Editorial de todas las provincias. Su recuerdo es para mí emotivo e inolvidable, no solo por el interés de las ponencias, sino por el ambiente vivido de auténtica camaradería. Recuerdo, al margen del temario, las convivencias, no largas, pero sí inmensamente atractivas, después de cenar; y entre tantas intervenciones, las humorísticas de Jaime Serrano, – que imitaba a diversas personalidades – y las anécdotas de Pedro Bouissi, que eran a la vez, didácticas y formativas.
Las VII jornadas, que iban a tener lugar en el otoño del año 1975, no pudimos celebrarlas en la Hospedería del Valle de los Caídos ante la prohibición terminante del abad de la Basílica, don Luis María Lojendio O.S.R..
Reproduzco el texto de las cartas que se cruzaron con ese motivo:
“11 de agosto, 75
“Excmo. señor don Blas Piñar López
“Madrid
“Mi distinguido amigo:
“Hace unos días me hablaron de la posibilidad de que Fuerza Nueva tuviese aquí, en la Hospedería del Valle, una reunión en el próximo otoño. Indiqué entonces al P. Hospedero la conveniencia de que se suspendiese toda decisión sobre este asunto, en tanto me dirigiese a V. por esta carta que tenía el propósito de escribirle. Hecha la indicación en las oficinas de F.N. en Madrid, acabo de recibir la visita de don José Ardanaz, acompañado de otras dos personas. Venían a preguntarme los motivos de la suspensión.
Supongo que, como era su propósito, le habrán comunicado ya el alcance de nuestra conversación.
“Nuestra Hospedería forma para del Monasterio y es, por lo tanto, una institución monástica en su más pleno sentido. En la misma Abadía, con su entera significación espiritual y religiosa. De allí que hagamos todo lo posible para que sea un auténtico centro de retiro, de oración y de estudio. Me parece que ésta es nuestra mision dentro de la Iglesia.
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Muy bien don Blas, como siempre, todos con Alternativa Española y no con PXL
¡ Mi único representante en el parlamento de ESPAÑA, Blas Piñar !
Es imposible separar España de la Cristiandad. Ya calificaría Menéndez Pelayo a España como martillo de herejes y cristianizadora de la mitad del orbe. Y es que España ha sido siempre esa nación cristera que en una Europa maltrecha, flanqueada y pagana supo convertirla al cristianismo. Cuando Don Blas Piñar López en el diario ABC escribió su artículo hipócritas le llovieron críticas como en abril aguas mil. Pero en ese artículo lo que venía a decir el Jefe Nacional de Fuerza Nueva era la descristianización que se avecinaba a Europa por unas potencias vencedoras que tenían intereses meramente tecnócratas marginando… Leer más »
Mi respetuoso saludo Don Blas. Siempre le seguí muy de cerca, aunque no tengo el honor de conocerlo personalmente. Celebro haya mencionado al Cardenal Gomá y al ilustre abogado del colegio de Jerez Don Sixto de la Calle, persona cristiana de alto nivel religioso y patriótico, que tanto conozco y admiro. En cuanto al Cardenal, la miserable Historia de ZP para hundir a España y confundir a los españoles, no se atrevió mencionarlo, aunque si José Bono para dejarlo en muy mal lugar, claro. No le conocí a Vd. por encontrarme destinado en el Sáhara y en Canarias pero mis… Leer más »
Don Blas, com sempre ens bocabadats, estem molt orgullosos de tenir persones com vostè al nostre país.
Gràcies per ser encara amb nosaltres i també a AD, per delitar-nos amb els seus articles.